Por Hugo Prieto
Una larga estirpe
familiar dedicada al periodismo, los reconocimientos más elevados en la brega
de informar, una carrera que va de la reportería a la dirección de medios
impresos (Barricada) y digitales.
Quien habla es el nicaragüense Carlos Fernando Chamorro, periodista con todas
las letras. Nicaragua, de nuevo, hundida en la dictadura.
Los gobiernos que se
inscribieron en la tesis del socialismo del siglo XXI derivaron en el
autoritarismo, la represión y la persecución política. ¿Qué explicación le
podríamos dar a ese desenlace?
Creo que (Daniel)
Ortega tiene una particularidad que lo diferencia de esos gobiernos que
llegaron en esa ola del socialismo del siglo XXI. Primero, cuando Ortega
regresa al poder (2007), no llega como resultado de una marejada de votos de
una mayoría política. Al contrario. Es decir, Ortega no es Chávez, Ortega no es
Correa, Ortega no es Evo Morales, que ponen en jaque al sistema político por
razones que no vamos a entrar en discusión, pero que son hechos reales. Había
una crisis de los partidos políticos y surgen estos liderazgos populistas.
Ortega gana una elección con la primera minoría política del país (38 por
ciento de los votos), porque se dividieron las otras fuerzas políticas y porque
hubo un arreglo sui generis, que él había negociado con Arnoldo Alemán, cuando
éste era presidente y Ortega líder de la oposición. Ese arreglo bajó el umbral
de la votación para ganar en la primera vuelta (del 45 al 35 por ciento).
Realmente él es un beneficiado del chavismo, de los petrodólares venezolanos,
que le permitieron consolidar su poder —económico y político— en los primeros
años.
Violeta de Chamorro
(madre del entrevistado) derrotó a Ortega en las elecciones de 1990. Desde ese
momento, se dijo que Ortega vio la derrota como «una traición del pueblo».
¿Esta hipótesis tiene arraigo en la realidad?
Sí lo tiene, en el sentido
de que la derrota electoral del Frente Sandinista en 1990 produjo un debate,
una crisis, en la izquierda nicaragüense y en el propio Frente Sandinista. De
un lado, quienes lo vieron como la decisión de la mayoría, como un voto
mayoritario. Ciertamente, en un contexto de guerra de agresión, de guerra
civil. Esas elecciones, realmente complejas, reflejaban el rechazo de la
población a la guerra, pero también al autoritarismo y a los errores de la
gestión revolucionaria. La respuesta a ese diagnóstico era que el sandinismo
sólo tenía futuro si se convertía, realmente, en una izquierda democrática. De
esa crisis surgió el Movimiento Renovador Sandinista, que en efecto es un
partido socialdemócrata. Ésa era una lectura. Del otro lado, está la de Ortega que,
básicamente, está anclado en un ADN estalinista y autoritario. Eso desemboca en
un proyecto caudillista, el control del partido Frente Sandinista bajo la
premisa de que poner en juego el poder en una elección democrática es una
trampa y que no se someterá, en efecto, a esa trampa. Ortega intenta recuperar
el poder en dos elecciones (1996 y 2001) y en las dos pierde. Pero hay un
proceso de captura del Estado desde abajo, que es muy importante para explicar
la fortaleza de Ortega en la oposición.
¿A qué se refiere? ¿Qué
nueva realidad política, digamos, se conformó en Nicaragua?
Cuando digo captura desde abajo, estoy hablando de captura de instituciones del Estado, del Poder Judicial, del Poder Electoral, sin tener entonces la mayoría política. La primera prueba de Ortega en el gobierno es la elección municipal de 2008, en esa elección se ejecuta un fraude como nunca antes en la historia electoral del país. Un fraude para favorecer a Ortega, ya con el control del Poder Electoral, ya con la intervención de una maquinaria de fraude que, prácticamente, produce la primera gran crisis de su gobierno. Literalmente y con documentación comprobada —de acuerdo a las actas— se roba la elección de la municipalidad de Managua y de más de cuarenta (40) municipalidades, las más importantes. Ésa es la primera prueba de que Ortega no va a ceder el poder, sino que va a acumular más poder, utilizando fraudes electorales, utilizando cooptación y la concentración del poder. Parecía que el régimen (después de ese fraude) enfrentaba una crisis de legitimidad. Sin embargo, Ortega, con mucho pragmatismo con el gran capital, con los grandes empresarios, no sólo de Nicaragua o de la región centroamericana, sino de México y Colombia, impulsó la formación de un gobierno corporativista. A diferencia de Venezuela o de Cuba, Ortega aplica políticas de mercado, políticas fondomonetaristas, convoca al capital a cogobernar en lo económico, mientras él y su partido eliminan la democracia, la transparencia, y mantienen el monopolio de la política. Esa forma de gobierno, junto con los petrodólares venezolanos, le permitió estabilidad, legitimidad, sin democracia, con fraudes electorales, desde 2007 hasta 2018.
