Por Hugo Prieto
A raíz de la concentración de
poder, las instituciones venezolanas fueron arrasadas o sometidas a un
debilitamiento que arroja dudas sobre el papel que pudieran cumplir en una
transición política. ¿Cuál organización sindical podría negociar en nombre de
los trabajadores o de los empresarios? ¿Qué papel pudieran cumplir los
militares? ¿Qué negociaciones pudieran llegar a buen puerto en una etapa de
transición?
Margarita López Maya,
historiadora y profesora universitaria, además de autora de ensayos y libros
que radiografían el marco político de Venezuela, dice que la salida pacífica
hay que transitarla en medio de una situación muy difícil, pero también
reivindica a organizaciones emergentes, como las ONG y la transformación
radical de los medios a raíz de las redes sociales, que pueden contribuir
eficazmente a la transformación democrática del país. “Hay que abrir los ojos,
porque las democracias del siglo XXI no son las democracias del siglo XX. Son
otro tipo de democracias que tienen otras representaciones y otras
mediaciones”.
El debate está abierto. Y ante
el colapso de las universidades públicas, hay universidades privadas, como la
UCAB, que difunden ideas, que publican libros y propuestas, hay nuevos actores
y un fortalecimiento incipiente de los partidos políticos. Es una nueva energía
para revitalizar al país. En la transición, la Iglesia Católica va a cumplir un
papel importante, al igual que La Habana, donde asesoran a Maduro. Sin embargo,
el papel protagónico tiene que recaer en la sociedad venezolana.
En Timotes la gente destrozó
la sede de la Alcaldía y saqueó el PDVAL. Mataron a dos pájaros de una sola
pedrada. Pero más allá de esa imagen, ¿qué opinión tiene de los recurrentes
saqueos y del malestar social que ha venido in crescendo?
El malestar viene in crescendo desde hace dos años. Ha habido señales de un descontento popular muy fuerte frente a la crisis socioeconómica, que se expresa en los elevados niveles de escasez y carestía y en el colapso de los ingresos de las personas por causa de la inflación. En Venezuela hay un gran miedo a que se produzca una revuelta popular, aunque algunos factores apuestan a eso. Un gran Caracazo que precipitaría el desenlace del gobierno de Maduro. En lo personal, desde 2014, he tratado de explicar que una cosa es el descontento socioeconómico y otra cosa es una revuelta popular de las dimensiones de El Caracazo. La teoría sobre las revueltas populares, que es abundante y digamos que se ha estudiado en detalle en muchas partes del mundo, dicen que las condiciones socioeconómicas son necesarias, pero no son suficientes. Que una revuelta, por lo general, es impredecible, pero que hay ciertos elementos que sí son importantes.
¿Los podría enumerar?
Hay varias cosas que, en el caso de Venezuela, ya están presentes. Una, la desinstitucionalización. Aquí no hay instituciones que atiendan ni resuelvan el conflicto social. No hay una sola oficina en un ministerio donde el ciudadano se pueda quejar por la falta de agua o de electricidad. No hay la certeza de que yo llene una planilla y a los cuatro o cinco días se presenten unos inspectores en mi casa para revisar las tuberías o la acometida eléctrica. Eso no existe. Ha colapsado. No hay una institucionalidad en la cual tú confíes que te va a resolver el problema. Esa incapacidad provoca las protestas de calle, por cosas nimias que debería atender un Estado moderno, medianamente eficiente. Eso por un lado, pero en las cosas más graves, que pudieran ser las mediaciones de los intereses y las demandas de los sectores sociales, desde los empresarios hasta las capas más empobrecidas, nosotros no tenemos canales de representación que puedan tener una interlocución fuerte y horizontal con el gobierno. No sólo no las tenemos, sino que los actores están debilitados y no se ponen de acuerdo.
No hay interlocutores, no hay
diálogo y ese hecho crea una caja de Pandora, de la cual van a salir conflictos
de distinta magnitud y de diversa naturaleza que van a agravar la crisis.
