SIMÓN GARCÍA JUEVES, 14 DE
MARZO DE 2013
En abril tendremos una decisión
colectiva acerca del país. No escogeremos sólo por un nombre, entre otras
peculiaridades porque el candidato oficialista nominalmente es un vacío. El
lleno es la figura tras la que se esconde, usando con ímpetu pre-republicano al
presidente Chávez como señuelo atrapa-votos. Los pragmáticos son corazón de
hojalata.
El diseño religioso de la precampaña,
las transgresiones continuadas a la Constitución Nacional y un ventajismo de
Estado que no tiene límites son palancas poderosas para exhibir a la copia como
favorito.
Seguros del tiro al piso, aceleran el
tránsito de un gobierno autoritario a uno totalitario. Los síntomas de esa ruta
al abismo están a la vista. Se pueden desgranar al menos tres indicios.
El primero es el culto a la
personalidad que se teje en torno a Maduro bajo la apariencia de una
glorificación a Chávez, igual como lo hizo Stalin a la muerte de Lenin en
Rusia. Cultos más perniciosos en cuanto justifican a un sustituto que no calza
los puntos.
El segundo es la consolidación
descarada del proceso de pérdida de la autonomía de los poderes públicos
marcada por el fin de la Fuerza Armada como institución al servicio de la
nación, ahora enganchada a un partido como perol que se suena para amenazar al
pueblo desarmado. Si la misión de un militar venezolano es darle en la madre a
un candidato a la Presidencia es porque la República está en peligro de
extinción.
El tercero es el enquistamiento
popular de un guión y una ideología oficial del Estado cuya finalidad es
sustituir la verdad por el engaño y convertir la mentira en el oxígeno de un
régimen más férreo de dominación porque su inconstitucional dirección
cívico-militar es simbólica y políticamente más débil que el líder fallecido.
Esa instancia espúrea que ya sustituye al Consejo de Ministros es el poder
secreto detrás del trono.
El asunto es grave. Se pretende
instaurar un país con dos sociedades: la dependiente del Estado, apoyada por
una pobrecía que ha recibido la más cuantiosa transferencia de gasto público de
toda nuestra historia y por una boliburguesía con record continental de
corrupción. Y una segunda sociedad, excluida de sus derechos, hostigada,
insultada como agente de la burguesía aunque los bienes sumados de más de la mitad
de ella probablemente no alcancen los bienes adquiridos afuera y los depósitos
en dólares de la súper élite que ha chupado durante catorce años los ingresos
públicos.
Capriles es la esperanza.
Ha irrumpido no como un pequeño David
sino como un símbolo de Fuenteovejuna, líder visible de la sociedad invisible y
sin voz.
Ha dirigido su ataque a su verdadero
competidor y planteado nuevos términos de confrontación. El más importante de
ellos es la exposición de la verdad contra la mentira, porque vuelve a unir la
política con la ética.
Abre el avance hacia un nuevo modo de
vida y a futuros donde podamos estar unidos y pensar distinto. En realidad,
hacia un país mejor que el actual.
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