Opus Dei 09 de diciembre de 2023
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Comentario del 2.° domingo de Adviento
(Ciclo B). “Preparad el camino del Señor, haced rectas sus sendas”. En esta
segunda semana de Adviento, la Iglesia nos invita a preparar el alma y el
cuerpo con penitencia y arrepentimiento para acoger al Señor en nuestra alma.
Evangelio
(Mc 1,1-8)
Comienzo
del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios.
Como
está escrito en el profeta Isaías:
Mira
que envío a mi mensajero delante de ti,
para
que vaya preparando tu camino.
Voz
del que clama en el desierto:
“Preparad
el camino del Señor,
haced
rectas sus sendas”.
Apareció
Juan Bautista en el desierto predicando un bautismo de penitencia para remisión
de los pecados. Y toda la región de Judea y todos los habitantes de Jerusalén
acudían a él y eran bautizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados.
Juan llevaba un vestido de pelo de camello con un ceñidor de cuero a la cintura
y comía langostas y miel silvestre. Y predicaba:
–
Después de mí viene el que es más poderoso que yo, ante quien yo no soy digno
de inclinarme para desatarle la correa de las sandalias. Yo os he bautizado en
agua, pero él os bautizará en el Espíritu Santo.
Comentario
Comenzamos
en este segundo domingo de Adviento la lectura del Evangelio según san Marcos,
que es el que escucharemos la mayor parte de los domingos y solemnidades de
este año litúrgico.
En la
primera frase se hace una síntesis completa del contenido fundamental de la
predicación apostólica testificada en este libro: “Comienzo del Evangelio de
Jesucristo, Hijo de Dios” (v. 1).
La
palabra griega euangelios significa “buena noticia”. ¿Cuál es
esa buena noticia que interesa a todas las gentes? Nada más y nada menos que
Jesús es el Cristo (es decir, el Mesías, el descendiente de David cuyo reino no
tiene fin) y además es el Hijo de Dios hecho hombre que vino al mundo para
salvarnos.
El
“evangelio”, la proclamación de esta buena noticia, no terminó con lo que se
narra en este libro, sino que sigue abierto y cada uno de nosotros estamos
llamados a ser protagonistas. Este libro es sólo el “comienzo del Evangelio”
como lo señala san Marcos, el lugar en donde encontramos la fuerza y las
referencias fundamentales para nuestra vida y para la tarea que nos incumbe a todos
los cristianos de hacer llegar este mensaje gozoso a todas las personas de
todos los tiempos.
Los
profetas del Antiguo Testamento habían anunciado las intervenciones de Dios,
que sale de lo inescrutable para juzgar y salvar, y envía mensajeros para consuelen
a su pueblo y preparen su venida, de modo que el salvador pueda encontrar
cuando llegue las puertas abiertas.
San
Marcos menciona al inicio de su Evangelio unas palabras de Malaquías: “Mira que
envío a mi mensajero delante de ti, para que vaya preparando tu camino” (Ml
3,1) y otras de Isaías: “Voz del que clama en el desierto: ‘Preparad el camino
del Señor, haced rectas sus sendas’” (Is 40,3).
Para
preparar el camino a Jesús, Dios envió un precursor, Juan el Bautista. San
Marcos lo presenta como un hombre muy sobrio: llevaba un vestido de pelo de
camello ceñido con una correa de cuero y se alimentaba con saltamontes y miel
silvestre, el alimento más sencillo que podía encontrarse en el desierto de
Judea.
En una
ocasión, hablando con sus discípulos, Jesús lo contrapone a los poderosos que
“llevan finos ropajes” y “se encuentran en los palacios reales” (Mt 11,8). Este
ejemplo es particularmente oportuno en estas fechas, señalaba Benedicto XVI,
“especialmente en preparación para la fiesta de Navidad, en la que el Señor
–como diría san Pablo– ‘siendo rico, se hizo pobre por vosotros, para
enriqueceros con su pobreza’ (2 Co 8, 9)”[1].
El
mensaje de Juan el Bautista no se limita a ofrecer su testimonio de un estilo
de vida sobrio, sino que va más allá, con un enérgico llamamiento a la
conversión. Sus palabras mueven a llevar a cabo un profundo cambio interior que
comienza por el reconocimiento y la confesión de los propios pecados.
En
este tiempo de Adviento su figura y su predicación nos invitan a entrar en
nosotros mismos para hacer un examen sincero de nuestra vida y preparar el
camino del Señor, rectificando nuestros caminos en todo lo que nos hayamos
apartado de Él.
“El
tiempo de Adviento es tiempo de esperanza –decía san Josemaría–. Todo el
panorama de nuestra vocación cristiana, esa unidad de vida que tiene como
nervio la presencia de Dios, Padre Nuestro, puede y debe ser una realidad
diaria. Pídelo conmigo a Nuestra Señora, imaginando cómo pasaría ella esos
meses, en espera del Hijo que había de nacer. Y Nuestra Señora, Santa María,
hará que seas alter Christus, ipse Christus, otro Cristo, ¡el mismo
Cristo!”[2].
[1] Benedicto
XVI, Ángelus, 4 de diciembre de 2011.
[2] San
Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 11.
Tomado
de: https://opusdei.org/es/gospel/
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