Por Leonardo Padrón
Convengamos en un primer
punto: los venezolanos estamos agotados. Ya, ya basta. Suficiente. Necesitamos
regresar a la vida. Más aún, los venezolanos estamos asustados. Muy asustados.
No entendemos cómo pudimos llegar a este derrumbe general. A este naufragio de
la normalidad.
Los temas de la vida cotidiana
fueron arrasados por el huracán de la revolución. Ya casi nadie habla de la
película que vio en la víspera, de la ropa que compró en un centro comercial,
de la playa que visitó el fin de semana, de las hazañas escolares de los hijos
o de la telenovela de moda, entre otras razones, porque ya no hay telenovela de
moda, ya no hay temas frugales, ya no hay levedad posible. Todo es grave,
penoso, incierto.
Se habla solo de la descomunal
escasez. Del laberinto de colas en los supermercados. Del precio desmedido de
la vida. Comprar un apartamento es un evento inaccesible. Un carro es una
extravagancia de cifras. Un mercado es un asalto a la quincena. Un aguacate es
un grito en el bolsillo.
Se habla solo de apagones y
racionamientos de agua. Somos eclipse y sequía.
Las conversaciones solo
cuentan violencia: el general y su esposa asesinados con 30 tiros, el video del
hombre que quemaron en Catia, el chef que lincharon por un equívoco, los
criminales que asesinaron a tres cicpc, el secuestro propio, del hermano o del
vecino, gente degollada, duelos entre bandas que llenan el cielo de
metralla. Sobredosis.
Se habla de la gente enferma y desesperada. De la muerte haciendo fiesta en los
quirófanos. De un holocausto de la salud.
No hay temas agradables. Se quedaron en algún lado. Calcinados.
Se solicita urgente otro país.
***
Cuando vas de la
cotidianidad a la política la aflicción se agrava. Te topas con un gobierno
enajenado, fuera de sí, arbitrario hasta la indecencia. Un gobierno que se pasa
por la entretela de su cinismo la decisión de un pueblo que votó por un cambio.
Pero para el régimen pueblo es solo el que aplaude sus arengas. El resto,
millones y millones, no califica. ¿Se nos olvida aquel desorbitado Hugo Chávez
que sentenciaba al que no fuera chavista como extranjero? El justiciero de los
pobres le rompía simbólicamente la partida de nacimiento en la cara al que
osara criticarlo.
Uno solo ve cadenas presidenciales que transmiten ofuscación e
irresponsabilidad. Uno ve cómo pulverizan, en menos de una vuelta de reloj, el
intento de la Asamblea Nacional por legislar alguna coherencia. Uno ve la
democracia rota, hecha polvo, arrinconada en la basura.
Y depresión. Uno ve la
depresión. El mapa postrado en la tristeza. Nos hemos vuelto gente hosca,
callada, con la mirada turbia. El país que tanto se ufanaba de triunfar en las
estadísticas de la felicidad, ahora galopa su cómodo primer lugar en las listas
de la violencia mundial, de la inflación mundial, de la corrupción mundial.
Se solicita una buena noticia,
al menos una semana de sentido común, una cierta dosis de aire fresco.
Se solicitan medicinas para
los niños. Urgente y masivamente. Se solicita detener la catástrofe.
***
Y entonces se ha vuelto a escuchar en las calles la amarga canción del éxodo.
Muchos de los que apostaron por lo que ocurriría después del triunfo opositor
en las elecciones parlamentarias, ahora voltean hacia la gaveta donde los
aguarda el pasaporte. Chequean su visa, retoman las preguntas a los venezolanos
ya en diáspora, sacan cuentas, evalúan el riesgo del salto al vacío. Otros, una
buena cantidad de otros, ni siquiera se pueden permitir el ejercicio de
imaginar. Están confinados a la zona de desastre. Otros muchos insisten en dar
la pelea. Pero saben que esa fiesta que significó el pasado triunfo electoral
acabó, se terminó el hielo, los mesoneros recogieron las sillas, ya no hay ni
la pista de un tequeño, ni el alborozo de un merengue. La corte de los
malandros, toga y birrete mediante, destrozó el festejo en poco más de dos
meses.
Entonces, ¿qué nos queda?
A las angustias solo falta
ponerlas en orden alfabético.
***
Un domingo, a la salida de un restaurante, me cercan seis damas de temple y
elocuencia. Me llenan de preguntas. Quieren saber. Quieren dejar de ser una
letanía de quejas. Quieren participar en la salvación colectiva. Sentirse
útiles y no morir de inopia en sus casas. “¿Qué podemos hacer aparte de
difundir los artículos que ustedes escriben y desahogarnos con nuestros
vecinos? Queremos hacer algo pero no sabemos qué”, braman al unísono.
