José Luis Farías 31 de octubre de 2021
@fariasjoseluis
La
otra cara:
La
idea de que el rezago civilizatorio fue hijo de la oscuridad durante la tiranía
gomecista hasta que la muerte del déspota dio paso a la luz de la modernidad
del siglo XX, más que un criterio sociológico es un criterio de interpretación
de historia política con el cual se marca el nacimiento de la democracia en la
sociedad venezolana.
Mucho de ese umbral en que historia y política se funden tiene el ensayo “La Aventura Venezolana” de Mariano Picón Salas, publicado en 1963, cuando puso negro sobre blanco una de las frases con más retumbante eco de intelectual venezolano alguno: “Podemos decir que con el final de la dictadura gomecista, comienza apenas el siglo XX en Venezuela. Comienza con treinta y cinco años de retardo”. Menuda afirmación.
Nuestros
historiadores, por supuesto, han sido sus principales difusores, pero no los
únicos, muchos políticos también la han hecho suya, todos en la ocasión de
zanjar diferencias entre democracia y tiranía.
Tan
intrépida y audaz sentencia del historiador que para hacerse entender corta tan
compleja historia con aguda perspicacia, echando al degredo del despotismo todo
lo sucedido antes de la muerte de Juan Vicente Gómez el 17 de diciembre de
1935, era en especial el recurso del Mariano Picón dirigente político (nada
menos que Secretario de la Presidencia del gobierno de Rómulo Betancourt) que
con su envolvente palabra quebraba lanzas a favor de la esperanza en un sistema
democrático que casi tres décadas después cumplía, no sin traumas, su primer
periodo constitucional completo ese año 1963.
El fin
de los malos sueños
La
suelta y culta prosa del autor encontraba la razón de ser de su ingeniosa
afirmación en que los venezolanos “Vivimos hasta 1935 como en un Shangri-La de
generales y de orondos rentistas que podían ir cada año a lavar o intoxicar sus
riñones en las termas y casinos europeos; o por contraste, en una fortaleza de
prisioneros y en el descampado del espacio rural –llano, montaña, selva– donde
el pueblo hacía las mismas cosas que en 1860; sembraba su enjuto maíz, comía su
arepa y su cazabe; perseguía alguna vez al tigre y a la serpiente, o escapaba
de las vejaciones del Jefe Civil”.
Nadie
en su sano juicio refutaría semejante parangón que mostraba las distancias
económicas y sociales de aquella Venezuela advirtiendo sobre la frustración,
hasta ese momento, del igualitarismo aventado por los prohombres de 1810 y
1811, fortalecido por la guerra de independencia, como base para el surgimiento
de la democracia, asimilada en 1936 como libertad de expresión, de organización
política y mejoramiento sustancial de las condiciones de vida de la población.
Los
signos de modernidad -el nuevo concepto para relevar el progreso del
decimonono- que se podían descubrir en aquellos años de la tiranía liberal
gomecista, producto de la renta petrolera que había cambiado de rural a urbana
buena parte de la fisonomía del país, regando de carreteras el territorio
nacional y de no pocas edificaciones públicas, no eran para Picón Salas
suficiente prueba de que el país hubiera entrado al siglo XX.
“A
pesar de los automóviles, quintas y piscinas, de la plutocracia y de la
magnitud que ya adquirían las explotaciones petroleras, la Venezuela en que al
fin murió Gómez en 1935, parecía una de las inmóviles provincias
suramericanas”.
La
fecunda imaginación literaria de nuestro mayor ensayista denunciaba que “El
gran caimán nos contagió de su sueño. Diríase que en inteligencia, creación e
inventiva poco habíamos adelantado en los largos ochenta años que ya nos
separaban de la guerra federal”. Era el momento de sacudirnos el peso del
oprobio autocrático que determinaba todo en aquella Venezuela envuelta por años
en el puño de hierro del dictador.
