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domingo, 7 de abril de 2013

La clase media como problema


Por Lissette González, 05/04/2013

En un post anterior les había comentado la importancia de los planteamientos de Marx en el desarrollo de los estudios sobre estratificación social en la sociología del siglo XX (y XXI). Y ello no se debe únicamente a que los sociólogos posteriores hayan tendido a clasificarse como marxistas o no marxistas. Uno de los pronósticos de Marx sobre el desarrollo futuro de las sociedades capitalistas era su tesis de la pauperización: la creciente acumulación de capital iría acabando progresivamente con las clases pre-capitalistas (especialmente, la pequeña burguesía) y dejaría un desolador paisaje de amplísimas desigualdades cuando solo quedaran los muy ricos burgueses y el proletariado empobrecido. Y no hace falta ser anti-marxista para reconocer que esta tesis no se cumplió, porque si hubo algo característico del siglo XX fue, justamente, el crecimiento de la clase media asalariada.

Frente al dato empírico, incuestionable, de las clases medias urbanas en las sociedades occidentales la pregunta de las sesenta mil lochas era (y sigue siendo): ¿cómo definir a la clase media? Frente a este cuestionamiento ha habido múltiples respuestas: desde la distinción entre propiedad de los medios de producción y la autoridad dentro del proceso productivo (Dahrendorf), el concepto de “nueva pequeña burguesía” (Poulantzas) hasta las formulaciones más contemporáneas que proponen esquemas de estratificación complejos, en los que diversas dimensiones -capital social y cultural / nivel micro y macro- explican la posición social de los actores (Bourdieu, Giddens), o concepciones más amplias de la explotación que intentan explicar la obtención de parte de las utilidades por parte de trabajadores con alto conocimiento técnico o en posiciones de autoridad (E. O. Wright) o los riesgos en las distintas modalidades de contratos de trabajo y la captura de renta por parte de ciertos tipos de asalariados (Goldthorpe).

Luego de este muy apretado resumen de algunas de las principales propuestas que desde la sociología se han hecho para conceptualizar la población que llamamos “clase media”, debo decirles que este interés no solo sigue vigente, sino que se ha acrecentado en años recientes. Desde los organismos multilaterales se ha constatado como a lo largo de la última década los países de América Latina y, en general, los países en vías de desarrollo, está creciendo la proporción de población cuyos niveles de vida están por encima de los umbrales de pobreza. Los pobres parecen ser menos importantes en términos relativos.

Los recientes trabajos de Castellani y Parent (2011), Cruces, López Calva y Battiston (2011), Conconi et al. (2007), así como el último número de la revista Pensamiento Iberoamericano (2012) y el muy reciente informe del Banco Mundial sobre la movilidad social y la clase media en la región, dan cuenta de los esfuerzos realizados para la medición de los cambios ocurridos en América Latina, producto tanto del crecimiento económico registrado en la última década, como de la ampliación de programas de transferencias condicionadas, especialmente en Brasil y México.

Todas estas investigaciones parten de una definición de las clases sociales basada en el ingreso. Para no entrar en detalles sobre las diferencias, que son pocas, la clasificación propuesta por el informe del Banco Mundial es como sigue: pobres (ingreso per cápita menor a 4$ diarios); vulnerables (ingreso entre 4$ y 10$ diarios); clase media (ingreso entre 10$ y 50$ diarios) y la población restante sería la acomodada o clase alta. Entre clase media y vulnerable se agrupa el 68% de la población de América Latina.

La elección de estos umbrales de ingreso se basa en el análisis de la movilidad en torno a la línea de pobreza: se consideran parte de la clase media a aquellos hogares cuya probabilidad de caer en pobreza es menor a 10%. Sin entrar a discutir la pertinencia de estos puntos de corte, me preocupa qué tan sólida es la conceptualización planteada. Para ello debo volver a las diferentes formas de definir las clases sociales.

Al tratar de hacer un recuento sobre las diversas teorías sobre la estratificación que se han propuesto en la sociología, me ha parecido insuficiente partir de la dicotomía marxistas – weberianos que es común en la literatura. Esta división impide reconocer los puntos en común entre diversos autores y obliga a dejar fuera de la clasificación algunos autores y propuestas. Por ello he propuesto la siguiente clasificación:
Al cruzar las categorías: 1) factor en el que la teoría propone que se basan las desigualdades sociales y 2) existencia de conflicto entre las clases, obtenemos cuatro grupos de teorías. Para no alargarme, quisiera centrarme en el cuadrante superior derecho, que aparece solo con un guión. A mis estudiantes suelo decirles que si una teoría considera que las desigualdades son sólo económicas y no propone la existencia de conflicto, dominación u otra forma de relación entre las clases, allí no hay sociología. En este cuadrante estarían todos los nuevos estudios propuestos sobre clases sociales en América Latina.

Si las clases se definen únicamente por sus niveles de ingreso o consumo, ¿podemos distinguir con ellas grupos cualitativamente distintos en cuanto a identidad, conductas o actitudes? No lo parece, en estos mismos estudios no se logró identificar un conjunto de valores específicos de la clase media en la región. Pero, más aún, si un hogar o un grupo de población alcanza un ingreso de clase media, ¿podemos suponer que ha cambiado su situación socio-económica de forma significativa y sostenible en tiempo? Para responder esto, resulta interesante el caso español: si la adscripción de clase se basara solo en el ingreso, resultaría difícil explicar el empobrecimiento que ha resultado de la crisis. ¿Está causado por factores estructurales o son solo experiencias individuales de desclasamiento o mala suerte?

Frente a esta conceptualización tan restrictiva sobre la clase media en América Latina, contrasta el nuevo esquema de clases sociales que propone la Asociación Británica de Sociología, que incluye ingreso, tenencia de la vivienda y activos del hogar, así como indicadores de capital social y cultural. Siendo que muchos de estos indicadores están disponibles en las Encuestas de Hogares de la mayor parte de los países de la región, no parece haber justificación para crear clasificaciones con muy débil sustento teórico y escasa capacidad explicativa.

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