Así es. Pero déjame terminar con la parte institucional. A mi modo de ver hay una instancia que está impidiendo que se produzca una revuelta popular. Me refiero a los cuerpos de seguridad del Estado. La represión que hay sobre la población, en este momento, no la había antes de El Caracazo. El 27 de febrero de 1989 no había policías, mucho menos militares, en las calles. El sacudón empezó el lunes en la madrugada y el gobierno dio la cara el martes al mediodía, pero no fue el presidente Carlos Andrés Pérez, sino el ministro del Interior, Alejandro Izaguirre, a quien le dio un vahído.
En términos discursivos, esa
imagen, fue la síntesis del colapso.
Las declaraciones posteriores de Carlos Andrés Pérez, quien dijo que no se había enterado de la magnitud de los hechos sino hasta el martes en la noche, te indican que el gobierno no estaba preparado para una situación como aquella. Pero el gobierno de Maduro tiene más de dos años pendiente de cualquier protesta para reprimirla e impedir que se extienda y tiene controlado a los medios de comunicación, a excepción de las redes sociales. En los llanos, por ejemplo, donde la única señal prácticamente es la del canal 8, la gente no se entera de que hay conatos y conflictos en las colas de los supermercados y los expendios de medicinas.
¿El gobierno está mosca?
Apagando fuegos en toda Venezuela. A veces la situación se les escapa de las manos, como ocurrió en Puerto Ordaz y más recientemente en Maracaibo. Si sigue la situación de carestía, de empobrecimiento, ya con niveles de hambre infantil, como se reporta desde algunas escuelas, con venezolanos que actualmente hacen dos comidas y no tres; si esto sigue, va a llegar un momento en que los cuerpos de seguridad no van a poder contener esta situación. Hasta ahora ha habido contención. Se están apagando fuegos, pero esto continúa porque el gobierno no soluciona los problemas.
¿El gobierno está jugando con
fuego?
Yo pienso que sí y en varios frentes. Está jugando con fuego al no reconocer que la voluntad popular le exigió un cambio político el 6-D y ha decidido, no sólo desconocerla, sino tirarse por un barranco, que se resume en esta profundización de “su revolución”, en el lenguaje y en la práctica. Ha seguido coaccionando a los sectores productivos, está ahorcando a la Polar, que cada vez está cerrando más plantas. La Polar debe estar satisfaciendo el 70% del abastecimiento de la harina precocida y la gente lo que está comiendo es arepa con Mavesa, que también es de la Polar. Entonces, ¿qué vamos a hacer? El gobierno está jugando en varios frentes.
¿Y en el frente político qué
diría?
Pudiera haber un elemento que ha contenido la violencia. El 6-D se abrió una puerta de esperanza que, en mi opinión, no se ha cerrado, pese a que las encuestas dicen que la gente tenía muchas expectativas y que esas expectativas no se cumplieron. Pero independientemente de lo que la gente diga, hasta ahora ha demostrado que no quiere violencia, que quiere que esta salida sea pacífica y va a apostar a eso. La concentración del pasado miércoles, en la cual la Mesa de la Unidad le pidió al CNE que cumpla con la Constitución, que haga su trabajo y no se ponga al servicio del gobierno de Maduro fue nutrida, pese a los niveles de amedrentamiento que hay aquí. El gobierno respondió exhibiendo niveles de fuerza totalmente exagerados, con efectivos disfrazados de Robocop, pero también con mujeres policías uniformadas. Y ahí el gobierno perdió. No hubo violencia. El liderazgo mantuvo la pauta y controló la situación. No se presentaron grupos armados, quizás porque la concentración se hizo en el municipio Baruta. En todo caso, yo creo que el gobierno hace alardes de una fuerza que pareciera no tener.
Usted advirtió que, si la
crisis se profundiza, las fuerzas del orden no podrán contener la protesta
popular. ¿Sería un estallido espontáneo? ¿Una combinación de factores? ¿Cuál es
su impresión?
Los saqueos, en algunos casos, no son espontáneos, sino que responden a bandas delictivas que controlan bachaqueros y a gente que tiene que pagar protección. Aquí estamos hablando de un Estado cada vez más descompuesto y de una sociedad cada vez más controlada por poderes ilícitos. Desde mi punto de vista, se pudieran producir hechos mucho más violentos que El Caracazo, porque vamos a ver enfrentamientos, fuego cruzado, entre las fuerzas de seguridad y grupos armados y, en el medio, la población. Dicho eso, insisto, aquí hay una situación de cambio político y la gente no ha perdido la esperanza. La gente está esperando que lo convoquen para decir: “Vete, vete y vete”.
