Julio Castillo Sagarzazu 22 de febrero de 2023
Desde
que Gramsci apareció en el mundo de los pensadores marxistas, estos se fueron
alejando, poco a poco, de la versión épica de la toma de poder. Empezaron a
dejarse de eso de estar buscando tomas de La Bastilla o palacios de invierno, o
tomando el cielo por asalto como los comuneros de Paris, o emprendiendo grandes
marchas, como las de Mao. Por supuesto que algunos nostálgicos tiraron la
parada, empeñados en que la historia eternizara en bronce sus nombres cual
héroes griegos. Tal fue el caso de Fidel Castro y Hugo Chávez, quienes
se lanzaron sus asaltos al Moncada y a Miraflores, con las consecuencias
que todos conocemos: dos chapuzas a las que solo la historia oficial de Cuba y
Venezuela, convirtieron luego en fechas patrias.
Pero Gramsci, en realidad, fue el diseñador del «soft landing» de aquellas teorías de la rebelión, proponiendo que la mejor manera de lograr el poder era creando una nueva cultura dominante, debilitando la del «ancien regime», infiltrándola desde adentro, hasta que el viejo poder político, cayera por inercia.
En
Venezuela, todos sabemos que Chávez llegó al poder por elecciones libres y con
el voto mayoritario de nuestros compatriotas. Algunas leyendas urbanas dicen
que Miquilena y el grupo de empresarios que le acompañaban, le convencieron que
saliera de su línea abstencionista porque las encuestas indicaban que podía
ganar las elecciones. Sin embargo, ya Gramsci (aunque muchos no lo supieran)
estaba haciendo sus cameos en la escena nacional. La anti política y la
frivolidad habían hecho su trabajo y esa fue la cama hecha para que Chávez
pudiera acumular un caudal electoral y derrotar a Salas Romer en el 98.
Chávez
entonces, llega al poder democráticamente, pero como «perro que come manteca,
mete la lengua en tapara», inmediatamente fue seducido por un mercachifle de la
política como Norberto Ceresole, que le vende una baratija: Las figuras históricas,
como él, no necesitaban intermediarios para gobernar. Así, Chávez le
compra la formula «Caudillo-Pueblo-Ejercito».
Hugo
Chávez, quien también y con anterioridad, había sido seducido por Castro,
resolvió parapetarse detrás de aquel pasticho ideológico, para desgracia de
todos los venezolanos.
No
obstante, para que esa fórmula «castroceresoliana» funcionara, había que
liquidar todas las estructuras entre el caudillo y el pueblo y, sobre todo,
había que hacer desaparecer lo que ellos llaman, la «cultura dominante».
Esta
tarea era urgente para Chávez porque su «revolución», no solo nunca tuvo una
épica, sino que perdió rápidamente el apoyo de los pocos intelectuales y
académicos que en un principio le apoyaron.
Se
habrán preguntado desde el gobierno: ¿Por dónde hay que empezar, entonces, para
liquidar la inteligencia de un país? La respuesta es sencillísima: Por las
universidades. Sobre todo, porque ese proyecto demencial, personalista,
centralizador y antidemocrático, nunca tuvo apoyo en las universidades. En
efecto, nunca ganaron una elección estudiantil o profesoral y nunca lograron
doblegar a la universidad autónoma y democrática.
De
esta suerte, las universidades se convierten en una piedra en el zapato al
proyecto hegemónico del chavismo y, en consecuencia, un blanco a destruir.
¿Cómo
se tiene que obrar para lograr este objetivo, sin tener que pagar el alto costo
político de meter los tanques a los campus y encarcelar profesores y
estudiantes? La respuesta es sencilla: Asfixiarlas económicamente.
Cortar
las fuentes de ingreso a una institución, produce el mismo efecto que hacerlo a
una persona: primero comienzas a sentir limitaciones y luego, avanzas progresivamente
hacia la depresión, cuando sientes que no podrás valerte por ti mismo.
Ahogar
económicamente a las universidades, comportaba también someter a sus
profesores, estudiantes y a su personal obrero y administrativo además de la
ruina de la infraestructura y la dejación obligada de las funciones de
investigación, extensión y la propia docencia.
Poner
a un profesor, con doctorado, en el máximo escalafón académico, a ganar 30
dólares, no es el resultado de la mala administración del país. Es un plan para
desmoralizarlo, para doblegarlo, para hacerlo tirar la toalla. Colocarlo en el
«corredor de la muerte» al quitarle los seguros, la asistencia sanitaria y las
prestaciones sociales, es una acción deliberada para decirles que su salud y su
vejez las tiene el régimen en un puño.
Por
eso, echamos de menos que este argumento se soslaye, reduciendo el tema a una
disputa por unos organismos de prevención social que, por supuesto deben rendir
cuentas y convocar elecciones, pero que están arruinados en verdad por la
asfixia del gobierno a las universidades.
Que
las universidades necesiten una ayudita por el amor de Dios, nadie puede
negarlo y es de buenas maneras, de acuerdo con el Manual de Carreño (no el de
Pedro) agradecerlo a quien se le ocurra darla, pero el papel de la
dirección universitaria, de sus profesores, estudiantes y trabajadores es
luchar, movilizarse y obligar a revertir este genocidio de la academia que
está teniendo lugar en todo el país, en cumplimiento (lo repetimos) de un plan
diseñado para hacernos de lado y fortalecer un régimen que es incompatible con
la libertad de pensamiento y la libre academia.
En
nuestro himno juramos lealtad a la UC, una lealtad en retribución a la luz que
de ella recibimos por nuestra formación y la de nuestros hijos. Luchar por ella
es lo menos que podemos hacer.
Julio
Castillo Sagarzazu
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