Francisco Fernández-Carvajal 24 de abril de 2022
@hablarcondios
— El
ejemplo de Nuestra Señora.
—
Corresponder a la propia vocación.
—
El sí que nos pide el Señor.
I. Al
entrar al mundo dijo el Señor: Vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad1.
La Anunciación y Encarnación del Hijo de Dios es el hecho más maravilloso y extraordinario, el misterio más entrañable de las relaciones de Dios con los hombres y el más trascendental de la historia de la humanidad: ¡Dios se hace hombre y para siempre! Y sin embargo este acontecimiento tuvo lugar en un pueblo pequeño de un país prácticamente desconocido en su tiempo. En Nazareth, «el que es Dios verdadero nace como hombre verdadero, sin que falte nada a la integridad de su naturaleza humana, conservando la totalidad de la esencia que le es propia y asumiendo la totalidad de nuestra esencia humana... para restaurarla»2.
San
Lucas nos narra con suma sencillez este supremo acontecimiento: En el
sexto mes fue enviado un ángel a una ciudad de Galilea, llamada Nazareth, a una
virgen desposada con un varón de nombre José, de la casa de David,
y el nombre de la virgen era María3.
La piedad popular ha representado desde antiguo a Santa María recogida en
oración cuando recibe la embajada del ángel: Dios te salve, llena de
gracia, el Señor es contigo. Nuestra Madre quedó turbada ante estas
palabras, pero con una turbación que no la deja paralizada. Ella conocía bien
la Escritura por la instrucción que todo judío recibía desde los primeros años
y, sobre todo, por la claridad y penetración que le daban su fe incomparable,
su profundo amor y los dones del Espíritu Santo. Por eso entendió el mensaje de
aquel enviado de Dios. Su alma está completamente abierta a lo que Dios le va a
pedir. El ángel se apresura a tranquilizarla y le descubre el designio del
Señor sobre ella, su vocación: has hallado gracia delante de Dios –le
dice–: concebirás en tu seno y darás a luz a un hijo, y le pondrás por
nombre Jesús. Será grande y será llamado Hijo del Altísimo; el Señor le dará el
trono de David, su padre, reinará eternamente sobre la casa de Jacob, y su
Reino no tendrá fin.
«El
mensajero saluda, en efecto, a María como llena de gracia: la llama
así como si este fuera su verdadero nombre. No llama a su interlocutora con el
nombre que le es propio en el registro civil, Miryam (María),
sino con este nombre nuevo: llena de gracia. ¿Qué significa este
nombre? ¿Por qué el arcángel llama así a la Virgen de Nazareth?
»En el
lenguaje de la Biblia, gracia significa un don especial que,
según el Nuevo Testamento, tiene la propia fuente en la vida trinitaria de Dios
mismo, de Dios que es amor (cfr. 1 Jn 4, 8)»4.
María es llamada llena de gracia porque este nombre designa su
verdadero ser. Cuando Dios cambia un nombre a alguien o le da un sobrenombre,
le destina a algo nuevo o le descubre su verdadera misión en la historia de la
salvación. María es llamada llena de gracia, agraciadísima, en
razón de su Maternidad divina.
El
anuncio del ángel descubre a María su propio quehacer en el mundo, la clave de
toda su existencia. La Anunciación fue para Ella una iluminación perfectísima
que alcanzó su vida entera y la hizo plenamente consciente de su papel
excepcional en la historia de la humanidad. «María es introducida
definitivamente en el misterio de Cristo a través de este acontecimiento»5.
Cada
día –en el Ángelus–, muchos cristianos en todo el mundo recordamos
a Nuestra Madre este momento inefable para Ella y para toda la humanidad;
también cuando contemplamos el primer misterio de gozo del Santo Rosario.
Procuremos meternos en esa escena y contemplar a Santa María que abraza con
amorosa piedad la santa voluntad de Dios. «Cómo enamora la escena de la
Anunciación. –María –¡cuántas veces lo hemos meditado! está recogida en
oración..., pone sus cinco sentidos y todas sus potencias al habla con Dios. En
la oración conoce la Voluntad divina; y con la oración la hace vida de su vida:
¡no olvides el ejemplo de la Virgen!»6.
II. Aquí
estoy para hacer tu voluntad7.
La
Trinidad Santísima había trazado un plan para Nuestra Señora, un destino único
y absolutamente excepcional: ser Madre del Dios encarnado. Pero Dios pide a
María su libre aceptación. No dudó Ella de las palabras del ángel, como había
hecho Zacarías; manifiesta, sin embargo, la incompatibilidad entre su decisión
de vivir siempre la virginidad, que el mismo Dios había puesto en su corazón, y
la concepción de un hijo. Es entonces cuando el ángel le anuncia en términos
claros y sublimes que iba a ser madre sin perder su virginidad: El
Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su
sombra; por eso el que nacerá será llamado Santo, Hijo de Dios.
María
escucha y pondera en su corazón estas palabras. Ninguna resistencia en su
inteligencia y su corazón: todo está abierto a la voluntad divina, sin
restricción ni limitación alguna. Este abandono en Dios es lo que hace al alma
de María ser buena tierra capaz de recibir la semilla divina8. Ecce
ancilla Domini... he aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu
palabra. Nuestra Señora acepta con inmensa alegría no tener otra voluntad y
otro querer que el de su Amo y Señor, que desde aquel momento es también Hijo
suyo, hecho hombre en sus purísimas entrañas. Se entrega sin limitación alguna,
sin poner condiciones, con júbilo y libremente. «Así María, hija de Adán, al
aceptar el mensaje divino, se convirtió en Madre de Jesús y, al abrazar de todo
corazón y sin entorpecimiento de pecado alguno la voluntad de Dios, se consagró
totalmente como esclava del Señor a la Persona y a la obra de su Hijo,
sirviendo con diligencia al misterio de la redención con Él y bajo Él, con la
gracia de Dios omnipotente. Con razón, pues, piensan los Santos Padres que
María no fue un instrumento puramente pasivo en las manos de Dios, sino que
cooperó a la salvación de los hombres con fe y obediencia libres»9.
