ANTONIO A. HERRERA-VAILLANT 07 de abril de 2014
Por mucho tiempo se ha insistido que
Venezuela saldrá de la tiranía tan solo "cuando los barrios se
levanten", colocando ese acontecimiento como condición indispensable para
el renacer de la Venezuela democrática, libre, pacífica y progresista.
Se trata de una premisa sumamente
negativa que postula una condición casi imposible de alcanzar y en consecuencia
hace que el resultado deseado quede por siempre frustrado. Aquello que Karl
Marx despectivamente llamó "lumpen" jamás inició y propulsó los
grandes cambios. La historia lo refrenda.
Hay razones prácticas para que eso sea
así. En primer término, el horizonte de la gente marginal que batalla por
llegar de día en día casi siempre se limita a la supervivencia, a los problemas
inmediatos de su entorno. No se asoman al futuro, ni manejan conceptos
abstractos. Desesperadamente se aferran a todo lo que les suministre oxígeno
para continuar viviendo.
No son "vendidos" como
despectivamente dicen muchos: es que se agarran de cuanto les permita atenuar
su triste marginalidad. Muchos agradecen y todos temen perder lo que reciben,
así de simple. Quién posee solo una camiseta se pone otra que le den, sin
importar el color. Se trata de ese "pueblo niño" que identificó el
Padre Taparelli en el siglo XIX. Por eso es que en tiempos más felices Jóvito
Villalba exhortó a sus seguidores margariteños: "coge todo lo que te den
los adecos y vota por URD."
En materia de entorno, los de más
abajo viven en barrios sin plazas ni avenidas donde salir a protestar,
comunicados por estrechos pasadizos, rodeados de malvivientes y
"mototerroristas" del régimen. Una cosa es sonar cacerola en una
urbanización o en el relativo anonimato de un edificio residencial, y otra muy
distinta intentarlo en un rancho hacinado entre muchos otros, donde te pueden
acribillar a ti y a los tuyos.
Hay zonas de Caracas a las que la
policía no entra desde hace más de 40 años. Barrios donde las encuestadoras
deben negociar con matones para que les dejen entrar. ¿Qué validez tiene una
respuesta donde el encuestado no mira al que pregunta sino a la bestia que se
para atrás de brazos cruzados?
La leyenda de "cuando bajan los
cerros" persiste en el imaginario colectivo y quizás rememora al grupo que
salió a protestar el 4-1-58 luego que el Coronel Hugo Trejo fracasara en un
primer intento de derrocar a Pérez Jiménez. Pero las verdaderas multitudes
salieron a las calles el 23 de enero - después y sólo después que unos
uniformados sacaron a otro uniformado - pues les dejaron saquear mansiones y
linchar esbirros.
Otros señalan el 27 de febrero 1989
cuando también salieron a saquear - aprovechando un momentáneo vacío de
autoridad y estimulados por quienes actualmente mandan, como éstos mismos han
reconocido.
Ahora algunos barrios populares han
comenzado a protestar, lo que subraya la gravedad de las condiciones. Pero lo
hacen limitados por la sombra y el terror de un hampa armada y motorizada para
atacar impunemente y a mansalva a todo el que se rebele contra la dictadura.
Mas los "cerros" no suelen
tomar iniciativas - como en las películas - para promover cambios políticos. Si
por privaciones fuera hace rato que hubiesen desaparecido las aberraciones que
oprimen Cuba y Corea del Norte. Si fuese por miseria la mayor parte de China,
India y Brasil ardería en llamas. El hambre puede traer saqueos de abastos y
supermercados, pero no busca cambios de régimen.
Los grandes cambios de la historia
provienen de las clases medias y de los sectores emergentes, de todos los que
tienen aspiraciones. Eso es exactamente lo que hoy se experimenta en Venezuela:
La rebelión de lo más progresista de su población contra la hez de la sociedad.
Los que viven en zonas populares pero
con visión de futuro, los que desde muy abajo que luchan por superarse, y los
muchos empobrecidos en lo económico más no en lo intelectual - esos sí salen -
y se suman a la clase media para formar esa mayoría del pueblo venezolano que
tenazmente plena avenidas y plazas.
Del denominado "lumpen"
jamás se debe prescindir. En primer término por elementales razones de
humanidad, solidaridad, caridad, y responsabilidad social. Pero la meta debe
ser su inclusión social para que se eleven a formar parte de una clase media
pensante - no para meramente ponerlos a votar como ganado con un diluvio de
falsedades y bajo amenaza de perder alguna limosna.
Pero no se puede ni se debe exigir al
pasivo colectivo marginal que tome la iniciativa: ese motor de arranque estará
casi siempre en la clase media, con los osados estudiantes siempre a la
vanguardia caminando siempre hacia el futuro.
Simón Bolívar y todos los libertadores
del continente entendieron la palabra "pueblo" como una ciudadanía
cívica y consciente, no como masa incivilizada. El sueño del Libertador - y de
cuanto dirigente decente haya tenido nación alguna - ha sido y es rescatar a
los que se encuentran sumidos en la miseria y encaminarlos hacia la superación,
no rebajar las naciones al mínimo común denominador.
Solo unas pocas mentes enfermas y
tenebrosas tratan de mantenerlos arranchados por generaciones para fabricar un
utópico "hombre nuevo" que sólo existe en las desquiciadas
imaginaciones de un Jorge Giordani ("No debemos eliminar la pobreza, ese
es nuestro capital") y de otros que aún deliran con las fracasadas teorías
comunistas.
Hoy vemos un insólito ministro y-que
de Educación del régimen insistir en que: "No vamos a sacar a gente de la
pobreza para llevarla a clase media, para que después aspiren a ser escuálidos
(opositores)." A confesión de parte, relevo de pruebas.
Al componer el Himno Nacional de
Venezuela, el doctor Vicente Salias -prócer y mártir de la Independencia- con
clarividente realismo identificó como "bravo pueblo" a los ilustrados
ciudadanos que se decidieron a lanzar el yugo del imperio español. Previendo
que después les apoyara ese pobre infeliz que -desde el interior de su choza-
libertad pidió.
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