AMÉRICO MARTÍN 22 de abril de 2014
Caída la bárbara dictadura militar de
Pérez Jiménez, Mariano Picón Salas profetizó que nunca más viviríamos una
situación como esa. La experiencia había sido demasiado dolorosa.
No obstante, las cifras y los hechos
demuestran su lamentable equivocación. El sedicente sistema bolivariano arroja
cifras insuperables de violación de los DDHH, incluidos asesinatos, represión
masiva y torturas brutales. El reputado Foro Penal Venezolano ha certificado
desde el 12 de febrero hasta ahora, con pruebas irrebatibles, 1500 detenidos
políticos y decenas de torturados y no pocos violados con febril ensañamiento.
El maltrato a las muchachas evidencia un perfil de enfermiza perversidad. A una
le arrancaron el cuero cabelludo, a otras las desnudaron y arrojaron gasolina,
varias con fracturas y el rostro desfigurado. ¿Cuántos gobiernos de la OEA se
atreverían a cometer tan grotescos atentados contra la libertad y la integridad
de sus compatriotas?
El burdo menoscabo de dirigentes
opositores, la última de las cuales, la estupenda María Corina Machado, ha sido
condenada de antemano al peor de los círculos del infierno dantesco ¿por un
Tribunal que cubra las formas? Innecesario. La hidrofobia no tiene paciencia.
El presidente de la AN ya dio la orden de bajar la guillotina. ¡Ah Diosdado!
Tus ejecutorias hacen palidecer y temer a tus propios compañeros.
Cuando el presidente Santos clama que
jamás apoyará salidas violentas en Venezuela se vale de una –supone él– sutil
ambigüedad. Como para que Maduro piense que Colombia lo endosa y la oposición
suponga que alude a una violencia abstracta, indiscernible. La carnicera
violación oficialista de DDHH no le concierne.
Bachelet dice lo mismo aunque cubre el
flanco desestimado por Santos, porque en un calculado “te-doy-te-quito”
menciona en volandas los derechos humanos. La oposición debería sentir aquello
como un tenue respaldo, y Maduro lo aceptaría solo como principio general. En
total, nada. Pero dado lo que se da, podría esperarse que el bestiario
oficialista se sintiera insatisfecho porque no obtuvo solidaridad automática ni
expresa.
A la perseguida disidencia venezolana,
intérprete hoy de una amplia mayoría descontenta, tampoco le bastará tan escasa
muestra de compromiso humano. ¡Deberían recordarlo, amigos chilenos, presidenta
Bachelet! Durante la noche pinochetista recibieron la más noble e incondicional
solidaridad venezolana, cuando la lucha contra las dictaduras era un evangelio
popular.
¿Paradoja cómica o trágica?
Reconociendo que no es capaz de producir alimentos y justificando tal carencia
con el pretexto de la guerra imperial, el señor Maduro se ha aferrado a la
célebre libreta de racionamiento cubana
En la Isla nunca hablaron de “racionamiento”
sino de “abastecimiento”, como si se tratara de aumentar el consumo y no de
limitarlo. Maduro, que en todo imita a Cuba, presenta la suya con ese nombre,
pero como no es posible olvidar la exuberancia retórica del fallecido eterno,
le añade el cognomento “del buen vivir”. Quiere hacernos creer que ese símbolo
de pobreza y prueba de incapacidad es lo que nos faltaba para entrar en el
fidelista Mar de la Felicidad.
Aunque el gobierno de Raúl lidera en
Venezuela tareas de inteligencia, represión y consejería ideológica, militar,
educativa y política, a mí en lo personal en principio no me parece que pueda
estar sugiriéndole a Venezuela la adopción de una medida de la que quiere
desembarazarse cuanto antes. No sería amistoso con un aliado tan útil inducirlo
a hacer algo que allá decidieron liquidar como parte de los “lineamientos de
política económica y social” aprobados en el VI Congreso del PCC de abril 2011.
Porque la destruida economía socialista cubana necesita una muy severa
inyección de mercado.
Mucho hemos estudiado cómo eliminar la
libreta pero es complicado quitarla de un golpe, dijo el ministro Marino
Murillo, zar de la economía y alma de la reforma raulista.
En Cuba decidieron acabar gradualmente
con aquella frustrada medida “igualitaria”. Les resulta imposible gastar mil
millones de dólares anuales para sostener la libreta y no tienen manera de
elevar la producción en el corto plazo. Su anunciado aperturismo va a contravía
de la sequía productiva hostil a la inversión, aplicada por Chávez y empeorada
por Maduro. Allá pues están eliminando la libreta al tiempo que aquí la
adoptan.
Este paso lo da el zarandeado gobierno
de Maduro porque su insostenible modelo fracasó. Sin saberlo –no es lo único
que ignora– está honrando el ácido comentario de Churchill sobre el socialismo
leninista: es la crónica distribución de la miseria.
Pero la comicidad de este gobierno no
tiene límites. Le “vende” la libreta a los venezolanos como mecanismo de
exclusión y la adorna con ilusorios premios para quienes acepten sin quejarse
el opresivo mecanismo.
Cuba importa ocho de cada diez
alimentos que consume. Venezuela, ídem. Cuba destruyó su aparato productivo.
Venezuela, ídem. Pero Cuba no tenía dólares y a Venezuela le sobran en prueba
de la aguda inviabilidad de su sistema y la asombrosa incapacidad de sus
dirigentes.
En fin, Raúl quiere salir del hueco y
por eso dejó de cavar, en tanto que Maduro se aquerenció en el hueco y sigue
cavando.
Fiel maniático del espionaje y el
control represivo, el disparatado gobierno madurista ordenó crear un censo de
huellas dactilares en PDVAL, Mercal y los abastos bicentenario. Subsidiarias
listas Tascón, por si acaso.
Queriendo pegar con plastilina sus
minados programas sociales, la tarjeta servirá para participar en la endeble
Misión Vivienda, gozar de carros que nadie produce hoy y de planes turísticos
en los escombros de la demolida revolución.
¡Luminoso futuro! Sin embargo podemos
darlo por seguro si recordamos que a diferencia de Antonio Gramsci, para Maduro
la mentira siempre es revolucionaria.
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