Julio Castillo Sagarzazu 22 de abril de 2022
Decía
Abraham Lincoln: “No se ahorca a la gente porque se roba los caballos. Se les
ahorca para que no se roben los caballos” En las sociedades civilizadas, el
objeto de una sanción no es solazarse en el castigo al delincuente. Si así
fuera estaríamos en presencia del sadismo institucional, propio de los
regímenes del horror y de las dictaduras. Efectivamente, el objetivo final de
toda sanción es disuadir a los potenciales infractores a no quebrantar la ley.
Posteriormente la civilización democrática ha incorporado la función de
reeducación y reinserción del reo a la sociedad a la que ha lesionado con su
conducta.
Esto que es cierto a nivel de un estado particular, lo es también a nivel de las organizaciones que se han creado a nivel internacional. De hecho, la Corte Penal Internacional es el pináculo de ese sistema que los países han convenido en crear para proteger los mismos valores y evitar que las “inmunidades” de mandatarios y autoridades, les permita burlar la ley y violar los derechos humanos de sus nacionales o los de otro país, como acontece hoy con la brutal invasión de Putin a Ucrania.
Hoy se
ha puesto de nuevo en el debate el tema de las sanciones que una parte
importante de la comunidad internacional ha dictado contra autoridades y contra
el Estado venezolano. La mayoría de ellas fundadas en la evidencia de graves
violaciones a los derechos humanos y políticos de los venezolanos.
En el
caso de los Estados Unidos, las sanciones se han dictado, tomando como base
legal un decreto emitido por el presidente Obama y ratificado por Trump y
recientemente por Biden, mediante el cual, se declara a Venezuela como una
amenaza a la seguridad de los Estados Unidos.
Sobre
el particular valdría la pena afirmar que ciertamente Venezuela no es ninguna
amenaza militar para los Estados Unidos. En realidad, la seguridad de un país,
no atañe solo a la esfera de la defensa militar de sus fronteras o de su
integridad territorial. El fundamento de este decreto es la evidencia, no
controvertida, de las amistades peligrosas tanto de Chávez como de Maduro.
Recordemos
su relación con Sadam Hussein; las espadas de Bolívar repartidas entre todos
los enemigos de los Estados Unidos; los vínculos evidentes y públicos con
Hezbolah; el homenaje al jefe de la Guardia pretoriana de los Ayatolas en el
ministerio de la Defensa; los pasaportes venezolanos incautados en aeropuertos
europeos a terroristas del medio oriente y, aún más grave que todo esto: El
efecto corruptor del dinero opaco que sale de aquí y que ha sido lavado en
inmuebles e inversiones norteamericanas, tocando a funcionarios y lobistas y
amenazando con hacer metástasis en sectores más amplios de la sociedad. Todo
eso sin contar el peligroso efecto social de la emigración irregular de más de
6 millones de compatriotas que se ha convertido en un tema de seguridad, no
solo para USA, sino también para todos los países latinoamericanos.
Lo que
hemos enumerado son hechos que, de acuerdo con la doctrina de seguridad de los
Estados Unidos y muchos países europeos, pueden dar lugar a reacciones de
defensa, una de las cuales es la de imponer sanciones a los gobiernos que
consideren potencialmente hostiles o peligrosos que es lo que ha acontecido con
Venezuela.
Dicho
esto, no podemos negar que estas sanciones afectan también a los venezolanos
comunes y corrientes. ¿Cómo podríamos negar esto? ¿Cómo podríamos censurar que
los venezolanos busquemos la manera que, en el marco de un proceso de
negociación, estas sanciones sean aliviadas y que se concerté un progresivo
levantamiento versus un cambio de conducta del régimen en relación con los
hechos que le dieron origen? Desgraciadamente, no es esto lo que está
ocurriendo.
Quien
esto escribe, no es especialista en política norteamericana, pero no cabe duda
de que una carta dirigida a Biden por un grupo de venezolanos no tendrá
probablemente mucho recorrido. Hasta la visita de sus funcionarios a Caracas
pareciera que no tendrá mayor repercusión después de las tormentas que desató
entre los propios demócratas. No vemos a Biden, en vísperas de la elección de
“mid term” alborotando ese avispero, nada más que porque quiere un poquito de
petróleo venezolano para sus reservas estratégicas. Le sale más barato
políticamente, comprarlo en Colombia, México o Canadá. Tampoco vemos a Maduro
desentendiéndose de Putin (ya lo llamaron al botón en Turquía) y quebrando
lanzas en favor de un acuerdo con Biden. No le interesa.
La
situación en Venezuela tampoco ayuda “argumentalmente” hablando. Para tragedia
del régimen y varios de sus aliados, “Venezuela se está arreglando” y está
mejor hoy que antes de las sanciones. Antes de las sanciones hacíamos largas
colas por un paquete de harina Pan. Hoy los supermercados están a reventar de
cualquier producto. De manera que la campaña por el levantamiento de estas
sanciones está un pelo desfasada en el tiempo. El argumento de que las
sanciones no han sacado a Maduro es cierto, pero también lo es que sin
sanciones tampoco salieron ni él ni Chávez. Es ahondar en un falso dilema
continuar por ese camino.
Por
otro lado, y opinando ya en el tema político del país, nos parece que este tema
de las sanciones no es una prioridad en el debate opositor. A nuestro juicio,
la prioridad, en este momento, es otra. Es justamente aprovechar este impulso
espiritual de decenas de miles de venezolanos que han logrado burlar las leyes
intervencionistas y que con su trabajo han ido progresando y saliendo adelante
obligando al régimen a hacerse el policía de Valera y “dejar hacer y dejar
pasar” para que la mano invisible del mercado no le de otra bofetada. Organizar
ese sentimiento y aprovechar que ahora hay menos dependencia de los mecanismos
de control social del gobierno, si es una tarea importante.
También
deberíamos estar ocupados en desenredar la madeja de las contradicciones
internas; en tener una política común ante el desafío de unas eventuales
elecciones presidenciales. Deberíamos igualmente estar montados en
una campaña por la derogación definitiva de todas las normas que asfixian la
economía que siguen pendiendo como espada de Damocles sobre todos; por la
libertad de los presos de conciencia y la restitución de los derechos políticos
de todos los venezolanos.
El tema
de las sanciones y las cartas pasarán. Al final, como nos dice Serrat, después
de la fiesta: “vuelve el pobre a su pobreza, vuelve el rico a su riqueza y el
señor cura a sus misas” De seguro habrá otros temas en el debate y aunque el
anterior se olvide, seguiremos mostrándonos desunidos y sin estrategia común.
Todo eso está en la columna del “Debe” de nuestra lucha y en la región del
cerebro donde se almacena los rencores y las facturas.
Definitivamente,
hay que retomar los temas importantes del debate y pasar de largo los que no lo
son.
Julio
Castillo Sagarzazu
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