No son preguntas fáciles. Se solicitan respuestas.
***
Asisto a la boda de un amigo de mi mujer. Antes era un evento grato colgarse
una corbata y concurrir a una fiesta. Ahora lo piensas mucho. Sabes que te vas
a jugar la vida esa noche. Y no vale la pena. Pero los compromisos existen.
Piensas en la ruta que elegirás, en la hora de regreso, en el sobresalto
garantizado. El nudo de la corbata es pura paranoia.
Ya en el sitio algo es
notorio. Nadie habla de la cena, de los arreglos florales, de la música que
coloca el DJ. Hay un solo tema: el país y sus derivados.
Ocurre que cuando tienes
cierta figuración pública la gente cree que tienes respuestas. La ráfaga de
preguntas no cesa en toda la noche. Y la tanda de ideas. Un joven me entrega un
papel –previamente escrito, ¿sabía que me iba a encontrar allí?– donde me
explica por qué para él la solución es la enmienda. Un whisky y tres pasapalos
más tarde un abogado me exige que en mi próxima crónica trate el dilema de la
nacionalidad de Nicolás Maduro. “Ese hombre ni siquiera tiene cédula de
identidad venezolana”, me jura. Una canción de Juan Luis Guerra más tarde, una
señora me pide que escriba cosas que no la depriman. Otra me insiste en la idea
de convocar energía positiva a través de algún mantra. En el cuarto whisky un
experto en seguridad me sugiere que haga énfasis en el tema de la criminalidad
y me recuerda que menos del 2,7% del presupuesto nacional se dedica a la
seguridad, lo cual –sin duda– es una de las explicaciones al origen del
problema. Las preguntas, comentarios y solicitudes se extienden a lo largo de
la fiesta: “¿Cuándo vamos a salir de esto?”; “¿Qué crees tú que va a pasar?”;
“¿Qué pasó por fin con el revocatorio?”; “¡Propongan una marcha sin retorno!”;
“¿Es verdad que al gordo Escarrá le pagaron medio millón de dólares?”.
Y así, ad infinitum.
Todo el mundo quiere saber. Ya
la tolerancia se está secando, al mismo ritmo que el Guri.
***
Al día siguiente, hablo con un amigo que trabaja en la administración pública.
Me cuenta que lo obligaron a ir a la marcha del viernes 8 de abril contra la
ley de amnistía. Se consiguió allí con un primo que vive en Valencia. “¿Qué
haces tú aquí?”, le preguntó. Lo trajeron en un autobús, le pagaron 500
bolívares y le dieron las tres comidas. Me asegura que en su trabajo ya son
cada vez más las caras ceñudas, el desánimo, la decepción. Ya muchos no apoyan
el proceso. “¿Y qué les pasó?”, le pregunto, solo por ser metódico.
“Les dio hambre”, me dice.
***
· Se le solicita al señor
Nicolás Maduro que no vuelva a insultar a ningún otro venezolano que no esté de
acuerdo con su forma de pensar. Que ponga en cuarentena su intoxicación
doctrinaria. Que no vuelva a consumir sus horas laborables hablando sobre el
trabajo de otros presidentes. A nadie le importa si Rajoy es una basura y Obama
un conspirador, camarada. La gente está agonizando en los hospitales,
presidente obrero. A su patria la están matando en la calle, comandante
heredero. Cada minuto de su desidia empeora la miserable vida que hoy tienen los
venezolanos, primer combatiente. No gaste tiempo reviviendo
la épica de su padre. No dilapide horas de televisión con chistes
baratos sobre la virilidad de los líderes de oposición. No lance acusaciones
irresponsables sobre los crímenes que desangran al país. Sea serio. Trabaje.
Sea humano. Ocúpese de lo que realmente le importa al venezolano. ¿No se da
cuenta que gobierna a un país triste, hundido en la miseria y la depresión,
gracias a su incompetencia y dogmatismo?
· Se le solicita a los
líderes de la oposición que sepan ponerse de acuerdo. Hoy la prioridad es
activar el revocatorio. Hoy abril y domingo. Si la rectora Tibisay Lucena
ignora olímpicamente al país, vendrán las otras opciones. Pero es inaceptable
distraerse. No es hora de cálculos internos. La gente exige una sola brújula,
un solo norte.
· Se le solicita a los
pesimistas vocacionales atenuar la quejumbre. Es tiempo de acciones. Cierto, la
esperanza necesita una nueva dosis de oxígeno. Hay que convertirse en químicos
de nuestro futuro. ¨La fe es una pasión difícil”, escribió María Negroni.
No hay otra opción que la desgarradura hacia la luz.
17-04-16
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