Ismael Pérez Vigil 03 de julio de 2021
En
medio de la indiferencia popular, o general, con relación a la política, el
país avanza en un proceso de negociación −aun no claramente definido− y hacía
unas elecciones locales y regionales a finales de noviembre, totalmente
definidas.
La
oposición mayoritaria aún no ha decidido oficialmente si participará o no en el
proceso de noviembre; sin embargo, la discusión acerca de votar o abstenerse ya
no tiene mucho sentido; todo está dicho, no hay nuevos argumentos y la
discusión −sobre todo en redes sociales y en uno que otro artículo de opinión−
ha degenerado mayormente en ironías, calificativos, insultos y ofensas.
¿Queremos
vivir en democracia?
Quizás
habría que remontar esa discusión muy “arriba”, llegar a la esfera de los
principios y comenzar a cuestionarse cosas, como por ejemplo: ¿Todo el mundo
quiere vivir en libertad y democracia?, no parece. Algunos están conformes con
lo que tenemos y con vivir dependiendo del gobierno, de sus dádivas o de lo que
éste les quiera suministrar. Entre los más privilegiados de ese grupo les gusta
la “libertad”, pero para ellos, no les importan los demás; disfrutar de sus
riquezas derivadas del apoyo al régimen es lo único que les interesa.
A
otros pareciera que les es indiferente o no se han puesto a reflexionar mucho acerca
del tema y acerca del daño que hace a sus vidas los que sostienen a los
primeros y nos sojuzgan a todos. Un tercer grupo, al que volveremos después,
está muy ocupado en la sobrevivencia básica en estos momentos y su excusa
− ¿válida? − es que eso no le permite ocuparse de la política.
El
problema es que a los que sí queremos vivir en libertad, escoger el gobierno
que nos guste, vivir bajo el único imperio aceptable, que es el de las leyes
justas, bajo un sistema económico que no discrimine, que ofrezca a todos las
mismas oportunidades y premie el esfuerzo, no lograrnos ponernos de acuerdo en
cuál es la forma para conseguirlo, lo que facilita la tarea de los que nos
niegan la libertad.
Negociación
y elecciones, ¿para qué?
Sin
embargo, la política, como la vida, se abre camino. Obviemos el tema de la
negociación, cuya discusión no está exenta de calificativos e insultos, pues es
donde parece haber un consenso mayor, por parte del liderazgo político. Sin
embargo, nuestra fuerza allí es limitada, pues dependemos excesivamente de la
presión internacional, basada en las sanciones aplicadas por varios países, que
no controlamos de manera directa. Nuestro reto es cómo hacemos para incrementar
la presión interna que nos fortalezca y ayude en futuras negociaciones.
Concentrémonos,
por tanto y nuevamente, en el tema electoral: Votar o abstenerse; que, reducido
a su último término, es lo mismo, una mera táctica política. No voy a
argumentar más en contra de la abstención, ni voy a calificar de ninguna manera
a los que se abstienen, me basta con decir que si la abstención no va
acompañada de movilización política, en nada se diferencia de la abstención por
indiferencia política, que como una endemia se ha instalado en el 35% desde
1998.
La
negociación, aparte de sus objetivos y lo que con ella se pueda lograr, desde
un punto de vista práctico e inmediato es básicamente un buen “ejercicio” que
permite desarrollar las destrezas de la élite política; pero, nos sigue
faltando el componente del desarrollo político popular: ¿Cómo movilizar al
resto del país? Y aquí es donde notamos una grave carencia, pues esta tarea que
es de todos los venezolanos, su coordinación y articulación le corresponde a
los partidos políticos −y en su defecto, o con su concurso a la sociedad civil organizada−
y nos encontramos con partidos políticos diezmados, poco consistentes, con
escasa penetración, sin líderes, pues buena parte de ellos están en el exilio,
o no gozan de credibilidad interna y general; con poca formación ideológica y
política de sus militantes y dirigentes, sin recursos, sin credibilidad entre
la población.
Barreras
a la vía electoral.
Esa
tarea, urgente, ineludible, además del problema mencionado de la crisis de los
partidos, se enfrenta a otros cuatro problemas, probablemente entre muchos
otros, que se podrían resumir de esta manera:
– El
primero, es que la población venezolana no escapa al fenómeno que vemos en
muchas partes del mundo, ese sentimiento de que el sistema democrático parece
no haber respondido cabalmente a las necesidades de gran parte de la población
y por eso buscan afanosamente un líder mesiánico, de carácter populista,
que ofrezca una especie de “poción mágica” para resolver el problema del mal
funcionamiento de la democracia. Usualmente, se equivoca cuando cree
encontrarlo y las consecuencias son graves.
– El
segundo problema, en el caso particular de Venezuela, es el de una población
sometida durante más de 40 años al bombardeo de una campaña de descrédito a la
democracia, que también lo fue en particular en contra de políticos y partidos,
a los que se acusa, con bastante razón, de procesos de corrupción e ineficacia
en resolver los problemas del país; campaña aprovechada por Hugo Chávez Frías
en 1998 para hacerse con el poder y luego de instalado en él, utilizar éste de
manera sistemática para acabar con los partidos y desacreditar a la democracia
y el valor del voto como factor para la toma de decisiones.
