Rafael Antonio Sanabria Martínez 15 de abril de 2022
Tengo
sed es una de Las Siete Palabras que pronunció Jesús desde la cruz hace casi
dos mil años y aun sigue vigente. Su esencia no ha perdido connotación. Esta
breve frase no devela solo la sed física de Jesús, sino la sed de conversión de
los hombres de ayer y de hoy.
Jesús
sigue gritando al mundo actual tengo sed y el mundo sigue como ayer dándole el
vinagre de la indiferencia.
En esta nueva Semana Santa hagamos una introspección de lo que tenemos que revisar que no está en el camino correcto. Qué ésta no sea una semana más, qué sea la semana de la reconversión, qué sea el encuentro sincero y honesto con ese Jesús que se entregó por nosotros.
Nada
haríamos con ofrecer y pagar miles de promesas, flagelarnos, hacer ejercicios y
rituales propios del tiempo si continuamos aumentando la sed de Jesús. Es hora
de ser agua y no vinagre para aquel que nos dio todo.
Qué la
Semana Mayor no sea un acto mecánico sino una semana solo para vivirla hasta la
muerte de Jesús, que resucitemos con él a la vida, a la filantropía, al buen
vivir, a las cosas buenas, a redescubrir el rostro de Nazareth en los más
necesitados, los niños abandonados, los menesterosos, la viuda, el indigente,
los presidiarios. En fin ser agua viva para Jesús, eso es lo que él nos pide en
esta quinta palabra.
El
hombre de hoy necesita saber que su Dios es un Dios vivo, un Dios cercano, un
Dios que se interesa por él (Deut. 4, 7, Sab 34, 19) y necesita sentir el calor
-el amor- de ese Dios cercano.
El
hombre de hoy necesita descubrir que la cercanía de Dios es objetiva por parte
de Dios y subjetiva por parte de él. Y necesita andar los caminos que le acercan
a Dios y experimentar la novedad del acercamiento (Cf. Hech 17, 27).
El
mensaje que nos deja Jesús en su quinta palabra es no ser vinagre en nuestro
derredor. La idea es ser agua viva que refresque y calme la sed de nuestros
semejantes, porque si tu Semana Santa no te deja renovado es porque aun sigues
muerto en Jesús. La tarea es resucitar, es decidirse a hacer y no aparecer, es
despertar cada día a nuestra conciencia de hombre. Es actualizar nuestra
ilusión de ser cristianos auténticos. Es decidirse a hacer y no a figurar, es
negarse a envejecer y a desfallecer como hombre, es renovar nuestro compromiso
bautismal.
Cuando
somos agua viva que sacia la sed de otros nos decidimos a iluminar y no
brillar, nos decidimos a formarnos como hombres para formar hombres. Nos
decidimos a llenarnos del evangelio para ser mensajero de la buena noticia.
Cabe
preguntarse, nosotros ¿qué somos cada año? ¿Actores contrarios a Jesús? ¿O
actores defensores de Jesús? ¿Meros espectadores?
Es el
momento preciso para decidir si optamos por ser vinagre o agua viva. Es el
instante para incendiar y no apagar, para reconocer que los hombres necesitan
amor y calor.
En
esta quinta palabra Jesús nos recuerda que la iglesia es y será el grupo de
resucitados. El Reino es y será el grupo de los que viven como el que inauguró
Jesús resucitado.
Tú
decides ser agua o vinagre.
Rafael
Antonio Sanabria Martínez
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