Por Gregorio Salazar
A cinco días de su estruendosa derrota en las elecciones primarias para las legislativas argentinas el gobierno de Alberto Fernández permanecía en estado catatónico. Sin agenda, sin pronunciarse sobre cinco intempestivas renuncias ministeriales, cancelado su viaje a la reunión de la Celac y, lo que es peor, recibiendo el fuego cruzado e inmisericorde de Cristina Kirchner y una escatológica diputada de su bando.
La señora Kirchner, ese acabado emblema de la corrupción y la demagogia continental, publicó el jueves una carta en la que básicamente afirma que ella advirtió de la derrota, que dijo lo que había que hacer para evitarla (salir a repartir pesos) y nadie le hizo caso. Clásica faz de madera para escurrir el bulto.
Diga lo que diga semejante personaje la derrota del oficialismo argentino no es huérfana: la procrearon papá Alberto y a mamá Cristina repitiendo lo errores económicos y abusos del pasado. Lo que queda por ver es si serán capaces de reciclar su alianza o si esta terminará por saltar en pedazos, como parece.
Claramente la derrota en las primarias del domingo, donde las fuerzas políticas escogieron internamente sus candidatos a las elecciones legislativas del venidero 14 de noviembre, preludia un descalabro mucho peor que los hará minoría en las dos cámaras, un mayor declive del gobierno de Fernández y el consecuente desalojo del poder del Frente de Todos (si no revienta antes) dentro de dos años. Nada anormal en una democracia.
De lo que sí pueden estar seguros los argentinos de cualquier bando es que si el peronismo jurásico pierde el control del legislativo no habrá jugarretas inconstitucionales ni piruetas tragicómicas. No habrá constituyentes sobrevenidas donde solo voten Cristina y su combo, no habrá tribunal supremo que declare a la nueva legislatura en desacato, que anule las leyes que apruebe, que abra juicios contra diputados sin que los procesos lleguen a ningún final y un repugnante etcétera.
Es decir, nadie imagina ni existe en el panorama argentino la más remota señal de que no vayan a prevalecer las instituciones y el Estado de Derecho. Nada perturbará la alternancia en el poder. Es el punto clave que distingue al régimen de Maduro y su círculo de opresión de la gran mayoría de los gobiernos latinoamericanos con la excepción, claro está, de Cuba y Nicaragua.
Venezuela, Cuba y Nicaragua conforman el triángulo infame de los países donde sus ciudadanos han sido despojados –por regímenes fracasados hasta el colapso– de sus derechos civiles y más concretamente de los políticos. Nicaragua y Venezuela se han empeñado por la vía de hecho a instaurar lo que en Cuba opera como mandato constitucional: un partido único.
Aquí no se llega tanto, hay hendijas aprovechables, aunque se haya hecho de todo para que la hegemonía política de la secta en el poder llegue, a base de abuso del poder y el ventajismo más obscenos del que se tenga memoria, hasta el dos mil siempre.
No sabemos qué saldrá de los diálogos de México, ni siquiera si estos llegarán a su fin, vista la reciente alharaca de Maduro y su desesperada movida con querer incorporar a la mesa al filibustero Alex Saab. Pero al margen de ello aquí se mantiene una movilización de las fuerzas políticas que pudiera capitalizar el abrumador caudal electoral del voto opositor en los comicios regionales de noviembre. Demencial sería que egos, rencillas y cálculos adelantados mantuvieran una dispersión de fuerzas que harían nulos el rechazo y el repudio mayoritario de los venezolanos al régimen chavomadurista, el peor de nuestra historia. ¿Serán capaces?
Gregorio Salazar es periodista. Exsecretario general del SNTP.
19-09-21
https://talcualdigital.com/unidad-un-clamor-estentoreo-por-gregorio-salazar/
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