Rosario Murillo, la
esposa de Daniel Ortega, no era una figura visible en la política nicaragüense
en los años 80 y 90. Sin embargo, después de 2007, esta señora es todopoderosa.
En la prensa, en medios académicos, le atribuyen un papel fundamental. ¿Qué
peso tiene la señora Murillo en el gobierno de Ortega?
El papel político de
Rosario Murillo adquiere una enorme relevancia a partir de 1998-1999, cuando se
produce, digamos, la crisis de liderazgo de Daniel Ortega, que es señalado por
su hijastra, Zoilamérica, de abuso sexual. Y es Rosario Murillo quien sale en
defensa de su esposo en contra de su hija. Luego hay un proceso en el cual los
señalamientos a Ortega son desestimados —han prescrito en lo penal— por jueces
afines a él y a su partido. A partir de ese momento, Murillo adquiere un poder
político en el Frente Sandinista, que no tuvo nunca antes. Un protagonismo
definitivo. Y la naturaleza del Frente Sandinista empieza a modificarse. Es
decir, de un partido político, de una institución política, va evolucionando
hacia un liderazgo familiar, hacia una pareja política que, eventualmente, gana
la elección de 2006 y se convierte en una pareja presidencial. Murillo comparte
el poder con Daniel Ortega. Hay muchas conjeturas de que si ella manda y él no.
Yo siempre he interpretado, y quienes conocen esa relación, también, que
simplemente es un dúo político, que han conformado un régimen familiar. Hay una
división del trabajo, sin duda, Murillo se encarga del día a día, de la
administración y de la vocería del Gobierno, pero el liderazgo caudillista que
conecta con la base sandinista no es de Rosario Murillo, por mucho culto a la
personalidad que se haya promovido en torno a ella, es de Daniel Ortega. Los
símbolos y esa base ortodoxa que sigue respaldando a la pareja presidencial son
de Daniel. No, no es cierto, juega un papel relevante. Pero quien manda en
Nicaragua es Daniel Ortega y Rosario Murillo. Si lo quieren poner de otra
manera es Rosario Murillo y Daniel Ortega. Ambos son inseparables en el
ejercicio del poder.
¿Los petrodólares de
Venezuela fueron una bombona de oxígeno o un soporte fundamental para que
Ortega se consolidara en el poder?
Las dos cosas. Primero
hablemos de la magnitud: 500 millones de dólares anuales. Un monto considerable
para una economía como la de Nicaragua. Además, de manera sostenida durante
casi una década. La acumulación de esos recursos sumó más de 4.500 millones de
dólares. Esos recursos nunca entraron al presupuesto de la república. Se
manejaron como un presupuesto paralelo, de forma discrecional. Tuvo tres
impactos, tres propósitos. Uno, le permitió a Ortega flexibilidad para gobernar
y contar con recursos adicionales sin necesidad de hacer una reforma fiscal.
Fueron los propios empresarios los que dictaron las leyes fiscales, las leyes
bancarias, entre otras. Es decir, para ambos, el mejor de los mundos. Para los
empresarios, un gobierno que no los presiona y para Ortega recursos para
manejar con flexibilidad sus alianzas. Dos, el Gobierno contó con
complementarios para desarrollar algunos programas asistencialistas, sin
necesidad de extraerlos del presupuesto. Tres, le dio la base para crear un
emporio económico cuasi estatal, pero fundamentalmente privado. Lo que en
Nicaragua se conoce como el Consorcio Albanisa jurídicamente es una empresa
mixta venezolana-nicaragüense, pero en la práctica es un consorcio privado al servicio
y al control de la familia Ortega Murillo, con diversos negocios, en la
energía, los hidrocarburos y construcción. Es la caja chica de los negocios
privados de la familia Ortega Murillo. Sólo te doy un dato con los fondos de la
cooperación venezolana, 9,7 millones de dólares, lo sacaron de una bolsa y los
pasaron a otro y compraron un canal privado de televisión, el canal 8.
Episodio del cual,
Carlos Chamorro tiene información de primera mano.
Yo conocía a su dueño.
No era su empleado, yo era un productor de televisión en ese canal privado, yo
compraba tiempo, porque me relacionaba con este empresario periodista que se
llamaba Carlos Briceño, porque ya falleció. Carlos tenía problemas económicos.