La
vocación de Santa María es el ejemplo perfecto de toda vocación. Entendemos la
vida nuestra y los acontecimientos que la rodean a la luz de la propia llamada.
Es en el empeño por llevar a cabo ese designio divino donde encontramos el
camino del Cielo y la propia plenitud humana y sobrenatural.
La
vocación no es tanto la elección que nosotros hacemos, como aquella que Dios ha
hecho de nosotros a través de mil circunstancias que es necesario saber
interpretar con fe y con un corazón limpio y recto. No me habéis
elegido vosotros a Mí, sino que Yo os elegí a vosotros10.
«Toda vocación, toda existencia, es por sí misma una gracia que encierra en sí
otras muchas. Una gracia, esto es, un don, algo que se nos da, que se nos
regala sin derecho alguno de nuestra parte, sin mérito propio que lo motive o
-menos aún justifique. No es preciso que la vocación, el llamamiento a cumplir
el designio de Dios, la misión asignada, sea grande o brillante: basta que Dios
haya querido utilizarnos, servirse de nosotros, basta el hecho de que confíe en
nuestra colaboración. Es esto ya, en sí mismo, tan inaudito, tan grandioso, que
toda una vida dedicada al agradecimiento no bastaría para corresponder»11.
Hoy le
será muy grato a Dios que le demos gracias por las incontables luces que han ido
señalando el itinerario de nuestra llamada, y que lo hagamos a través de su
Madre Santísima que tan fidelísimamente correspondió a lo que el Señor quiso de
Ella.
III. Ne
timeas...
«No
temas. Aquí radica el elemento constitutivo de la vocación. El
hombre, de hecho, teme. Teme no solamente ser llamado al sacerdocio, sino
también ser llamado a la vida, a sus obligaciones, a una profesión, al
matrimonio. Este temor muestra un sentido de responsabilidad inmadura. Hay que
superar el temor para acceder a una responsabilidad madura: hay que aceptar la
llamada, escucharla, asumirla, ponderarla según nuestras luces, y
responder: sí, sí. No temas, no temas, pues has hallado la gracia,
no temas a la vida, no temas tu maternidad, no temas tu matrimonio, no temas tu
sacerdocio, pues has hallado la gracia. Esta certidumbre, esta conciencia nos
ayuda de igual forma que ayudó a María. En efecto, “la tierra y el paraíso
esperan tu sí, oh Virgen Purísima”. Son palabras de San Bernardo,
famosas y hermosísimas palabras. Espera tu sí, María. Espera
tu sí, madre que vas a tener un hijo; espera tu sí,
hombre que debes asumir una responsabilidad personal, familiar y social...
»Esta
es la respuesta de María, la respuesta de una madre, la respuesta de un joven:
un sí para toda la vida»12,
que nos compromete gozosamente.
La
respuesta de María –fiat– es aún más definitiva que un simple sí.
Es la entrega total de la voluntad a lo que el Señor quería de Ella en aquel
momento y a lo largo de toda su vida. Este fiat tendrá su
culminación en el Calvario cuando, junto a la Cruz, se ofrezca juntamente con
su Hijo.
El sí que
nos pide el Señor, a cada uno en su propio camino, se prolonga a lo largo de
toda la vida, en acontecimientos pequeños unas veces, mayores otras, en las
sucesivas llamadas, de las cuales unas son preparación para las siguientes.
El sí a Jesús nos lleva a no pensar demasiado en nosotros
mismos y a estar atentos, con el corazón vigilante, hacia donde viene la voz
del Señor que nos señala el camino que Él traza a los suyos. En esta
correspondencia amorosa se van entrelazando, en perfecta armonía, la propia
libertad y la voluntad divina,
Pidamos
hoy a Nuestra Señora el deseo sincero y grande de conocer con más hondura la
propia vocación, y luz para corresponder a las sucesivas llamadas que el Señor
nos hace. Pidámosle que sepamos darle una respuesta pronta y firme en cada
circunstancia, pues solo la vocación es lo que llena una vida y le da sentido.
1 Heb 10,
5-7. —
2 Liturgia
de las Horas, Segunda lectura. San León Magno, Carta
28, a Flaviano, 3 —
3 Lc 1,
26-37. —
4 Juan
Pablo II, Enc. Redemptoris Mater, 25-III-1987, 8. —
5 Juan
Pablo II, loc. cit. —
6 San
Josemaría Escrivá, Surco, n. 481. —
7 Salmo
responsorial. Sal 39, 7. —
8 Cfr. M.
D. Philippe, Misterio de María, Rialp, Madrid 1986, p. 108.
—
9 Conc.
Vat. II, Const. Lumen gentium, 56. —
10 Jn 15,
16. —
11 F.
Suárez, La Virgen Nuestra Señora, Rialp, 17ª ed., Madrid
1984, pp. 35-36. —
12 Juan
Pablo II, Alocución 25-III-1982.
Tomado
de: https://www.hablarcondios.org/meditaciondiaria/1/
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