Por Elizabeth Araujo
Me despierta por whatsapp
un alerta que se ha viralizado. Muestra en 30 segundos una escena de horror que
corta el sueño. Un guardia nacional golpea con el casco a un joven de camisa
azul, con tal furia que cae fulminado, como si le hubieran disparado a la
cabeza. Los militares dejan al muchacho tirado en la vía, y se ocupan de
disparar a la marcha que se dispersa. Solo un transeúnte, en una mezcla de
solidaridad y su propio miedo, le toma el brazo, como si quisiera sacarlo del
“escenario de guerra” o para comprobar si continúa con vida.
Este breve video nos sumerge
más en la tragedia que azota hoy a Venezuela, donde una banda de pillos y malos
gobernantes –tan pésimos que hay entre los suyos gente que les piden también la
renuncia– se aferra al poder con modos represivos, que no entiendo cómo al
simpático Pepe Mujica no le ha removido recuerdos de la crueldad militar
vivida en Uruguay, Argentina y Chile durante las décadas de los 70 y 80.
“Coño, esto es
dictadura”, me digo al mirar una y otra vez la escena, como si alguien se
atreviera a ponerlo en dudas. No es un hecho aislado. Se trata de pequeña
adición a esta suma trágica que ha venido siendo el mandato de Nicolás Maduro y
del siniestro Diosdado Cabello, en complicidad con la vergonzosa –no sé cuán
alta o pequeña– colaboración de generales y coroneles, así como de dirigentes
del PSUV y PCV, y que ha dejado el país en ruinas, ya no en lo económico, lo
que resulta evidente en las colas, sino en su lado político y constitucional,
por no mencionar el daño moral que está provocando en la autoestima de los
venezolanos.
Pero hay un hecho
contradictorio: notamos que este drama recorre el mundo y recibe, tras el
estupor de los testimonios, la firme condena de parlamentos y gobiernos, y se
detiene en las fronteras de los países latinoamericanos, cuyos presidentes,
desde el colombiano Juan Manuel Santos hasta la chilena y socialista Michelle
Bachelet guardan un silencio indecente, quizás por intereses económicos o por
temor de que alguna vez ellos también puedan ser víctimas de esa lotería de las
protestas y la turbulencia social.
El absurdo decreto del “estado
de excepción” anunciado ahora por Maduro en un nuevo intento por seguir huyendo
hacia adelante pone el país en la mira de nuevos atropellos, donde se incluye
la supuesta “inahabilitación” de la Asamblea Nacional, con lo cual queda
mutilada de una vez la Constitución Nacional.
A esta complicidad de jueces,
fiscales y abogados tarifados por Miraflores aflora una verdad casi obvia: las
dictaduras se conjugan con la violencia física e institucional y acompañan sus
actos con la obsesión de querer borrar la entereza de la gente. Pero algo de
eso dijo Walter Benjamin cuando señaló que la memoria de las humillaciones
recibidas le devuelve al hombre todo su potencial transformador de la realidad,
perdonando quizás pero sin olvidar.
14-05-16
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