Por Lissette González, 05/04/2013
En un post anterior les había comentado la importancia
de los planteamientos de Marx en el desarrollo de los estudios sobre
estratificación social en la sociología del siglo XX (y XXI). Y ello no se debe
únicamente a que los sociólogos posteriores hayan tendido a clasificarse como
marxistas o no marxistas. Uno de los pronósticos de Marx sobre el desarrollo
futuro de las sociedades capitalistas era su tesis de la pauperización: la
creciente acumulación de capital iría acabando progresivamente con las clases
pre-capitalistas (especialmente, la pequeña burguesía) y dejaría un desolador
paisaje de amplísimas desigualdades cuando solo quedaran los muy ricos
burgueses y el proletariado empobrecido. Y no hace falta ser anti-marxista para
reconocer que esta tesis no se cumplió, porque si hubo algo característico del
siglo XX fue, justamente, el crecimiento de la clase media asalariada.
Frente al dato empírico, incuestionable, de
las clases medias urbanas en las sociedades occidentales la pregunta de las
sesenta mil lochas era (y sigue siendo): ¿cómo definir a la clase media? Frente
a este cuestionamiento ha habido múltiples respuestas: desde la distinción
entre propiedad de los medios de producción y la autoridad dentro del proceso
productivo (Dahrendorf), el concepto de “nueva pequeña burguesía” (Poulantzas)
hasta las formulaciones más contemporáneas que proponen esquemas de estratificación
complejos, en los que diversas dimensiones -capital social y cultural / nivel
micro y macro- explican la posición social de los actores (Bourdieu, Giddens),
o concepciones más amplias de la explotación que intentan explicar la obtención
de parte de las utilidades por parte de trabajadores con alto conocimiento
técnico o en posiciones de autoridad (E. O. Wright) o los riesgos en las
distintas modalidades de contratos de trabajo y la captura de renta por parte
de ciertos tipos de asalariados (Goldthorpe).
Luego de este muy apretado resumen de algunas
de las principales propuestas que desde la sociología se han hecho para
conceptualizar la población que llamamos “clase media”, debo decirles que este
interés no solo sigue vigente, sino que se ha acrecentado en años recientes.
Desde los organismos multilaterales se ha constatado como a lo largo de la
última década los países de América Latina y, en general, los países en vías de
desarrollo, está creciendo la proporción de población cuyos niveles de vida
están por encima de los umbrales de pobreza. Los pobres parecen ser menos
importantes en términos relativos.
Los recientes trabajos de Castellani y Parent (2011), Cruces, López Calva y Battiston (2011), Conconi et
al. (2007), así como el último número de la revista Pensamiento Iberoamericano (2012) y el muy reciente informe del Banco Mundial sobre la movilidad social y la clase media en
la región, dan cuenta de los esfuerzos realizados para la medición de los
cambios ocurridos en América Latina, producto tanto del crecimiento económico
registrado en la última década, como de la ampliación de programas de
transferencias condicionadas, especialmente en Brasil y México.
Todas estas investigaciones parten de una
definición de las clases sociales basada en el ingreso. Para no entrar en
detalles sobre las diferencias, que son pocas, la clasificación propuesta por
el informe del Banco Mundial es como sigue: pobres (ingreso per cápita menor a
4$ diarios); vulnerables (ingreso entre 4$ y 10$ diarios); clase media (ingreso
entre 10$ y 50$ diarios) y la población restante sería la acomodada o clase
alta. Entre clase media y vulnerable se agrupa el 68% de la población de
América Latina.
La elección de estos umbrales de ingreso se
basa en el análisis de la movilidad en torno a la línea de pobreza: se
consideran parte de la clase media a aquellos hogares cuya probabilidad de caer
en pobreza es menor a 10%. Sin entrar a discutir la pertinencia de estos puntos
de corte, me preocupa qué tan sólida es la conceptualización planteada. Para
ello debo volver a las diferentes formas de definir las clases sociales.
Al tratar de hacer un recuento sobre las
diversas teorías sobre la estratificación que se han propuesto en la
sociología, me ha parecido insuficiente partir de la dicotomía marxistas –
weberianos que es común en la literatura. Esta división impide reconocer los
puntos en común entre diversos autores y
obliga a dejar fuera de la clasificación algunos autores y propuestas. Por ello
he propuesto la siguiente clasificación:
Al cruzar las categorías: 1) factor en el que
la teoría propone que se basan las desigualdades sociales y 2) existencia de
conflicto entre las clases, obtenemos cuatro grupos de teorías. Para no
alargarme, quisiera centrarme en el cuadrante superior derecho, que aparece
solo con un guión. A mis estudiantes suelo decirles que si una teoría considera
que las desigualdades son sólo económicas y no propone la existencia de
conflicto, dominación u otra forma de relación entre las clases, allí no hay
sociología. En este cuadrante estarían todos los nuevos estudios propuestos
sobre clases sociales en América Latina.
Si las clases se definen únicamente por sus
niveles de ingreso o consumo, ¿podemos distinguir con ellas grupos
cualitativamente distintos en cuanto a identidad, conductas o actitudes? No lo
parece, en estos mismos estudios no se logró identificar un conjunto de valores
específicos de la clase media en la región. Pero, más aún, si un hogar o un
grupo de población alcanza un ingreso de clase media, ¿podemos suponer que ha
cambiado su situación socio-económica de forma significativa y sostenible en
tiempo? Para responder esto, resulta interesante el caso español: si la
adscripción de clase se basara solo en el ingreso, resultaría difícil explicar
el empobrecimiento que ha resultado de la crisis. ¿Está causado por factores
estructurales o son solo experiencias individuales de desclasamiento o mala
suerte?
Frente a esta conceptualización tan
restrictiva sobre la clase media en América Latina, contrasta el nuevo esquema
de clases sociales que propone la Asociación
Británica de Sociología, que incluye ingreso, tenencia de la
vivienda y activos del hogar, así como indicadores de capital social y
cultural. Siendo que muchos de estos indicadores están disponibles en las
Encuestas de Hogares de la mayor parte de los países de la región, no parece
haber justificación para crear clasificaciones con muy débil sustento teórico y
escasa capacidad explicativa.
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