Fernando Mires 16 de mayo de 2016
Para
quienes tienden a pensar de modo mecánico, las definiciones duras son la clave
del hacer político. Para ellos la práctica política está semánticamente condicionada,
incluso determinada por una definición inapelable. En un mundo de definiciones
provisorias –como son las de la política (y las de la vida)- se sienten muy
incómodos. Me atrevería a afirmar incluso que mientras menos flexibles son las
definiciones, mayor es la vocación autoritaria de quienes las sustentan.
Sabemos
por ejemplo que si un dictador o gobernante autoritario define a sus enemigos
como a ratas (Hitler), gusanos (Castro), maleza (Pinochet), sus palabras son
órdenes de exterminio. En la lucha democrática, en cambio, las palabras
compiten entre sí. Las construcciones hegemónicas son gramaticales, sintácticas
y por lo mismo, discursivas. Se acaba la discusión y el discurso es
transformado en simple ideología. En consecuencias, para que el discurso
conserve su carácter democrático las cosas no deben ser nunca definidas para
siempre. De la indefinición y no de la definición depende la continuidad del
debate político. Y del debate político depende la vida democrática.
Valgan
estas palabras para intentar entender una discusión que ha marcado a casi toda
la historia de la oposición venezolana, la de la definición del gobierno, dicen
unos, del régimen dicen otros. Términos que tampoco son sinónimos. Régimen
alude a una forma de estado, gobierno al ejercicio del poder estatal.
En el
caso del fenómeno chavista lo uno ha tendido a confundirse con lo otro. Pero
también es cierto que lo uno depende de lo otro. Esa es la razón por la cual
los cinco o seis que rodean a Maduro intentan oponerse con todos sus medios a
que el revocatorio convocado por el conjunto de la oposición tenga lugar el año
2016. Pues si tiene lugar en el 2016, con el fin del gobierno de Maduro se
acabaría el régimen. Si tiene lugar después del 2016, se iría Maduro pero el
régimen continúa.
Como
es obvio, para la estructura de poder chavista se trata de salvar al régimen
aunque sea al precio de deshacerse de Maduro. El problema es que para postergar
al revocatorio el régimen debe violar la esencia misma de la constitución
(originariamente chavista) y con ello aparecer como lo que ha intentado no
parecer: una abierta dictadura. En el hecho, es lo que está ocurriendo.
El
gobierno de Maduro, al defender anti- constitucionalmente al régimen sobre el
cual se sustenta, se ha transformado, sobre todo después del anuncio del estado
de excepción (14-M), en una abierta dictadura militar. Si se escuchan las
palabras de Cabello, Rodríguez o Maduro, es posible observar, además, que han
perdido hasta el respeto por las formas. Hecho importante. Pues es muy distinto
definir a un gobierno como a una dictadura a que este se defina a sí mismo como
tal. No otra cosa es el decreto del estado de excepción. O así: el gobierno ya
no solo “es” una dictadura, además, “aparece” como dictadura.
La
discusión entre el ser y su apariencia no es en este caso ontológica. Pues en
política operamos sobre el terreno de las apariencias y no sobre el de las
esencias. Para esto último están los filósofos. Eso quiere decir que el
gobierno cada vez se parece más a una dictadura de hecho. ¿Qué significa esto?
Algo muy simple. Hasta antes de la declaración del estado de excepción, el de
Maduro, de acuerdo al legado del difunto, era un gobierno civil-militar.
Durante Maduro se convirtió en un gobierno militar-civil. Hoy, después del
decreto de estado de excepción es un simple gobierno militar. Y todo gobierno
militar es, guste o no, una dictadura. Así como no hay golpes civiles, no hay
dictaduras no militares.
¿Significa
entonces que el gobierno de Maduro es un gobierno más fuerte que antes? Depende
de lo que entendamos por fuerza. Si la entendemos como simple fuerza bruta, es
evidentemente más fuerte. Si la entendemos como fuerza política, es un gobierno
muy débil. Y lo es, pues el estado de excepción significa la suspensión del
derecho público y su entrega al estamento militar.
En
otros términos, y dicho en contra de la idea que popularizó Carl Schmitt, al
renunciar a la potestad política en aras de la militar, el gobierno pierde y no
gana soberanía política.
