MILAGROS SOCORRO 6 DE ABRIL 2014
Esta columna comenzó la primera semana
de abril de 2002. Hace, pues, exactamente 12 años que circula con la única
excepción de la semana siguiente al fallecimiento de mi padre, en 2004. Fuera
de eso, jamás he dejado de escribirla.
Su preparación, aún cuando la
escribiera en el límite de la entrega, me ocupaba mucho tiempo. Casi todo el
tiempo. Leer mucha prensa, escuchar a los que saben, pensar, tomar notas,
consultar libros y hemerotecas, llamar expertos para que me ayudaran a perfilar
mis visiones.
Fue más que un trabajo, un hábito, un
afán de tiempo completo; y, muy probablemente, un empeño superior a mis
posibilidades (lo que se infiere del esfuerzo que siempre supuso para mí). Pero
el caso es que cada semana tenía una perspectiva de la realidad venezolana, un
aspecto que consideraba digno de analizar, una mentira que me sentía en el
deber de desmontar y denunciar, una hegemonía que enfrentar, una perversidad
que desenmascarar.
Ya no es así. Desde hace días no logro
ver qué es lo que está pasando. No sé quién gobierna en Venezuela ni con qué
proyecto. Lo único que tengo claro es que hay unos criminales que se han hecho
de formidables fortunas y hacen todo para conservarlas y acrecentarlas. También
es diáfano que a los ricos de Chávez se suman los de Maduro y Cilia Flores, que
vienen locos de avidez a llenar sus arcas. El ejemplo de los tiempos de Chávez,
quien ofreció la república a los buitres que se arrojaron sobre ella para
despresarla a dentelladas y repartírsela, estimula a los recién llegados que
quieren su parte del botín y se arrojan sobre él salivando.
En ese constante reacomodo de las
fuerzas participan los capos revolucionarios, los militares y los jefe cubanos.
Pero más que eso, no veo.
Es posible que en Venezuela se haya
acabado la política y, por tanto, el análisis es imposible: sería como
proponerse un zoológico de dinosaurios.
Lo que sí es seguro es que en nuestro
pobre país mandan unas fuerzas que desconocemos –o, al menos, yo ignoro del
todo- porque se ocultan voluntariamente, porque necesitan der las sombras para
obrar, porque dada su naturaleza criminal no trabajan sino en el misterio. Y es
posible que Venezuela no sea más que el escenario aterido de un conflicto
geopolítico, donde los venezolanos no somos sino parte del paisaje, daños
colaterales.
No lo sé. Lo intuyo, lo sospecho y,
peor, lo temo.
Es evidente también que esos bultos
movedizos cuyo contorno me es elusivo se caracterizan por su degradación moral.
Es la impronta de Chávez, un lisiado del alma, sin escrúpulos y sin límites en
su desenfreno de corrupción, violación de las leyes y entrega del país al
ocupante y a quien quiera venir a desgarrarlo. Pero ya eso lo he dicho. Más
grave aún: ya eso es sabido. Por todos. No hay nadie en Venezuela y en el mundo
que ignore la estela de destrucción de Chávez y sus cómplices. No se necesita
columnistas que digan eso.
Ya hemos dicho también que, para tener
preeminencia en el chavismo, es preciso brindarse al sacrificio ético: si
quieres hincarle el colmillo a la entraña palpitante de Venezuela, debes
ponerte en cuatro patas y ofrecer el espinazo moral para que te lo partan. Solo
así podrás participar del banquete que desmedra a la patria.
En suma, dije lo que podía cuando veía
con claridad (o creía hacerlo, que para el caso es igual, puesto jamás escribí
una línea que no fuera dictada por la buena fe, cátedra que evidencia mi
modesta hacienda y pasar). Ya no veo. Percibo la lobreguez, que es distinto.
Esta incapacidad para detectar con
nitidez qué es lo que está pasando y para dónde va mi pobre país, coincide con
los cambios en el periódico que me hizo el honor de contratarme hace 12 años,
iniciativa que agradezco por siempre a Sergio Dahbar. En este momento, como se
ha visto, no tengo papel en El Nacional.
Guardo las cartas de los lectores,
coral de generosidad y cariño, que muchas veces me sostuvo en momentos
persecución y amenazas (frente que manejo muy mal por mi falta de militancia
partidista, actividad que tiempla el espíritu, y mi horror a la violencia. También
conservo el puñadito de insultos de algunos amigos, porque creo que pueden ser
data interesante para una historia de la intolerancia).
Agradezco el apoyo de Ana María
Matute, jefe de las páginas de Opinión o algo así, a quien hice llegar mi
columna por no sé cuántos años, así como la primorosa dedicación de Flor
Cortez, quien corrigió mis columnas y algunas veces se tomó la molestia de
llamarme para hacer ver un error y enmendarlo.
Ha llegado el momento de despedirme de
este espacio. Ya no puedo analizar el país. Trataré de narrarlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico