Carolina Gómez-Ávila 11 de julio de 2021
Lo de
esta semana ha sido inédito y, sobre todo, una incontestable demostración de
que siempre se puede estar peor. Por eso me cuesta describirlo. No creo que se
deban llamar enfrentamientos a las descargas unilaterales de muchos miles de
municiones contra objetivos tan lejanos que solo hirieron y mataron a
caraqueños que intentaban hacer lo que todos: afrontar desamparados la
emergencia humanitaria compleja en medio de una pandemia e intentar sobrevivir.
Eso es lo duro, murieron porque querían sobrevivir.
Un par
de días antes de que se desatara el infierno, los que conocen los detalles de
la vida militar nos dijeron que, después de los últimos ascensos, tenemos más
generales de los que se justifican. Un par de días después, quienes no
conocemos de la vida militar pero vimos al hampa disparar con armas y
municiones que la Constitución reserva exclusivamente a la Fuerza Armada
Nacional, pensamos igual.
Aún no
nos sobreponemos del horror inexplicado que se vivió en Apure —cuyos
denunciantes terminaron presos y acusados de terroristas— y ya tenemos otro. Lo
de esta semana ha sucedido en la superpoblada capital y ha sido narrado
audiovisualmente por cientos de habitantes del municipio Libertador, así que
esta vez no hay defensores de derechos humanos a quienes puedan culpar.
Creo
que el 7 de julio de 2021 marca un hito. Un hito con un par de coincidencias
curiosas, a juzgar por otras noticias reseñadas al día siguiente: la primera es
la visita de expertos de la Unión Europea, invitada a observar el evento de
votaciones previsto para el 21 de noviembre; la segunda es la de los noruegos,
que estaría relacionada con la agenda de unas negociaciones a efectuarse en
México a partir de agosto.
No me
parece extraño que se envenene tanto el aire antes de estas posibles negociaciones.
No me parece extraño que los políticos que fueron los últimos diputados que se
dio el pueblo de Venezuela en elecciones libres y justas, sean falsamente
asociados a los ataques que cometió un grupo de hampones que han sido
protegidos por políticas públicas durante 22 años.
Lo que
me parece extraño es que la comunidad internacional actúe como si tratara con
honorables gobernantes. Lo que me resulta muy extraño es que no se advierta que
estamos a punto de presenciar una película que los venezolanos tenemos muy
vista. Lo verdaderamente extraño es que los custodios constitucionales de las
armas de la república no se den cuenta de que esto se les acaba de ir de las
manos y que sus vidas dependen del retorno a la institucionalidad.
Carolina
Gómez-Ávila
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