Al final hizo el negocio de su vida. Vendió el canal. Pero quien terminó siendo
dueño no fue el Estado, ni siquiera el Frente Sandinista, fue Juan Carlos
Ortega Murillo, hijo de Daniel Ortega y Rosario Murillo. Eso y otros negocios
privados salieron de la cooperación venezolana que, en mi opinión, es el mayor
escándalo de corrupción de los más de 14 años del régimen de Ortega.
¿Usted cree que en el
futuro inmediato vamos a ver los primeros signos de lo que sería la dinastía
Ortega Murillo en Nicaragua?
Hoy, en Nicaragua, hay
un gobierno familiar con un proyecto dinástico, porque Rosario Murillo es la
vicepresidenta de la república, ella está en la línea constitucional. Si mañana
el señor Ortega, por algún motivo, está inhabilitado para gobernar, se
consumiría esa dinastía, porque la señora Murillo asumiría la presidencia. Pero
ese proyecto dinástico, si me preguntas a mí, no es viable. Ésta no será una
dinastía como la de los Somoza, yo no veo capacidad de que Ortega le herede el
poder a Rosario Murillo, entre otras cosas, porque la dictadura Ortega Murillo,
hoy, está en crisis. Y yo creo que es una crisis terminal. Eso no quiere decir
que vaya a terminar mañana o la próxima semana. Pero no es viable. No va a
sobrevivir. Incluso, puede reelegirse el 7 de noviembre (elecciones
presidenciales), sin competencia política, pero eso no significa que ese
régimen político tenga viabilidad. El proyecto dinástico se enterró en la
rebelión de abril (2018), cuando el pueblo nicaragüense, de manera espontánea,
salió a las calles a protestar y los universitarios tomaron los campos. Durante
tres meses en Nicaragua se vivió una insurrección cívica, no armada, que luego
la dictadura masacró (alrededor de 400 muertos). Ahí se acabó el proyecto
dinástico. En ese momento se decretó que Ortega nunca más podría ganar una
elección en Nicaragua y por eso hoy está eliminando la competencia política,
porque no puede ganar, ni siquiera que se la robe. Antes expresé que Ortega y
Murillo eran inseparables… en el poder y en la caída. No hay manera de que se
puedan separar uno del otro.
Fotografía de Inti OCON | AFP
Parece que el peor
delito que se pueda cometer hoy en Nicaragua es que alguien manifieste, a viva
voz, su intención de aspirar a la presidencia de la república. Cualquier
ciudadano nicaragüense que quiera postularse a la elección presidencial termina
en la cárcel.
Antes de esta ola
represiva, han sido encarceladas miles de personas. La Comisión Interamericana
de Derechos Humanos certifica más de 1.600 detenciones por razones políticas. Y
no era porque esas personas querían ser candidatos presidenciales. Simplemente
demandaban elecciones libres. Sí, han ocurrido cosas peores, los asesinatos,
las masacres, las torturas, y ahora entramos en una etapa muy particular,
faltan cinco meses para las elecciones y en efecto surgen líderes que quieren
competir por la candidatura única de la oposición y Ortega fabricó una serie de
leyes en 2020 para inhibir a potenciales competidores. Pero el mayor delito en
Nicaragua, para cualquier ciudadano, es salir a la calle con una bandera azul y
blanco. Te meten preso. En Nicaragua hay un estado policial, donde no hay
libertad de reunión ni de movilización.
En las protestas, la
gente voceaba la consigna «Ortega y Somoza son la misma cosa». Por todo lo que
ha dicho, uno podría pensar que esa consigna se ajusta, plenamente, a la
realidad.
Los orígenes de ambas
dictaduras o de ambos regímenes autoritarios son distintos. Pero la evolución
que tuvieron en la forma de gobernar hace que la gente encuentre muchas
semejanzas. Semejanzas en el autoritarismo, semejanza en la crueldad de la
forma de ejercer el poder, semejanza en la corrupción y en la construcción de
un emporio económico familiar. Semejanza en el intento de replicar un proyecto
dinástico. Y también semejanza en ese modelo de gobernar en alianza con el
capital preservando el monopolio del poder político. Sí, la gente salió a las
calles a gritar «Ortega y Somoza son la misma cosa». Hoy, en este momento, no
lo pueden hacer, porque te echan preso. Ésa fue una de las consignas que
estalló en las protestas de abril de 2018.
Una ironía de la
historia. Los mismos que pidieron ayuda a gobiernos de varios países para
derrocar una dictadura… gobiernan hoy bajo una dictadura.
