Ricardo Combellas 20 de septiembre de 2021
Cándido,
como la mayoría de mis lectores saben, es el personaje principal del cuento
homónimo de Voltaire. Nuestro autor nos retrata, cónsono con el espíritu de la
época, un personaje aviesamente optimista, pese a vivir en un tiempo
horroroso donde reinan la violencia, la guerra, el desprecio por la
dignidad del hombre, el fanatismo y la intolerancia. Sin embargo, no
obstante los duros golpes que tanto observa como recibe en su
propia vida, nunca pierde las esperanzas de un mundo mejor. La relectura del
Cándido, un placer que de mi parte crece con los años, me inspiró la
configuración de una suerte de nuevo síndrome, presente en nuestra desdichada
patria, y de acuerdo con el cual asumimos con optimismo el destino
independientemente de los golpes de una situación desgraciada.
La
reflexión viene a cuento por la manera en que algunos compatriotas han asumido
la negociación mexicana. Se sostiene así que de una manera pausada pero
incremental, nuestro oprobioso régimen comenzará a transitar por un redil que
nos conducirá inevitablemente a la reinstitucionalización del país bajo
el paraguas de la Constitución. El llamado memorándum de entendimiento
suscrito entre el gobierno de Maduro y un sector de la oposición venezolana nos
abrirá así un camino firme y optimista hacia la anhelada reconciliación
nacional.
“Ni
tan calvo ni con dos pelucas”. Dialogar, intentar entenderse, buscar y lograr
acuerdos se debe siempre intentar, incluso así sea con el diablo, como símbolo
o encarnación del mal. Pero, por favor, no dejarse ilusionar por sus
tentaciones, de donde devienen primero el optimismo y luego la inevitable
frustración. Soy de los que sostienen que lamentablemente la oposición
representada en México no tiene claridad de miras sobre el núcleo duro de su
propuesta fundamental: adelanto de las elecciones presidenciales y
parlamentarias, donde el pueblo soberano, fuente de la legitimidad de un
régimen democrático, indique los caminos para el restablecimiento del valor
conductor de la Constitución. Si se llega a la conclusión de que es inevitable
la prolongación del régimen hasta el año 2024, como ya algunas declaraciones de
negociadores parecen indicar, pues dígase claramente y no vuelva a
repetirse el ya triste destino del mantra de Guaidó y su gobierno interino. En
este último eventual supuesto, por lo menos deben asegurarse (tarea harto
difícil, pero no imposible) las garantías electorales prescritas de forma
vinculante en el artículo 294 de nuestra carta magna: “Los órganos del Poder
Electoral se rigen por los principios de independencia orgánica, autonomía
funcional y presupuestaria, despartidización de los organismos electorales,
imparcialidad y participación ciudadana; descentralización de la administración
electoral, transparencia y celeridad del acto de votación y escrutinios”.
Repito
lo que he sostenido reiteradamente , al igual que muchos compatriotas cuyas
ideas sobre el particular comparto. Resulta inexplicable por parte de la
oposición representada en México no hacer hincapié en un instrumento recogido
expresamente en la Constitución para aplicarlo en estos casos, como es el
referéndum revocatorio. Se trata de un instrumento que responde a un derecho
humano fundamental, el derecho de participación política, un genuino derecho
democrático y constitucional que no aparece expresamente estipulado, como
debería serlo, en el memorándum señalado.
No
niego la relevancia de diversos aspectos contemplados en el memorándum,
en particular aquellos atinentes a mitigar el dolor y el sufrimiento de tanta
gente, consecuencia del hambre y el desamparo, así como el de proponer de una
vez una vez por todas (¡no entiendo que se espera para ello!) una ley de
amnistía que libere a los presos políticos, procesados o condenados por
defender sus ideas y sostener sus legítimas convicciones, en tanto seres
humanos dotados de derechos derivados de su esencial dignidad.
En
suma, resultaría imperdonable que el síndrome de Cándido se apodere del clima
de la negociación mexicana, dadas, repito, sus nefastas consecuencias en
la inevitable frustración. Propónganse más bien la guía del espíritu frío
y perspicaz de Maquiavelo, quien amaba más su patria que su alma, y
sepulten de una vez el optimismo de Cándido y de su maestro Pangloss.
Ricardo Combellas
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