Eso no dilucida el problema
político.
Al chavismo se le votó ininterrumpidamente durante 15 años para que se quedara en el poder. Uno o dos años después no puedes esperar a que salga por las buenas, porque ha controlado todo el poder político. Los tiempos de la política son lentos y muchos de los que hoy están descontentos ayer votaron por el chavismo. Hay una responsabilidad de la ciudadanía. Y con el control de los poderes públicos, a excepción de la Asamblea Nacional, el chavismo está atrincherado en el poder. El desmantelamiento de eso no es ni rápido ni fácil.
Sí, todo un tema, porque a esa
concentración de poder se contrapone una crisis brutal. Entonces, si no te
agarra el chingo, te agarra el sin nariz.
Yo creo que nosotros estamos en esa situación. En Brasil acaba de salir Dilma Russeff. Bueno, allá funcionaron las instituciones y aquí no. O mejor dicho: aquí funcionan a favor del Ejecutivo. Entonces, la vía pacífica es muy difícil. Pero la responsabilidad de esta situación no es sólo de la ciudadanía, sino de los actores políticos que la propiciaron también, ¿verdad? Porque se retiraron de las parlamentarias en 2005 y eso permitió los delirios de control y la profundización revolucionaria que desencadenó Chávez después. La oposición se está recomponiendo y está tratando de manejar una situación que le es adversa.
¿Qué es lo que está planteado?
Aquí hay que jugar en dos frentes. La ciudadanía tiene que respaldar al actor político, pero no de forma incondicional. Tiene que exigirle sensatez, premura, pero acompañarlo en lo que convoque. Y el liderazgo tiene que entender que lo primero en este momentos es satisfacer las demandas de una ciudadanía que está arrodillada y sometida a un empobrecimiento brutal. Ahí está el caso, por ejemplo, del sector universitario. Yo soy profesor titular de la UCV y estoy por debajo de la línea de pobreza. Pero eso no está planteado en este momento, sino abrir un camino hacia una transición democrática. Aquí tanto los partidos políticos como los empresarios tienen que hacer sacrificios.
Pero eso no está planteado en
la agenda. No hay un orden de prioridades ni unos puntos específicos. ¿Quién
pone la agenda?
Es una cosa mutua. Yo sí veo que en la Asamblea Nacional se convoca a los actores, en las comisiones o incluso en las sesiones, para que hablen. Y se está tratando de satisfacer a la sociedad, que es muy débil y está muy fragmentada. Ahí tenemos el caso del sindicalismo, por ejemplo. Aquí hay varias centrales y ni siquiera se ponen de acuerdo sobre nimiedades. Hay tres o cuatro centrales auspiciadas por el gobierno para tratar de cooptar al sector sindical. Y eso es una dificultad tremenda en una transición democrática. ¿Quién va a representar al sector de los trabajadores en esta transición? ¿Cómo se van a tomar en cuenta sus intereses para que todo el peso de la crisis y del reajuste económico que hay que hacer no caiga exclusivamente sobre los hombros de los pobres de este país?
¿Ese asunto lo tiene que
procesar la MUD?
El problema que tienen la unidad y los partidos que están allí es que son muy diversos. Tienen diagnósticos distintos. Han logrado construir un aparato electoral eficiente que les permite cada vez más avanzar en las elecciones: que les permite, de acuerdo con lo que dicen las encuestas, que la gente confíe cada vez más en ellos. Pero, como dije, los tiempos de la política son lentos y me parece que hay mezquindad a la hora de sentarse a evaluar los liderazgos y quién pone la agenda. En América Latina no hay una experiencia exitosa de transición democrática en la que no se haya hecho pactos de sacrificios entre los sectores empresariales y los sectores políticos. Eso es fundamental. Yo veo que aquí los sectores empresariales están disgustados, pero si los convocan a Miraflores y les dan los dólares, ellos se meten, porque ése es su negocio, dirían ellos. ¿Y entonces? Si queremos salir en democracia de esto, ellos van a tener que hacer sacrificios para que el sector de los trabajadores no lleve sólo sobres sus hombros la política de ajuste brutal que tiene que venir. ¿Ellos están dispuestos a hacer eso?
