Por Jorge Castañeda
Los últimos meses han sido
devastadores para la izquierda latinoamericana. En Argentina, Venezuela y
Bolivia, la izquierda sufrió contundentes derrotas. El presidente de Ecuador,
Rafael Correa, quien probablemente tomó en cuenta esas tendencias, decidió
abandonar sus intentos para permanecer en el poder. En Chile, aumentan
los escándalos de corrupción en torno a
líderes que fueron muy respetados.
Recientemente, una de las
figuras más célebres de la izquierda latinoamericana del siglo XXI
también cayó en las redes de la intriga: Luiz
Inácio Lula da Silva, ex presidente de Brasil.
La “marea roja” está
menguando. ¿Por qué ahora? y ¿qué puede aprender la izquierda mientras se aleja
del poder?
Desde 1998, cuando se eligió a
Hugo Chávez en Venezuela, partidos, movimientos y líderes de centro-izquierda
moderada o de línea dura han gobernado en la mayoría de América Latina. Se
reeligieron los gobernantes de izquierda, o sus remplazos, cuidadosamente
seleccionados, ganaron por un amplio margen. Con contadas excepciones, estas
administraciones gobernaron bien, mejoraron la vida de sus electores y
promulgaron políticas macroeconómicas prudentes.
También tuvieron suerte. De
2003 a 2012, América Latina experimentó uno de los mayores auges en el mercado
de materias primas de la historia moderna. Los gobiernos que pudieron exportar
de todo, desde petróleo hasta soya, recibieron ingresos extraordinarios que, en
la mayoría de los casos, se gastaron en programas sociales bien diseñados
y accesibles.
El problema es que ninguno
ahorró para las inevitables vacas flacas. Cuando los precios comenzaron a caer,
los nuevos fondos soberanos, al igual que las tácticas
tradicionales y los estímulos fiscales, resultaron ineficaces. Como fichas de
dominó, los países vieron desplomarse sus tasas de crecimiento, hubo recortes en el gasto
social y eso provocó un gran malestar entre los ciudadanos.
Esta realidad económica es la
principal causa de las recientes derrotas. Pero no es la única. Muchos líderes
latinoamericanos de izquierda fueron víctimas de la corrupción endémica de la
región, y subestimaron la creciente intolerancia hacia esos delitos. Para
cuando algunos gobiernos, como los de Chile y Bolivia, comenzaron a ponerle
atención al problema ya era demasiado tarde. Estaban tan enmarañados en la
tradición de prácticas corruptas como sus predecesores conservadores, civiles o
militares, electos o impuestos.
El creciente escándalo en
Brasil se expandió desde los altos directivos de Petrobras, la estatal
petrolera, pasando por el gobierno federal y el Congreso hasta el ex presidente
y su círculo familiar. La presidente Dilma Rousseff sería la próxima en caer,
debido a las confesiones de senadores de su propio partido y de João Santana, el asesor político que
dirigió su campaña y la de Lula da Silva.
El arresto de Da Silva, al
igual que la destitución de Rousseff, parecen inminentes. Pero las
implicaciones trascienden las fronteras de Brasil: Santana también asesoró a
candidatos de izquierda que ganaron elecciones en Venezuela y Perú.
Además hubo otros errores.
Aunque los gobiernos de Chile, Brasil, Uruguay y, hasta cierto punto, Bolivia
se resistieron a las tentaciones autoritarias, otros fracasaron en su intento.
Algunos amordazaron a la prensa, se pusieron en contra del Poder Judicial,
acosaron a los líderes de oposición y manipularon los sistemas electorales.
Otros fueron derrotados en la lucha contra el crimen organizado y la violencia.
Dado el estado decadente de la
economía y los generalizados escándalos de corrupción, es probable que la
izquierda siga perdiendo elecciones: en Brasil, si hay votaciones a corto
plazo; en Ecuador en 2017, y en Venezuela, tal vez este mismo año mediante un
referendo revocatorio. Pese a esto, los partidos de izquierda volverán a ganar.
Para cuando llegue ese día, la izquierda del mañana debe aprender dos lecciones
del comienzo de este siglo.
La primera: ahorrar dinero
para los malos tiempos no solo es un precepto bíblico. Si la izquierda está en
el poder cuando venga el próximo auge en el mercado de las materias primas, es
necesario que los gobiernos tomen medidas preventivas para el futuro. Venezuela
y Ecuador deberían sacar provecho de los altos precios del petróleo –si los
hay– para crear fondos de previsión administrados por organismos autónomos.
Chile y Perú deberían hacer lo mismo con el cobre.
Las nuevas clases medias de la
región aplaudieron los proyectos de construcción, los programas educativos y de
salud que se pagaron con el efectivo del boom de las materias primas
y deploraron los recortes, por justificados o inevitables que fueran. Pero los
gobiernos de izquierda deben implementar estrategias para conservar esos
programas cuando los ingresos disminuyen.
La forma de hacerlo no es
rezar para que haya más economías diversificadas –América Latina nunca las ha
tenido ni las tendrá en un buen tiempo–, sino administrar las economías basadas
en recursos con mayor sabiduría y previsión.
Sin embargo, es necesario
buscar con transparencia los dólares para las vacas flacas. Lo que nos lleva a
la segunda lección: las causas de la corrupción en la región (la falta de
rendición de cuentas, la cultura de la ilegalidad, las instituciones y la débil
sociedad civil) pueden afectar a los políticos de derecha e izquierda por
igual. Si los viejos políticos venezolanos aceptaron sobornos e intercambiaron
favores, no había razones para esperar que la nueva élite bolivariana no
hiciera lo mismo.
El Partido de los Trabajadores
de Lula da Silva tuvo sus modestos orígenes en el movimiento laboral, pero el
hecho de que nunca haya firmado un contrato blindado cuando estuvo en la
oposición resultó absurdo. Los partidos latinoamericanos deberían prestar
atención.
A fin de cuentas, el ascenso
de la izquierda de principios de la década de 2000 podría haberse venido abajo
debido a las altas expectativas, entre otras cosas. Cuando los precios del
petróleo se desplomaron y el gobierno de Ecuador ya no pudo pagar sus nuevas
carreteras y más escuelas, los ciudadanos se molestaron porque el crecimiento
al que se habían acostumbrado desapareció.
Cuando Lula da Silva fue
acusado de corrupción, quedó demostrado que había fracasado en su intento de
traer el cambio que había prometido. Los líderes de izquierda llegaron al poder
con grandes esperanzas y mayores sueños, solo para verse expuestos por sus
enemigos. Lo mejor que ha podido pasarle a América Latina en estas épocas ha
sido el clamor de integridad en el gobierno.
La próxima vez, la izquierda
debería retomar esta bandera en lugar de descuidarla.
13-05-16
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