– En
tercer lugar, ese ambiente de indiferencia general por el tema político −sobre
todo electoral− se agravó en una población que además ahora está sometida a una
crisis humanitaria severa, debido a la destrucción de la economía tras veinte
años de oprobioso régimen, “gracias” al llamado socialismo del siglo XXI;
ahora, sufriendo el país una pandemia, mal atendida, como era de esperarse de
este gobierno, la preocupación básica −al menos la de la gran mayoría de la
población− es el diario sustento, la inseguridad personal, la falta de empleo,
la carencia de servicios básicos y elementales, para enumerar solo los males
principales.
Así,
hoy ambas opciones, votar o abstenerse, luce que son igualmente malas, pues nos
llevan a perder y nos retroceden en materia política frente a la mayoría
opositora del país, a la que no se le ofrece una alternativa de cambio, que le
dé esperanza y le sirva para enfrentar las duras condiciones de vida a las que
está sometida la mayoría del pueblo venezolano, opositores y no opositores.
Pero
tenemos un cuarto problema, que no es menos grave y es el que se refiere a
¿cuál es la magnitud, el tamaño de esa población, mayormente decepcionada, a la
que debemos conquistar para que se sume a la tarea de restituir la democracia?
Los
números de la estrategia.
Solemos
decir, basados en encuestas y encuestadores, que nos aseguran que, aunque el 50%
de los venezolanos no quiere participar en elecciones, el 80% o más, está en
contra del gobierno. No voy a cuestionar la validez de esos números, pero
siendo esto así, parece fácil afirmar, que dada la magnitud del descontento, de
la desaprobación, la tarea podría ser fácil, pues hay “espacio” suficiente para
que crezca alguna opción para enfrentar este régimen de oprobio. Pero llegado a
este punto, me temo que no soy tan optimista con las cifras. Veamos.
Si
hacemos grandes y redondos números, solo a efectos de facilitar los cálculos,
de la población general del país de unos 32 millones de habitantes −que algunos
aseguran que es mayor− tenemos unos 21 millones en el registro electoral (RE).
¿Por qué tomar el RE?, se preguntarán algunos. La respuesta es simple, porque
en algún momento la salida final conducirá a un proceso electoral,
presidencial, para el que tenemos que estar preparados y organizada la
población y los grupos que llevarán la gente a votar y luego defenderán el
voto. Pero, además, usar las cifras del RE es poner un referente que permita
hacer cálculos; dicho lo anterior, debemos considerar que posiblemente ese
número −al igual que el de la población− subestima el RE en 1.5 o 2 millones de
personas; se calcula que casi un 10% de personas no están registradas, sin
contar los que no están cedulados ni registrados en ninguna parte.
Examinemos
esos 21 millones, siempre en cifras gruesas; de ellos un 35% es un peso muerto,
que desde 1998 no ha participado en ningún proceso electoral; ni siquiera podemos
decir que se abstiene conscientemente; simplemente para ese grupo lo político,
lo electoral, no existe; no es que no le afecte, que lo hace y mucho,
simplemente no está en su “radar” de acción y vida.
Además,
ahora tenemos más de 6 millones de venezolanos que se fueron del país, de los
cuales por lo menos dos millones y medio votan −eso es el 18% de los que quedan
en el RE, después de sacar los que se abstienen− y que por ahora no lo podrán
hacer por estar en el exterior, y que nos tendremos que ocupar, presionar, para
que en el RE sea actualizada su situación y podamos contar con su participación
en elecciones presidenciales y nacionales. Aunque pudiéramos asumirlo así, no
todos esos son votantes opositores, pero descontándolos del RE, nos va quedando
en el país un 57% de potenciales electores o votantes, del cual el régimen
cuenta −entre propios, “alacranes” y añadidos−, por lo menos con un 20%, de
acuerdo con las cifras de los últimos procesos electorales. Por lo tanto, la
oposición mayoritaria solo cuenta con un 36%; es decir, un poco más de 7.5
millones de votantes, si le sumamos los opositores “disidentes” o demócratas
que por confusión o por reacción política contra la oposición oficial, votaron
por los alacranes en el último proceso.
Conclusión.
Poco
más de 7 millones de electores es el “capital social” o más propiamente, el
“capital electoral” con el que eventualmente podríamos contar después de 21
años de resistencia y oposición, si hacemos bien nuestro trabajo. Para algunos
esta cifra puede ser decepcionante, si están pensando en ese mítico 80% de las
encuestas, pero creo que, políticamente hablando, partir de un número más
conservador es lo más sano, para plantearse la reconstrucción de la oposición.
Para convertir ese potencial en mecanismo de presión interna que mejore nuestra
posición negociadora y no dependamos tanto de la presión internacional, que no
controlamos de manera directa.
La
pregunta ahora es, ¿cuál es la vía más apropiada?, para que este capital
crezca; para entusiasmar a los que están en el exterior a que actualicen su
registro, suponiendo que se logra instrumentar una forma de hacerlo; para
convencer que regresen a nuestras filas los que se dejaron llevar −por engaño o
frustración− por “los alacranes”; para que se acerquen a la vía democrática los
que una vez creyeron y hoy están decepcionados del chavismo. Estas son nuestras
opciones, nuestras tareas, y los números conservadores, con que contamos.
Ismael
Pérez Vigil
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