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jueves, 5 de mayo de 2016

Calle y elecciones por @mlopezmaya


Por Margarita López Maya


En la difícil coyuntura que cruzamos, la democracia no puede prescindir de la política de la calle, es decir, la utilización de espacios públicos por parte de la ciudadanía para interpelar a sus autoridades. No debiera ser usual en sociedades modernas y democráticas, donde el Estado se construye como aparato para servir a todos, poseyendo múltiples instituciones para canalizar quejas, conflictos, demandas y propuestas. Pero, no es este nuestro caso.

En la Venezuela chavista, la política de la calle se exacerbó por la sordera y el autoritarismo de quienes detentan el poder. No es algo nuevo, hay muchos registros de ella a lo largo del siglo XX, pero el número de las acciones de calle y las formas de protestar se han alterado, respondiendo al carácter antimoderno que caracteriza hoy la relación Estado-sociedad.


La protesta callejera creció después del Caracazo, mostrando el colapso de los partidos como mediadores ante el poder. Según Provea, la protesta promedió en los noventa dos diarias, y se hizo beligerante en sus formas. Fueron prevaleciendo cierres de vías que antes se usaban poco, y aumentando los disturbios y protestas violentas. Ambas interrumpían la vida cotidiana, deshacían rutinas, desmejoraban la calidad de vida.

El chavismo en 1999 ofreció retomar, perfeccionando nuestra modernización y democratización. Eso no ocurrió, y la política callejera continuó. La inexistencia de instituciones para atender y procesar conflictos ha hecho de la calle el casi único medio para llegar a las autoridades y hacerse oír. En los dos últimos años, la protesta promedió veinticinco y dieciséis diarias. Los cierres de vías continúan predominando, aunque protestas conducidas por partidos y gremios han venido esforzándose por controlar las erupciones de violencia.

La política callejera es un arma clave en la lucha por nuestros derechos y aspiraciones. Pero, en un contexto marcado por la violencia, alta represión y anomia, debe administrarse con prudencia, organización y planificación, apoyando demandas claras, aupando la politización ciudadana e incitando a la participación electoral. Calle y elecciones son recursos de una ciudadanía, un pueblo, que anhela una salida democrática y pacífica a su profunda crisis.

11-04-16




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