Américo Martín 31
de enero de 2013
amermart@yahoo.com
@AmericoMartin
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I
Creo que podemos dar por aceptado que
el colapso económico que se hizo crónico en Cuba y está tomando cuerpo en
Venezuela obedece en primer lugar al modelo adoptado por ambos países y que si
bien se autodefine socialista, lo esencial son los tres pilares o premisas
prácticas sobre las cuales se cimenta.
La primera, la destrucción de las
capacidades productivas agrícola e industrial mediante procedimientos
compulsivos: expropiaciones los menos, confiscatorios los más.
En un sector del puerto ya funciona
una base logística para las empresas extranjeras que buscan petróleo en la Zona
Económica Cubana del Golfo de México y en el futuro habrá depósitos de
almacenaje para el crudo que Cuba espera extraer algún día.
La segunda, el acelerado
desplazamiento de la inversión privada por el Estado. Como se sabe, tanto en
uno como en el otro país se partió de un sofisma mil veces fallido: siendo el
Estado socialista la encarnación del pueblo trabajador parecía tener su lógica
que fuera aquel el que tuviera el dominio y la gestión de las unidades
productivas, financieras, comerciales y de servicios, aunque el resultado en la
totalidad de los casos fue la formación de una nueva clase mucho más
ineficiente, burocrática y corrupta que todo lo conocido.
Lo sorprendente es que esta conclusión
siempre desmentida por los hechos se convirtió en un axioma, en el sentido de
que no necesita probarse. En Cuba, en el Chile de Allende, en el Perú del
general Velasco Alvarado y en la Venezuela de Chávez -un país tras otro- se
aplicó la fórmula sin preguntarse los que venían después cómo les fue a los que
la aplicaron primero. No necesitaban hacerlo. Era un axioma. Un dogma
revolucionario, por cierto fallido ampliamente en Europa del este y China
Popular, herederas de Lenin y Mao.
Y la tercera, la sustitución de las
unidades productivas privadas por comunas, consejos obreros autogestionarios,
cooperativas movidas por el interés solidario y nunca por el de lucro. Un
modelo de mínimo mercado cuya meta última era eliminarlo, tal como profetizaron
Marx y el Lenin de 1917 (poco antes de morir descubrió su grotesco error y lo
consignó en sus últimos cuatro artículos publicados en Pravda) olvidando que el
incentivo de la ganancia o lucro es el que mueve la inversión e impulsa el
desarrollo económico y tecnológico.
El caso es que no pudieron conocer el
éxito.
Con el Muro de Berlín se derrumbó
aquel sistema que se jactaba de ser la fuerza del futuro. Los sobrevivientes
intentaron regresar sobre sus pasos y ni siquiera por eso reconocieron
francamente que estaban transitando el camino capitalista. Hasta que en China
Den Xiaoping y Su Rhongi postularon a sabiendas un imposible teórico: el
socialismo de mercado. Una manera de entrar de lleno en el capitalismo sin
dejar de decir que lo hacían en nombre del socialismo.
II
Pero centrémonos en Cuba y Venezuela,
ahora que coincidieron la Cumbre del
CELAC (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños) y la apertura en la
Isla del megapuerto de Mariel. La Cumbre reunirá a sus 33 integrantes, que observarán a Raúl y su financista
Roussef cortar la cinta de la obra. La ejecutora es Odebrech, de modo que todo
queda en familia.
El presidente Maduro está en el
abismo. En 2014 tocará profundidades infernales. Los pronósticos de los
analistas más serios del país coinciden plenamente con los de Bancos
internacionales y certificadoras de deuda y riesgo. Merril Linch y Standard
& Poor´s rebajaron a nivel cuasi-basura los bonos de la República y de
PDVSA. JP Morgan, Barclays y Bank of América manifestaron su alarma por el
pestilente pantano en que se hunde el país. Maduro quizá quiera dialogar pero
el fundamentalismo lo paraliza.
III
En mi libro Huracán sobre el Caribe
describí la tragedia de Cuba. Raúl Castro, sudoroso, trata de impulsar una
reforma de signo capitalista conforme al ejemplo de China. Sus pasos iniciales,
salvo la reforma migratoria, fueron algo decepcionante. Urgido de un sector
capitalista fomentó a los trabajadores por su cuenta (cuentapropistas) con la
esperanza de que absorbieran más de un millón de empleados que deben ser
despedidos para aligerar la brutal burocracia. La tarea se reveló inalcanzable
hasta que a mediados de 2013 se concretó con Brasil el proyecto Mariel, ese sí
de magnitud suficiente aunque nadie
pueda asegurar que tenga éxito, cuando menos antes que las protestas del hambre
le ocasionen un desastre a Castro.
Se modernizará el puerto Mariel en el
marco de un área industrial de cerca de 500 km2
denominada Zona Especial de Desarrollo de Mariel (ZEDM). Aprovechará la
ampliación del Canal de Panamá que ahora dará paso a grandes buques procedentes
de Mariel, capaces de cargar hasta 12 mil contenedores.
Mariel podrá tal vez mover un millón
de contenedores al año. Tendrá autopista
y ferrocarril. La inversión extranjera será exonerada de impuestos aduaneros y
otros y será libre de repatriar sus capitales. La relación con los trabajadores
la asume el gobierno y ¡guay de los que se quejen!
No andan con requilorios. El
economista Juan Triana calculó en US$ 3.000 millones las inversiones extranjeras
directas para modernizar la Isla. Y el ministro Malmierca garantizó que nunca
serán expropiadas
Al igual que casi toda la Región,
hasta Cuba podría superar a Venezuela si no está navegando en la fantasía. Su
reforma comenzó con la confesión de Fidel a Jeffrey Goldberg y Julia Sweig: “el
modelo cubano no nos sirve ni a nosotros”
¿Te atreverás, Maduro, a decir lo
mismo del zarandeado socialismo siglo XXI?
En un sector del puerto ya funciona
una base logística para las empresas extranjeras que buscan petróleo en la Zona
Económica Cubana del Golfo de México y en el futuro habrá depósitos de
almacenaje para el crudo que Cuba espera extraer algún día.
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