Pero el sector empresarial
está tan debilitado, incluso tan desorganizado, como el sector sindical.
Ésa es la tragedia que estamos viviendo. En este momento estamos poniendo todo sobre los hombros de los actores políticos, que posiblemente son quienes tienen mayor robustez en estos momentos. Ahora bien, tiene que haber una articulación de los diversos sectores que hay en Venezuela: gremiales, empresariales, de los trabajadores y de los pobres. Nunca hemos tenido una representación contundente con los sectores populares. Siempre fueron cooptados por los partidos políticos. Y en buena medida también lo fueron los sectores gremiales (profesionales) y sindicales (obreros). Aquí tiene que venir un compromiso de crear una democracia más sólida, que garantice la autonomía de la sociedad civil.
¿Por qué no se habla de estos
temas? ¿Por qué no se plantean esos acuerdos?
Por la urgencia, creo yo. Por la desesperación de tratar de resolver esto lo antes posible. Y yo creo que eso, desafortunadamente, no se puede resolver así. Y si se hace de ese modo, se va a resolver mal. También creo que el nivel de desesperación se visibiliza mucho, porque es algo consistente con la clase media. La clase media está desesperada porque ha sido excluida del poder durante casi 17 años y ahora tiene unos niveles de ingreso que la acercan mucho más a los pobres que a los sectores altos. Su nivel de vida, sus valores, su capacidad de consumo, lo han perdido. El sector medio que sostuvo la democracia, entre 1958 y 1998, ha perdido el reconocimiento de la sociedad. Ha perdido sus ingresos, ha perdido su confort y eso se visibiliza en los medios, mucho más que las carencias de los sectores pobres, que también pasaron hambre en los 80 y los 90, entre otras cosas, por el acaparamiento y la escasez que precedió a El Caracazo.
Alguien tiene que servir de
soporte al gobierno de Maduro: no es la clase media, no son los empresarios, no
son los trabajadores, no son los sectores populares, cooptados ahora por el
PSUV.
¿Quién sostiene a Maduro actualmente?
Esa es la pregunta que le
hago, pero ya que me la hace usted, le respondo: los militares.
Los militares. A Maduro lo sostiene el sector militar, pero también un conjunto de tribus, de familias políticas, que están devengando recursos del Estado, que tienen intereses muy importantes dentro del Estado, intereses que se han creado, prácticamente, alrededor de la corrupción y que gozan en estos momentos de una impunidad a todo trapo.
¿Por qué los militares se
están jugando esta mano? Y le hago la pregunta porque el modelo, obviamente, no
está funcionando.
El gobierno está muy militarizado, en el sentido de que está muy penetrado por el sector militar. Ellos tienen un protagonismo que no tuvieron en la democracia anterior o, incluso, en los tiempos de Chávez. Ellos controlan espacios de poder y de dinero muy importantes. Digo, los segmentos altos.
¿El referente sería la
dictadura de Pérez Jiménez?
No, porque la dictadura de Pérez Jiménez no era un gobierno personalista como éste: era la institución militar que estaba gobernando. Aquí no es la institución militar la que está gobernando.
Digamos, está metida en el
gobierno.
Sí, pero además ella está secuestrada por esos grupos que devengan del poder. Ella está también secuestrada por sectores militares mafiosos que controlan el contrabando y negocios sumamente lucrativos. Acuérdate de que a esa institución se le ha purgado varias veces. Y en cuanto a los ascensos, Maduro ha seguido la política de Chávez: sólo se promueve a aquellos que son leales. Hay un secuestro mutuo. Es decir, los militares secuestran a Maduro y Maduro secuestra a los militares. La jerarquía alta, dentro de la cámara oscura que es esto, me parece a mí que no representa a la institución militar. No hay, en este momento, una institución militar que esté gobernando. Lo que hay son grupos de militares que tienen intereses en este gobierno, intereses ilícitos, y que en este momento gozan de impunidad. Los militares que no están enchufados, que están en los cuarteles, padecen la misma carestía, el mismo desabastecimiento, pero además tendrán a los hijos en las marchas de la oposición y a las mujeres reclamándoles porque están haciendo colas. Yo sí creo que allí hay mucho descontento también.
15-05-16
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