Marta de la Vega 12 de abril de 2022
@martadelavegav
Es de
Perogrullo reconocer que los tiempos son difíciles, no solo en Venezuela sino a
escala planetaria. La invasión despiadada a Ucrania amenaza Europa y las
democracias más sólidas del mundo. La agresión del ejército ruso expresa la
ambición de Putin de restaurar la grandeza del viejo imperio, un sueño para él
vigente en su afán expansivo y su voluntad de dominación sin freno alguno, que
ha perseguido desde hace mucho tiempo y cuya necesidad de concretar se afianzó
con la caída del muro de Berlín. Así como el derrumbamiento de la URSS
significó para Putin una catástrofe que presenció conmocionado, también lo fue
la caída del Berlín comunista, pues diluía su identidad y el orden de las
cosas.
Más que el sueño de reconstruir la antigua Unión Soviética, su objetivo es afianzar su dominio con visión absolutista y autocrática, para dejar a los rusos un legado de grandeza. A sangre y fuego, como hizo antes en Siria, con total impunidad, han sido sometidas al Kremlin regiones de Ucrania como la península de Crimea y países independizados de la antigua Federación Soviética, como Chechenia, Georgia y hoy Ucrania.
En tal
sentido, Biden ha destacado, a propósito de las ciudades arrasadas: «señales de
violaciones, torturas, ejecuciones» en Ucrania «son un ultraje a la humanidad».
Pero Putin, hasta ahora, salvo las recientes sanciones de los Estados
democráticos de Europa, Asia y América al unísono, por los horrores cometidos
contra Ucrania, no ha sido enjuiciado ni ha recibido castigo alguno, lo cual es
estímulo para peores crímenes. Terrible leer a G. Eickhoff el 7 de abril de
2022: “No hemos visto ni una pequeña parte de la brutalidad que va a adquirir
la guerra de Rusia contra Ucrania y Occidente”.
La
meta de Putin se ha vuelto una pesadilla de implicaciones peligrosísimas. El
chantaje nuclear del autócrata ruso a la Unión Europea, a la OTAN y a los
Estados Unidos de América, nos compromete a todos. Una conflagración de esas
características es un callejón sin salida. Como todo dictador, miente
compulsivamente y de forma reiterada, a la vez que aísla a la población dentro
de los territorios de Rusia y los mantiene bajo una férrea censura. La
hegemonía comunicacional existente impide las posibilidades de información
verdadera acerca de la destrucción de Ucrania, ilegal e injustificadamente
provocada. Son crímenes de guerra y violaciones flagrantes al derecho
internacional humanitario la muerte espantosa de civiles convertidos en
objetivos militares, el uso de armas prohibidas como minas antipersonas de
última generación, bombas de racimo, ataques a escuelas, hospitales
oncológicos, infantiles y de maternidad, edificios residenciales o lugares de
refugio de la población. El horizonte es sombrío; la tempestad no cesa.
Arrecia su fuerza destructora.
En el
hemisferio americano, se agudiza la desesperanza de profundizar la democracia o
rescatarla, afianzar la legitimidad de dirigentes y actores políticos, asegurar
el desarrollo socio-económico y una coexistencia pacífica que asegure la paz
con equidad, justicia y transparencia. La interferencia de Rusia en procesos
electorales no es nueva. Así ocurrió en 2016 en las elecciones presidenciales
en Estados Unidos. Ante el inminente proceso electoral de Colombia para elegir
nuevo presidente de la república, una investigación periodística seria ha
demostrado la presencia y financiamiento de integrantes de la inteligencia rusa
en la desestabilización del sistema político y el pago a agitadores de la
primera línea que provocaron actos vandálicos y muertes tempranas e
injustificables durante los disturbios de 2021 en varias ciudades colombianas.
Estamos en países convulsos, donde crecen anarquía y anomia, con instituciones
frágiles, Estados débiles, autoridades sin convicción ni fuerza moral para
resguardar el orden público y evitar trágicas revueltas. Perú, Ecuador, Chile,
Colombia, Brasil, Argentina, Venezuela, y en Centroamérica, El Salvador,
Honduras, Guatemala y especialmente Nicaragua, andan en crisis de dirigencia y
de valores democráticos.
En
Venezuela, el 5 de abril pasado, hubo en el Palacio de Miraflores una reunión
de dirigentes de una supuesta “oposición” llamada “Foro Cívico”, que no
representaban a las organizaciones a las que decían pertenecer, con el
usurpador Maduro, que no es Jefe de Gobierno sino parte de un conglomerado
criminal mafioso. El grupo no representa las fuerzas democráticas, embriagado
por el poder, sumiso y complaciente. Pisotea 22 años de resistencia contra la
hegemonía totalitaria. Revela un liderazgo mezquino y egocéntrico, marcado de
inmediatismo, miopía política, inmadurez e irresponsabilidad histórica. Ignora
que la democracia no es negociable.
Marta
de la Vega
@martadelavegav
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico