Por Simón García
La mayoría de la
oposición comparte la decisión de volver al voto. Se superó la raíz del
desacuerdo, según la cual participar en cualquier elección, con Maduro en
Miraflores, era una traición. Esto ha aumentado la disposición a participar
entre quienes tenían tres oportunidades sin hacerlo. Pero la abstención no ha
sido vencida.
El tema de las
condiciones, que han experimentado una mejoría insuficiente, ha cedido lugar al
principio de realidad que dicta que para alcanzar el todo hay que pasar por sus
partes. También se ha atendido el reclamo de los de abajo que sienten la
diferencia cotidiana, en condiciones de poder nacional centralista, de contar
con un gobernador o Alcalde que promueva la democracia. Se ha comprendido que
en sociedades con democracia restringida estos funcionarios deben ser algo más
que conserjes o administradores de recursos escasos.
Los números indican que
mientras mayor sea la participación electoral, mayores serán las posibilidades
de victoria de la oposición en todas las competencias donde ella postule un
candidato. El problema ahora es que la oposición se empeña en hacer lo
contrario. Las distintas fracciones de la oposición se niegan a enfrentar
juntas, aun sin estar unidas en otros temas, una elección que está más
vinculada a la solución de problemas menores y distintos que a cambiar de
régimen político y modelo económico.
El efecto Caín
encarnado en cada una de las dos principales fracciones opositoras impone a los
ciudadanos un final de tragedia griega. Ninguna, atrapada en el resentimiento
de agresiones y agravios mutuos, tiene suficiente altura para romper su cadena
de prejuicios. Es lo que ocurre cuando cultivamos la convicción que las ideas
son verdaderas porque son nuestras.
La oposición no acepta
banderas blancas ni acuerdos para no ensuciar el agua que todos vamos a beber.
Decreta su guerra a muerte para ejercer un control del patio interno que
considera más urgente que abrirle ventanas de oportunidad a la recuperación de
la democracia y a la reconstrucción de bienestar.
La división es el caballo de Troya que una oposición introduce en la otra para despejarle al régimen la toma de 23 instancias regionales de poder y 335 espacios municipales. Las dos marchan, encarnizadamente separadas, a estrellarse unidas en un mismo precipicio. Cada una piensa que las campanas están doblando por la otra. Ambas oposiciones se niegan a un acuerdo electoral parcial para triunfar juntos ante los candidatos de Maduro más débiles y convertir las demás competencias en unas primarias de la oposición para determinar la jerarquía según la distribución de sus derrotas ante el PSUV.
Hay que crear una zona
libre de la regla al opositor A hay que lanzarle un opositor B para que no sea
el ganador. Una zona para evitar una derrota de la democracia que puede ser de
larga duración. Una zona libre de las rivalidades de la pequeñez.
Es tiempo de abandonar
el juego suicida por la hegemonía en la oposición y que los votos sean los que
coloquen a cada tribu partidista en su lugar. Es tiempo de romper las conductas
que propenden a beneficiar al régimen.
Quedan pocos días para
que la elite opositora acuerde candidatos unitarios en Caracas, Zulia,
Carabobo, Lara. Táchira y Mérida. Si ello no ocurre la política sería la
continuación de la locura por otros medios. El 22N será muy cuesta arriba
volver a remontar la frustración y la resignación ante una pérdida de larga
duración de la democracia.
Pero habrá que hacerlo.
Simón García es analista
político. Cofundador del MAS.
12-09-21
https://talcualdigital.com/por-una-zona-de-victorias-por-simon-garcia/
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