Américo Martín 04 de julio de 2021
Me han
citado dos muy cercanos y viejos amigos con el objeto de convencerme de la
idoneidad del referendo revocatorio, en tanto que instrumento destinado a darle
un gran vuelco a la oscura crisis del país, sin cubrirlo de escombros o
empaparlo de sangre.
Por
esa y otras razones sería uno de los mejores medios imaginables para afrontar
este caso, tiene una doble ventaja, es claro como el agua clara pues figura en
el artículo 72 de nuestra Constitución y es potencialmente movilizador como
pocos. El revocatorio es, pues, un instrumento constitucional muy apropiado
para lograr en forma incruenta el urgente cambio democrático que Venezuela
exige y necesita.
Con
ese logro previo sería sacar el cuerpo de Venezuela del sepulcro y darles la
oportunidad a nuestros compatriotas de vencer y dejar atrás la desquiciante
tragedia que todos los días sorprende con el anuncio macabro de nuevas
desgracias.
La
urgente necesidad del cambio es determinada porque el camino parece ya
nítidamente trazado para una tragedia terminal.
Bueno,
convengo en que sin un cambio de esa envergadura será harto difícil enrumbar
esta nave hacia playas democráticas.
«Precisamente
por eso –insisten mis amigos, no sin pasión– te estamos pidiendo tu respaldo
explícito a una fórmula como el revocatorio, que no está libre de los cargos
que han hecho declinar extravagancias como la de solicitarle a nuestros
generosos aliados que decidan invadirnos con mano militar, no por casualidad
gana seguidores con rapidez». Nada de eso tiene que ver con el revocatorio.
Incluso, le caben los mejores pronósticos si simplemente medimos en las
encuestas de cualquier signo. Coinciden en el altísimo nivel de rechazo a la
figura de Nicolás Maduro, quien no parece en condiciones de revertirlo, aunque
pueda reducirlo.
Se
beneficia además este importante mecanismo constitucional de la fuerte onda
participativa en la que entraron los venezolanos. Desde el derrocamiento de la
dictadura militar perezjimenista se despertó un atrevido entusiasmo,
comunicando una fe enorme a las capacidades populares. Se descubrió la
importancia del cogobierno en el marco de la autonomía universitaria, dictada
en diciembre de 1958 por el meritorio presidente interino Dr. Edgar Sanabria y
mantenida en alto por las comunidades universitarias, los estudiantes de todos
los ciclos de la enseñanza y el fuerte pensamiento democrático de Venezuela y
América.
Pero
es igualmente imposible no relacionar manifestaciones electorales, naturalmente
democráticas, tan inextricablemente conectadas como las elecciones libres y los
referendos constitucionales. En el caso venezolano actual, es virtualmente
unánime la presión que recae sobre Maduro para exigir cuanto antes la
celebración de elecciones libres, sólida y ampliamente observadas tanto
nacional como internacionalmente. Este conjunto de fuertes medidas garantizaría
la transparencia de las consultas y por lo tanto su pureza y apego a la
libertad.
Es
exactamente este el nudo de la honda crisis del país. El crecimiento impetuoso
de la demanda de salida electoral limpia y libre, en el marco de la democratización
de una Venezuela sin presos políticos civiles y militares, con libertades
políticas, civiles, económicas, de expresión del pensamiento y de medios.
Sin el
estricto cumplimiento de las indicadas condiciones, la comunidad internacional,
con las naciones más poderosas del mundo a la cabeza, no reconocería la validez
de las convocadas por el gobierno de Maduro ni tampoco levantarían las
sanciones que se le han aplicado –según han afirmado reiterada y expresamente–,
incluyendo la posibilidad de ampliarlas. En fin, la crisis política, lejos de
atenuarse se sigue agravando.
Creo
que un país tan diezmado y mal conducido pudo haberse puesto al frente de la
democratización, entrar en una sincera negociación susceptible de establecer la
convivencia y poner la suerte de nuestra abrumada nación en manos del pueblo
soberano el nombramiento de las autoridades que lo gobierne en la forma y por
el tiempo consagrado en la Constitución.
A
estas alturas ya contaríamos con una envidiable democracia próspera y libre con
la cual todos quisieran tener las mejores relaciones del planeta.
El
revocatorio seguiría como posibilidad al alcance de los electores, por si los
contumaces enemigos de la libertad resucitaran alentados por sueños de
perpetuación.
No
siempre es posible armar el tinglado de la mejor de las situaciones. Lo usual
es que sea más o menos patituerto o que sus partes no encajen. Pero, con
frecuencia, quienes luchen por un cambio capaz de determinar el porvenir
aprenden a usar con habilidad y acierto mecanismos inesperados que multiplican
posibilidades. Así ocurre con los países, instituciones y movimientos
solidarios. Las partes han ido ajustándose, lo que permite alentar la
esperanza.
Lo
primero es la superación de diferencias en el mundo solidario. EE. UU., Canadá
y la Unión Europea produjeron un documento conjunto en el que no se observan
brechas, no se levantarán sanciones en forma parcial y no se reconocerán
elecciones que no cumplan las condiciones ya claramente exigidas.
A su
vez parece que las diferencias de Rusia, China, Irán y aliados menores no
tienden a endurecerse, quizá sea lo contrario. Puesto que todos esos factores
se retroinfluyen, el resultado podría ser de alguna manera mejor que lo
esperado, lo cual sería ya el de las condiciones exigidas en nombre de la
libertad y la transparencia.
Américo
Martín
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