Por Manuel Antonio Narváez
En este momento el juego
institucional está trancado. Estamos entre Coche y Cubagua, diríamos en
Margarita. Los jugadores (Gobierno, MUD) no saben, o no pueden, dar el paso que
rompa este trágico desencuentro. Mientras tanto el país no se detiene,
Venezuela sigue; pero los procesos y la vida misma, son cada vez más lentos,
viscosos e ineficientes. La situación se deteriora y los problemas se acumulan.
Somos como un enfermo del corazón, siempre desfalleciente, pero que por temor o
por impedimentos materiales, posterga la imprescindible intervención quirúrgica
que daría calidad a su vida.
De parte del Gobierno no hay
nada que esperar. Como toda “revolución”, una vez que captura el poder se aferra
golosamente a él, y ya no hay manera de que contemple tomar decisiones
distintas a las que le aseguren un otoño patriarcal a la manera de García
Márquez. Para los “buenos revolucionarios”, el pueblo, la gente, son mera
coartada, pretexto, nunca el objetivo. El poder como fin en sí mismo, es lo
único que les importa.
Recae entonces sobre la MUD el
reto histórico de romper el estancamiento para abrir camino a la paz y el
progreso. Para ello, debe repotenciar el liderazgo colectivo que ella
representa y que se ha debilitado luego de la elección de diciembre.
Relegitimados por la espléndida victoria, los partidos que la integran han
asumido individualmente el rol protagónico que les corresponde en democracia.
En la MUD, los partidos
sostienen relaciones complejas de competencia y cooperación. Equilibrar las
tensiones que se generan en esas circunstancias y bajo una creciente presión
social, no es tarea fácil. Por eso el reto tiene dimensiones formidables:
cooperar más, competir menos; pensar y actuar con sentido de trascendencia y
grandeza nacional; fijar un objetivo unitario y acompañarlo con un discurso sin
dobleces ni ambigüedades; apoyar sin reservas y trabajar por el referendo
revocatorio.
16-04-16
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