Humberto García Larralde 29 de septiembre de 2021
Enfatizábamos,
en un escrito anterior, la importancia de las instituciones para la
recuperación de Venezuela. Sin un marco institucional apropiado no ocurrirá,
salvo que el concepto de “recuperación” lo estiremos para designar solo la
disponibilidad de bienes importados para quienes tienen cómo pagarlos en
dólares o la opulencia ostentada por las mafias del poder que desangran al
país. Pero para la gran mayoría de los venezolanos, tal situación está muy
lejos de la vida digna a que aspiran y merecen.
Solo con una significativa inyección de recursos externos podrá Venezuela aprovechar a cabalidad sus potencialidades. Éstos son cruciales para reemplazar el financiamiento monetario del déficit público, y para costear las reformas sustanciales que capaciten al actual Estado (fallido) para gestionar políticas y administrar eficazmente los bienes públicos. Por la magnitud requerida, estos recursos solo pueden provenir de los organismos multilaterales, que los condicionarán a que sean utilizados para superar las distorsiones que tanto han dañado a la economía, como para proyectos específicos. Eventualmente deberá reembolsarse lo prestado, salvo la ayuda humanitaria acordada a fondo perdido. Esto último estará muy lejos de cubrir los requerimientos de Venezuela, más cuando se compite por fondos con la gran mayoría de los países del globo, los más pobres, castigados con los estragos de la pandemia.
Central
a que nos sean aprobados estos recursos es la instrumentación de políticas que
restituyan los equilibrios macroeconómicos y abaten la inflación. Sin esto,
difícilmente habrá reactivación económica. Implican sanear las cuentas fiscales
vendiendo activos que son, hoy, un desaguadero de las cuentas públicas, eliminar
la corrupción, mejorar la recaudación impositiva y asegurar el equilibrio
inter-temporal de su gestión. Lo anterior se asocia a un marco institucional
regido por la autonomía y equilibrio de poderes, conforme a la constitución,
base para el control y la supervisión presupuestaria por parte de la Asamblea
Nacional y del país en general. Exige la transparencia de gestión y la
rendición de cuentas. Requiere de la independencia del poder judicial para
dirimir controversias entre el Estado y privados, así como entre dependencias
públicas, según lo pautado en el ordenamiento jurídico. Asimismo, supone la
autonomía del Banco Central para conducir políticas monetarias que redunden en
la estabilidad de precios y el equilibrio en las cuentas externas, en el caso que
se pretenda conservar la moneda nacional.
El
régimen chavo-madurista se constituyó con base en una dinámica diametralmente
opuesta. Descansa en la centralización del poder y la sustitución de las
garantías constitucionales y de los mecanismos de mercado, por decisiones
discrecionales arbitrarias basadas en intereses grupales o pecuniarios. Las
instituciones del Estado republicano democrático fueron destruidas para erigir
un Estado patrimonialista, en el cual los recursos públicos son administrados
como si fueran patrimonio de quienes controlan el poder. Se retrotrajo la
sociedad a reglas de juego (instituciones) primitivas, basadas en el control,
excluyente y por la fuerza, de las condiciones necesarias para la vida de los
venezolanos. En este arreglo tienen supremacía los militares que traicionaron
sus juramentos de defender la nación en aras de participar ventajosamente en
las corruptelas que afloraron con la demolición del Estado de Derecho.
Se
instituyó, así, un régimen de expoliación, amparado en una retórica
“revolucionaria” que “justifica” la parasitación de las actividades productivas
y comerciales de la nación por quienes se han impuesto en el poder. Venezuela
se convirtió en territorio ocupado de una camarilla militar y civil, cada vez
más envilecida y reprochada interna y externamente, pero que se sostiene
gracias a las alianzas tejidas con cómplices diversos para desvalijar al país.
Al igual que cuando las monarquías depredadoras de los siglos XVI y XVII,
Maduro les enviste de “patentes de corso” para asegurar su connivencia y
lealtad. Cimentó, así, un tinglado de complicidades entre mafiosos para
sostenerse en el poder.