Es cierto, hay un
paralelismo. Pero también un desafío que está planteado hoy, particularmente,
en la Organización de Estados Americanos. En 1979, con el gobierno de Carlos
Andrés Pérez (Venezuela) de Rodrigo Carazo (Costa Rica), de Omar Torrijos
(Panamá) de José López Portillo (México), de Felipe González (España) y también
con el apoyo de Carter (Estados Unidos) no solamente se condenó a la dictadura
de Somoza por la violación a los derechos humanos, sino que se demandó la
sustitución de esa dictadura y el padre Miguel d’Escoto, en representación del
Frente Sandinista, ocupó el asiento de la delegación de Panamá, para hablar
como canciller de la junta de gobierno de reconstrucción nacional en el exilio.
Hoy la OEA enfrenta un desafío similar frente a esta dictadura de Ortega.
Recientemente, hubo una deliberación en ese organismo y 26 países votaron
condenando la violación de los derechos humanos, demandando la liberación de
los presos políticos y demandando elecciones libres. A Ortega sólo lo apoyaron
Bolivia y San Vicente y las Granadinas. México, Honduras, Argentina, Belice y
Dominica se abstuvieron. La crisis de Nicaragua es una crisis de derechos
humanos, es una crisis de la política y de la democracia. Hay una ruptura de la
Carta Democrática Interamericana y eso le plantea un desafío a América Latina,
a Estados Unidos y a Europa.
¿Qué avizora usted en
lo inmediato?
En un momento en que
Nicaragua está sometida a un Estado policial, la comunidad internacional,
coordinada, las presiones políticas, económicas, diplomáticas, son importantes
para despejar un camino de salida. Mucha gente dice: en Venezuela eso no tuvo
éxito, en Cuba tampoco y se hacen paralelismo de los tres países. Quizás hay
diferencias. Hace poco le decía al excanciller de México, Jorge Castañeda, la
naturaleza del régimen de Nicaragua es distinta. Nicaragua no es un país petrolero
como Venezuela. Nicaragua no tiene el control estatal que tiene el sistema
cubano en su país. Por lo que he explicado antes, esto es una economía privada,
una economía abierta, donde quizás ese tipo de presiones pudieran tener otro
tipo de impacto. Pero lo fundamental es si no hay una suspensión del Estado
policial, si el pueblo de Nicaragua no recupera el derecho a la libertad de
reunión, de movilización, la libertad de prensa y de expresión, pues no es
posible el cambio político. El cambio político no lo va a imponer la comunidad
internacional. Por muy decidida que esté a aislar a Ortega o a poner presión.
El cambio político sólo lo puede lograr la suspensión del Estado policial para
que el pueblo de Nicaragua presione y logre una reforma electoral para ir a
unas elecciones libres.
Su padre fue director
del diario La Prensa, fue torturado y asesinado por la dictadura de Somoza.
Usted es director de El Confidencial. Además, tiene una larga trayectoria en
medios. ¿Podría definir cuál es la situación actual del periodismo en
Nicaragua?
El periodismo está bajo
persecución. Yo creo que hasta hoy ha resistido, tanto en Nicaragua como en el
exilio. Hay un apego de los periodistas de simplemente persistir en informar,
en contar la verdad, que es uno de los pilares fundamentales para plantear las
demandas de justicia en Nicaragua. La verdad sobre los asesinatos. La verdad
sobre la represión. La verdad sobre la corrupción. Es muy difícil hacer
periodismo bajo persecución y en un clima de polarización política. Y es más
difícil con censura. Mi redacción ha sido asaltada dos veces por la
policía. 100% Noticias también. Sin ninguna orden judicial. Los
periodistas son perseguidos, agredidos, cuando están realizando coberturas. Y,
a pesar de eso, se mantiene una llama, un espacio, de un periodismo creíble.
Para mí eso es lo más importante. Y nosotros tenemos esa persistencia de no
dejar de informar, a pesar de las dificultades y, en mi caso, del exilio.
Diría el testigo:
cualquier parecido con Venezuela es mera casualidad.
Yo tomo nota de la
crisis de Venezuela. Me siento en familia conversando con los colegas, con la
prensa independiente de Venezuela y con los que están en el exilio. A veces me
parece que la crisis de Nicaragua se ha desarrollado con mucha intensidad, en
un lapso más corto. Creo que tenemos que aprender de nuestra propia experiencia
de resistencia y, sobre todo, del afán de poner en primer plano hacer
periodismo, no propaganda, hacer periodismo, no activismo. Y hacer, sobre todo,
un periodismo confiable, un periodismo útil para la sociedad en este momento de
crisis.
04-07-21
https://prodavinci.com/carlos-fernando-chamorro-nicaragua-esta-sometida-a-un-estado-policial/
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico