Por Gregorio Salazar
En abril de 1996, y en
medio de un paro nacional de la educación que para la fecha llevaba cinco
semanas, escribió Arturo Uslar Pietri un artículo que tituló «Sin escuela y sin
futuro» en el cual se refería a la larga crisis de la educación venezolana y citaba
informes de la Unesco y el Banco Mundial que la colocaban entre las más
desprestigiadas del mundo, de alto costo y «rendimiento mínimo y casi
negativo».
Era un tema al que el ilustre escritor
había dedicado muchas reflexiones y que conocía a fondo dado que, como refiere
en el mismo escrito, en 1985 tuvo el honor de coordinar una comisión de alto
nivel designada al efecto por el gobierno nacional y que integraron antiguos
ministros de educación, rectores de universidades públicas y privadas y
profesionales de la pedagogía.
17 meses trabajó ese equipo sin que ninguno
de sus miembros quisiera recibir remuneración y que concluyó su misión con la
presentación de un informe «objetivo, sereno, concreto» con un análisis de la
situación y las recomendaciones para poner en marcha «las reformas más
importantes e inmediatas en todos los niveles».
Para el
momento en que Uslar escribió ese artículo en su célebre columna «Pizarrón», el
informe llevaba más de una década condenado al «total olvido y menosprecio». No
tuvo resultado ni consecuencia práctica y el autor señalaba, casi como único
culpable de ello, a los gremios que pensaron que las reformas afectarían «mucho
de sus indebidos privilegios y vicios».
Para Uslar vivíamos en una especie de
apocalipsis educativo que prácticamente condenaba al país a la perpetuación del
subdesarrollo y la marginalidad intelectual y científica. Se dolía de que la
sociedad no hubiera reaccionado con angustia existencial ante el cierre de las
escuelas y la eventualidad de la pérdida del año escolar por unos seis millones
de alumnos. Prefería el sistema en funcionamiento, aunque ineficiente, a la
parálisis total.
Por muy fecunda que fue la imaginación del
insigne escritor, difícilmente hubiera podido imaginar los niveles de derrumbe
en todas las áreas del sistema educativo venezolano que hoy, según la última Encuesta de Condiciones de Vida realizada por la UCAB 2021, que registra una
pérdida de cobertura que alcanza a casi un tercio de la demanda estudiantil.
Dicho de otra forma, a finales del 2020, de
una demanda potencial de 11 millones de estudiantes, cuyas edades están
comprendidas entre los 3 y 24 años, menos de dos de cada tres se declararon
inscritos en un centro educativo para el período 2020-2021.
Y si es verdad que estamos en un contexto de pandemia, no se le puede atribuir a esta la diáspora de educadores, a los que ya no hay paro que les devuelva unas condiciones de vida y trabajo que los saquen del 96% de pobreza que abruma al país, ni del derrumbe de la infraestructura ni de la pobreza de las familias imposibilitadas de costear los estudios de sus hijos, desde la debida alimentación, vestimenta, transporte y útiles escolares.
Mucho menos podía imaginar Uslar que un
Estado cuya Constitución, impulsada por los mismos que hoy gobiernan, lo obliga
a asumir la educación —derecho humano y deber social— «como función
indeclinable y de máximo interés en todos sus niveles y modalidades» se
dedicara a estrangular presupuestariamente a las universidades nacionales hasta
llevarla a niveles de parálisis, disfuncionalidad y pérdida de su propia
infraestructura, talleres, laboratorios, instalaciones deportivas o culturales.
El remate a todo ello es la patética imagen
de Nicolás Maduro, empotrada su fofa humanidad en un pupitre de una aula de la
UCV, adonde entró, con asalto y nocturnidad, con prescindencia de la misma
representatividad que dice tener para continuar su cadena de improperios y
amenazas contra una institución fundamental durante 300 años de historia de
Venezuela.
Maduro,
aunque quisiera, no puede humillar y degradar a la UCV comparándola en su
infame extravío con un recinto penitenciario. Son otros los que se degradan con
su empeño en profundizar la barbarie.
Tampoco la ha podido doblegar a pesar de 22
años de presupuestos disminuidos y reconducidos en medio de una de las más
espantosas crisis hiperinflacionarias que un régimen haya generado en el mundo.
El cerco sobre la UCV reedita esos momentos
en los que, como esperaba Uslar, se expresara la angustia existencial de los
venezolanos tomando conciencia de sus prioridades. Esta vez en defensa de la
universidad autónoma y democrática. Ojalá veamos la unidad de profesores, estudiantes,
egresados, personal administrativo y obrero y la sociedad civil en torno a
trascendental objetivo. Para ello, y para vencer la sombra que se ha
entronizado en nuestra patria, la unidad sigue siendo la clave de todo futuro,
de todo renacer, de toda victoria.
Gregorio Salazar es periodista. Exsecretario
general del SNTP.
31-10-21
https://talcualdigital.com/vencer-la-sombra-gregorio-salazar/
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