Ahora,
ante la eliminación y despenalización del régimen cambiario, la liberación de
facto de precios y de transar en dólares, y la anunciada exoneración de
impuestos a los emprendedores, algunos creen que comienza un proceso de
reactivación. Pero éstas son iniciativas aisladas a las que Maduro se ha visto
obligado a acudir en un intento de paliar la desolación que él mismo causó. Sin
servicios públicos satisfactorios, seguridad jurídica y personal,
financiamiento, estabilidad de precios, inserción provechosa en la economía
mundial y libertades civiles y garantías ciudadanas, tienen muy corto aliento,
más con los controles asfixiantes que incentivan la extorsión a comerciantes y
productores. No modifican la naturaleza del régimen de expoliación instaurado.
Se evidencia claramente en la desesperación del chavo-madurismo por la
detención de Alec Saab (en Cabo Verde) y Hugo Carvajal (en Madrid), y su pronta
extradición a los EE.UU. Son engranajes estratégicos del sistema
mafioso-expoliador que se ha entronizado en el poder. Al primero se le acusa de
ser testaferro de Maduro en una serie de negocios marcados por sobreprecios y
lavado de dineros mal habidos, y el segundo ocupó posiciones claves para
facilitar el tráfico de drogas de las FARC, entre otras cosas. Por demás, el
régimen mantiene centenares de presos políticos, continúa ofendiendo a los
venezolanos con sus mentiras para lavarse sus culpas y sigue arremetiendo
contra las libertades ciudadanas, en un marco de total opacidad de su gestión.
Ahora parece andar buscando excusas para sabotear el proceso de negociación
iniciado en México para evitar compromisos que atenten contra estos arreglos.
Como buenos fascistas, les echarán la culpa a otros.
La
recuperación de Venezuela demanda un cambio político profundo. Pero al producirse
éste –desafío central de las fuerzas democráticas, que es tema de otras
reflexiones–, no debe limitarse a instaurar un programa de estabilización y
reformas como lo mencionado al comienzo. El nivel de destrucción ha sido
excesivo. De una manera u otra, es menester desatar, dentro del marco de ese
programa, lo que Aquiles Nazoa denominó “los poderes creativos del pueblo” para
engendrar una respuesta excepcional por parte de los venezolanos que recupere,
cuanto antes, sus posibilidades de vida digna. No es éste el espacio para
profundizar en los mecanismos institucionales para ello, pero merecen atención
las siguientes interrogantes, entre otras. ¿Cómo concertar esfuerzos entre
empresarios, autoridades y fondos a fin de superar velozmente los cuellos de
botella que impiden aprovechar la enorme capacidad ociosa del aparato
productivo? ¿Cuáles instituciones son cruciales para fomentar el emprendimiento
entre los venezolanos, con qué recursos debemos contar para ello? ¿Qué
mecanismos serán los más idóneos para aprovechar, a nivel local, sectorial o
nacional, el caudal de talentos existentes en el país o dispersos en la
diáspora, muchos de los cuales quizás no regresen? ¿Cómo atacar eficazmente la
terrible inseguridad causada por la corrupción de las fuerzas de seguridad y la
proliferación de bandas criminales, tomando en cuenta la situación de anomia
producida? ¿Cuáles son los elementos críticos de la gestión pública a corregir
para que pueda contribuir con estos procesos de cambio? ¿Cuál es el marco más propicio
para promover la activa participación de la ciudadanía en la solución de
problemas locales o nacionales? ¿Qué papel deben jugar los medios de
comunicación en todo esto?
Indudablemente,
son muchas más las preguntas que deben plantearse. Cabe recordar que la
respuesta efectiva ante ellas requerirá de un fuerte apoyo financiero
internacional y del desmantelamiento rápido del marco punitivo que asfixia la
iniciativa privada e intimida el ejercicio de la ciudadanía, en el marco de un
programa de estabilización y reformas iniciales básicas. Asegurar la confianza
que se desprende de un marco institucional que defiende celosamente los
derechos humanos y económicos, y que derrote la inflación, será crucial. Más
allá, se pone a prueba las virtudes políticas del liderazgo democrático, el
“timing” y la secuencia de medidas, sus complementariedades y el apoyo
ciudadano. Y quedan las preguntas claves: ¿Cómo producir el imprescindible
cambio político?, ¿Qué hacer con los militares?
Esperemos
que el liderazgo democrático y el pueblo venezolano estén a la altura de tan
formidables desafíos.
Humberto
García Larralde
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