Escrito por Ox Armand Miércoles, 05 de Febrero de 2014
Existe la inequívoca voluntad
gubernamental de impulsar el poder popular, el comunalismo, el Estado Comunal o
como quiera llamársele. La legislación ha avanzado indetenible, pasando por
debajo de la mesa y, aún tratándose de ámbitos escasamente relacionados,
fuerzan la fórmula. Todo está orientado
a la consagración de las elecciones de segundo grado en Venezuela. De ello, no
puede quedar duda alguna. Además, luce importante para perfeccionar el modelo
perseguido: simplemente, el de los comités de defensa de la revolución. A la
cubana, pues. Apenas, lo que hay es una
tregua política mientras que enderezan el barco. La maltrecha legitimidad del
régimen les aconseja la engañifa del diálogo y la atención de gobernadores y
alcaldes, mientras pasa el problema. Por ello, se esmeran en mandar los
recursos solicitados por los burgomaestres opositores, claro está, en la medida
que entren por el aro. Y, éstos agradecidos, entran desactivando la dura
campaña electoral que los empinó. Desactivar significa desmovilizar, como si –
además – fuese incompatible con la tarea de gobernar, más aún en las actuales
circunstancias.
No negamos la remisión de los
importantes recursos que necesitan las alcaldías y gobernaciones, pero deben
asumirse como lo que es: un derecho. No negamos que las autoridades municipales
recientemente electas hagan gala de una mayor prudencia proselitista, pero
tampoco ha de significar una mudez que parece más chantaje. No negamos que las
responsabilidades de gobierno están por encima de los enconos ideológicos, pero
la propia gobernabilidad local requiere de una nada confusa postura frente un
centralismo que violenta la Constitución. Obviamente, obliga a una inusual destreza,
habilidad e imaginación política que no, una actitud entreguista y complaciente
en clara desatención al mandato de los electorales. Hay alcaldes que
sencillamente se hacen los gafos y parecieran más papistas que el Papa,
deslumbrados por el poder central que los intimida.
Sobra decir que el municipio es la
institución histórica de un extraordinario calibre político y revolucionario,
como lo demostramos a partir de abril de 1810. Incluso, siendo una herencia del
mismo gomecismo, los concejos municipales jugaron un papel inmenso en la
transición iniciada por López Contreras a partir de febrero de 1936. Hubo sagacidad, pero suficiente resolución
añadidos los sectores de la otrora oposición.
Antecedentes que tienen una gran
importancia con la vista puesta en el siglo XXI que, entre nosotros, todavía no
empieza. La defensa de la democracia comienza por el municipio autónomo que
reivindica no sólo su cercanía con la población, sino el ideal de libertad que
jamás puede serle ajeno. Cobra una superior urgencia cuando más temprano que
tarde, en función y sólo en función del proyecto totalitario, cada vez más
perderán competencias y recursos las alcaldías a favor del comunalismo. Y quién
tenga dudas, puede mandarse a hacer una carta astral.
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