Vicente Díaz 06
de febrero de 2014
@vicentedz
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El 13 de enero de 1898 es publicada
una carta al presidente de Francia que sacude hasta los cimientos la patria de
la revolución democrática y cuya repercusiones estremecen el mundo occidental y
alcanzan aun hasta nuestros días. En esta carta, publicada por el periódico La
Aurora en su portada a ocho columnas con el título “Yo acuso”, Émile Zola, el
más grande intelectual francés de su época y novelista de fama mundial,
denuncia de forma demoledora la conspiración político-militar-judicial que por
intención (y también por negligencia) mantenía preso, acusado injustamente de
alta traición, al capitán Alfred Dreyfus, de religión judía, y absolvía a quien
había sido el verdadero culpable: el comandante Ferdinand Walsin Esterhazy.
Poco más de tres años antes, el 15 de
octubre de 1894 había sido detenido el capitán Dreyfus bajo la acusación de
filtrar información confidencial a Alemania. Dreyfus para entonces era el único
oficial judío aprobado por el alto mando militar. Luego de un juicio caldeado
por el antisemitismo militante inducido en la opinión pública, Alfred Dreyfus
fue condenado a la degradación militar y a pasar recluido el resto de su vida
en la Isla del Diablo, prisión en la Guyana Francesa que por muchos años lo
albergó como único prisionero. La piedra angular del juicio, una comparación
grafológica de la escritura del acusado orientada por el comandante Du Paty de
Clam, antisemita y grafólogo aficionado. Quien por cierto le sugirió a Dreyfus
el suicidio y le dejó a solas en su celda con un arma.
Los hechos posteriores revelaron sin
ninguna duda que el autor de la filtración hacia Alemania había sido el
comandante Esterhazy. Sin embargo, enjuiciarlo y condenarlo sería reconocer la
inocencia de Dreyfus y la equivocación del alto mando y de la administración de
justicia. La polémica en la calle obliga al juicio. Tras tres minutos de
deliberación Esterhazy es absuelto. El inocente fue condenado por equivocación
y prejuicios, el verdadero culpable fue liberado por órdenes de arriba. El
poder del Estado había impuesto su verdad.
Pero estalla la indignación, el “Yo
Acuso” de Zola es el disparadero de acontecimientos que incluyen la
persecución, exilio, bancarrota y quizás asesinato de Zola, pero el surgimiento
de un poderoso movimiento de opinión de los intelectuales y la prensa libre que
culminó con la repatriación y rehabilitación de Dreyfus luego de 12 años de
agonía. Se reincorpora al Ejército francés y combate por su patria en la
Primera Guerra Mundial.
El famoso Caso Dreyfus revela lo que
está dispuesto a hacer el Estado para autopreservarse. Pero hay otros Dreyfus.
En 1994 fue nominada a siete Oscar una
película irlandesa protagonizada por Daniel Day-Lewis, En el nombre del padre.
Narra la historia real del juicio y condena de una familia y amigos irlandeses
por la voladura mediante una bomba de un bar inglés donde mueren cinco
personas. Un Estado británico, acosado por la opinión pública que reclama
acción, basado en indicios circunstanciales somete a tortura física y
psicológica a Gerard Conlon. La presión sobre los sospechosos es arrolladora.
Los doblegan. Estaban dispuestos a firmar lo que fuere con tal de librarse del
tormento. Los acontecimientos se desencadenan, padre, tía, primos menores de
edad, todos son condenados. La policía oculta el testimonio crucial de un
testigo que permitía establecer la inocencia claramente. Tras larguísimos años
de reclusión el padre muere en la cárcel. Los verdaderos terroristas del IRA
son apresados por otro caso. En el proceso revelan que ellos son los autores
del atentado del bar, que la justicia tenía encerrada a una familia inocente.
Los jerarcas británicos aterrados ante las implicaciones ocultan esta confesión
Gerard continúa preso pero luchando por la inocencia. Su tenacidad, el concurso
de una abogada que sí creía en la justicia encontró eco en un juez que
valientemente repuso el juicio admitiendo lo que se había ocultado y
posibilitando la absolución definitiva de Conlon, su familia los Maguire y
amigos de estos. Once vidas inocentes rehabilitadas tardíamente. Tony Blair
pidió perdón en nombre del Estado, en 2005 cuando le tocó ser primer ministro.
El perdón no le devolvió los quince años perdidos. Ni la vida de Giuseppe, el
papá de Gerard.
En Venezuela fue condenado a treinta
años de cárcel un comisiario policial de amplia y conocida trayectoria, Iván
Simonovis. Fue juzgado y condenado por hechos relacionados con la muerte de
casi una veintena de venezolanos chavistas y opositores durante confusos
acontecimientos que culminaron con un golpe de Estado y la posterior reposición
del presidente. Acontecimientos que debieron ser objeto de la investigación de
una comisión de la verdad que revelara una verdad válida para todas las partes.
Hoy cada venezolano tiene una percepción de lo que pasó más derivada de su
posición política y exposición mediática que de lo que revelarían unos hechos
investigados imparcialmente. Personas que todo el mundo vio disparando están
libres, personas que nadie vio involucradas están condenadas. Tal vez es lo
justo, no lo sé. Pero tengo serias dudas. Me pregunto por qué una persona que
sabría que va a haber violencia y asesinatos en una acción deliberada permite
que su hija y su suegra concurran a esa marcha fatídica. Es extraño, ¿no?
Chávez dirigió un golpe de Estado que
derivó en decenas de muertos. Él mismo se confesó culpable. Solo pagó dos años.
Fue perdonado. Y estaba sano. Si Simonovis tiene alguna responsabilidad ya ha
pagado una larga condena, la más larga que se ha pagado en Venezuela por
delitos vinculados a acontecimientos políticos. Y está seriamente enfermo.
Requiere una medida humanitaria. Ya basta.
Y no olvidemos a Dreyfus y a Conlon.
Porque ¿y si fuera inocente? Por ahora una medida humanitaria basta. Ya el
tiempo se encargará del resto.
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