“Soberano
es quien decide sobre el estado de excepción” fue el veredicto del inteligente
jurista alemán. Probablemente pensó Schmitt en una soberanía ejercida frente a
una situación de calamidad pública, frente a un peligro de guerra o frente a
una revolución. Ninguno de los tres es, sin embargo, el que llevó a Maduro a
suspender (explícitamente) las garantías constitucionales. Las suspendió en
cambio contra una oposición civilmente organizada que defiende un derecho
constitucional. Como escribió en un twitter Nicmer Evans, apologista de la
pureza virginal del chavismo originario, “Chávez (a diferencias de Maduro) con
un golpe de estado concreto, guarimbas, paro petrolero, etc., nunca decretó un
Estado de excepción”.
Lo que
no agregó Evans es que Chávez no tenía ninguna necesidad de hacerlo. La razón
es que Chávez ejercía una dominación hegemónica y desde el punto de vista de su
constitución, legítima. En cambio –y este es un punto fundamental- la dictadura
de Maduro ya no es hegemónica. Con ello se está afirmando que no basta definir
a un gobierno como una dictadura sin precisar a que tipo de dictadura nos
estamos refiriendo.
Hay en
efecto dictaduras hegemónicas y otras que no lo son.¿Qué es una dictadura
hegemónica? La respuesta deberá rozar inevitablemente algunos supuestos
teóricos gramscianos y otros arendtianos.
Bajo
el concepto dictadura hegemónica entendemos una cuya dominación no se ejerce
solo mediante el uso de la fuerza bruta sino mediante una centralidad
constituida por un discurso o un conjunto de ideas o un programa social o una
ideología o simplemente por una figura totémica (carisma) como fue el caso de
Chávez. Ahora, en ninguno de esos puntos el gobierno de Maduro ejerce
hegemonía. Todo lo contrario. Los ha ido perdiendo uno por uno. Más todavía, ha
perdido el basamento sobre el cual era ejercida la hegemonía chavista: la
mayoría electoral. La pérdida de esa mayoría ha inhabilitado, a la vez, el
carácter populista del chavismo. Si el gobierno de Maduro es todavía populista,
se trataría de un populismo sin pueblo.
La
representación mayoritaria del pueblo reside después del 6-D en la Asamblea
Nacional, no en el Ejecutivo.
La
mayoría electoral –en ese tema sigo a Arendt– es condición ineludible para el
ejercicio de la hegemonía democrática. Si bien no toda mayoría es hegemónica, no
puede haber hegemonía sin mayoría. Una hegemonía minoritaria sería de por sí un
contrasentido.
Y
bien, si a la perdida de hegemonía política agregamos el aislamiento
continental que comienza a sufrir la dictadura de Maduro, la situación no puede
ser más catastrófica. Sin el apoyo de los gobiernos de Argentina y Brasil, a
Maduro solo le queda el del cada vez más distanciado Correa, el de un perdedor
plebiscitario como Evo Morales, el de la familia Ortega (que menos que apoyo es
desprestigio) y el del comunismo-Chanel de los Castro.
En
términos directos: las condiciones objetivas para un cambio de gobierno (y de
régimen) ya están dadas. Las subjetivas –dada la repulsa creciente que provoca
el gobierno- también. Ese mensaje ha sido entendido perfectamente por la
oposición democrática. Todas las señales indican que ha llegado el comienzo de
la lucha final. La alternativa del revocatorio –electoral, constitucional,
democrática y pacífica- ha aparecido en el momento más preciso.
El
revocatorio, por su propia naturaleza, opera como un catalizador del
descontento popular. Eso significa que el revocatorio no solo es un objetivo
sino también un medio de lucha. Un eje. En torno a ese eje son y serán
articuladas múltiples demandas sociales y políticas.
El
centro de la lucha ya ha sido ocupado por el símbolo revocatorio. El
revocatorio está en el centro y es el centro de la política y la salida, como
sucede siempre, será por el centro. Nunca por los extremos. El revocatorio es
el líder.
El
centro, ese centro que ocupa el centro de las ciudades venezolanas, ha llevado
a la oposición a arrebatar las calles al chavismo. Las futuras manifestaciones
serán multitudinarias; otras veces no tanto. No importa. Más decisivo que las
cantidades será la persistencia, la constancia, y como la experiencia enseña, la
unidad.
La
suerte está echada. A un lado, la política de las armas. Al otro, las armas de
la política.
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