Ángel R. Lombardi Boscán 04 de noviembre de 2021
Ante
la actual debacle diluviana en este 2021 que fenece, uno escucha algunas voces
hablando bien del período del dictador Marcos Pérez Jiménez (1914-2001), que
mantuvo entre 1952 y 1958 un país bajo la danza del rey Midas. ¿Cómo entonces
fue derrocado por sus mismos compañeros de armas que le sostuvieron en el
poder?
Las versiones civiles y de los principales políticos de la resistencia contra la dictadura, que son las que abundan en el documental de Carlos Oteyza, son casi unánimes en señalar como el principal responsable de esto a la épica civil representada por los principales partidos políticos proscritos y perseguidos que pagaron exilios, cárcel, represión, tortura y muerte.
La
resistencia democrática por la libertad, bandera de estos muy valientes
venezolanos, pasó a formar parte de nuestro imaginario esencial en toda la
segunda mitad del siglo XX.
Y todo
esto está documentado y contribuyó con el derrocamiento del dictador. Aunque el
hecho esencial del quiebre —y esto Oteyza apenas lo señala— se tiene que ubicar
a lo interno de las mismas Fuerzas Armadas. La historia es la ciencia de lo que
permanece oculto. Y el protagonismo del pueblo para salir de la dictadura es
mostrado como algo desconcertante por su indiferencia al desenlace final.
Un
pueblo que, si no se metía en «política», podía llevar una vida tranquila y
hasta placentera, si asumimos como ciertos los indicadores de la muy grande
prosperidad económica de la mano del petróleo que hubo en el periodo bajo el
control del Estado y sus inquilinos verde oliva. «Hubo un silencio de las
mayorías y hasta quizás cómplices de las circunstancias». Una modernidad
chucuta porque se avanzó en lo material, aunque hundidos en libertades
ciudadanas y respeto al Estado de derecho.
Nuestra
historia republicana es muy poco republicana en realidad. Creemos que el salto
de colonia a república fue una liberación de un mundo malo a otro bueno cuando,
en realidad, fue una transición traumática y que todavía nos persigue y
alcanza.
El
petróleo nos hizo un país rico sin estar preparados como sociedad para darle un
uso sensato a esa buena suerte. Y los militares, desde 1810 hasta hoy, son el
partido armado que ha gobernado a Venezuela, imponiendo la arbitrariedad o una
breve paz como la que permitieron entre 1958 y 1998 durante el bipartidismo de
AD y Copei.
Esos
40 años en los que se enraizó una conciencia de país moderno es la que hoy
resiste todos los desmanes del monopolio de la fuerza aplastando las leyes de
la república que sus mismos captores invocan y tuercen a capricho, interés y necesidad.
Carlos Oteyza forma parte de esa generación, y sus documentales, todos,
reivindican el protagonismo de los civiles por encima del partido militar. Y
este es el nudo gordiano de la historia moderna y contemporánea de Venezuela
desde 1830 hasta el presente.
Hoy,
2021, el mundo civil es prisionero de la fuerza, y sigue comprometiendo su
presente y futuro apelando a las formas civilizadas para resolver los
conflictos y aspirar a una Venezuela plural, «normal», democrática, moderna y
con ciudadanos educados y convencidos de su propio republicanismo. ¿Y si esta
premisa no es cierta? Y solo alcanzó a una clase media profesional con estudios
universitarios hoy en proceso de desaparición programada.
Lo
misterioso de la historia es que la bonanza de un país no le ofreció garantías
de perpetuidad a un dictador cuya megalomanía fue más que evidente. En cambio,
los que hoy siembran tempestades, miseria y tristeza, sacrificando todo un
país, han sido más duraderos en la apropiación de todo el poder.
Ángel
R. Lombardi Boscán
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