La
rotunda afirmación encontraba fuerza argumental en que “No era sólo la
ignorancia y pobreza del pueblo, la vasta necesidad que invocando a Santa Rita
o a Santa Bárbara, abogadas de lo imposible, venía de la inmensidad silenciosa,
sino también la ignorancia y el abuso de quienes en tres décadas de tiranía se
convirtieron en clase dirigente”. El país necesitaba soltarse de aquellas
amarras.
Para
Mariano Picón “Muchos de los malos sueños y la frustración del país, se fueron
a enterrar también aquel día de diciembre de 1935 en que se condujo al
cementerio, no lejos de sus vacas y de los árboles y la yerba de sus potreros,
a Juan Vicente Gómez”. La tierra estaba abonada para darle paso al cambio
político.
El
embrión de la democracia
El
optimismo que se descubre en la reflexión de Mariano Picón Salas para destacar
el cambio que ocurre entonces, está en los “desterrados, principalmente los
jóvenes que regresan a la muerte del tirano, [quienes] traen de su expedición
por el mundo un mensaje de celeridad”. Los portadores de aquella energía que
acelera la historia son los ya no tan muchachos de la generación del 28.
Los
mismos que durante el carnaval de ese año transformaron la coronación de
Beatriz en el primer gran acto político urbano que conmovió a buena parte de
Venezuela, dejando atrás las viejas montoneras caudillistas.
Los
que a decir de Manuel Caballero “inventaron la política” y “la desarrollaron
para las generaciones posteriores”, con sus manifestaciones callejeras, sus
consignas, su no-violencia, la persuasión, la retórica y la palabra que “son lo
propio de la política y de la democracia”.
Estos
jóvenes, nos recuerda Caballero, “van a ser los heraldos de una nueva manera de
pensar y de hablar; o sea, de una nueva manera de actuar”.
Pero
en 1936 regresan curtidos por el destierro, armados de ideologías para
enfrentar la doctrina liberal de cartilla de la dictadura.
En los
sueños y proyectos de democracia y modernidad con que retornaban esos jóvenes,
no por casualidad los mismos que ya adultos gobernaban el país cuando Mariano
Picón nos relata “La Aventura Venezolana”, residía la principal fuerza para
acelerar la historia del país. “Era necesario darle cuerda al reloj detenido;
enseñarle a las gentes que con cierta estupefacción se aglomeraron a oírlos en
las plazas públicas y en las asambleas de los nacientes partidos, la hora que
marcaba la Historia”. El reto estaba en la calle y los muchachos del 28 habían
recogido el guante.
La
manifestación del 14 del febrero de 1936 con sus dos más descollarte líderes,
Rómulo Betancourt y Jóvito Villalba, a la cabeza, fue el momento decisivo.
La
enorme manifestación popular, nunca antes vista en aquella Caracas que está
saliendo su bostezo rural convierte esa fecha en el hito memorable que abrió
cauce a la democratización del país, imprimiendo un poderoso vigor político que
le dio velocidad al cambio histórico. “Con todos los defectos, abundancia y explicable
impaciencia de los recién venidos, se escribe en los periódicos de 1936 el
balance patético de nuestras angustias y necesidades. Y tanto se clama, que
mucho de lo que se había dicho, pasa a los planes y programas de Gobierno de
los Generales López Contreras y Medina Angarita”.
Aquellos
días se vence el miedo a la represión, pero también a la anarquía y de esa
gesta nace el “Programa de Febrero”, primer diseño orgánico de la modernidad de
Venezuela, la primera gran respuesta a los acuciantes problemas sociales y
económicos de entonces ganada por el espíritu democrático que impregnó la
nación desde entonces.
En
adelante la marcha democrática de la sociedad venezolana, no hablamos de
gobiernos democráticos, nunca se ha detenido. El 18 de octubre de 1945 se
desencadenan los factores que instalan la Asamblea Nacional Constituyente que
culminan en la Constitución Nacional de 1947 dando forma a la instauración del
Estado Liberal Democrático con el primer proceso electoral presidencial bajo el
sufragio universal, directo y secreto celebrado el 14 de diciembre del mismo
año.
Asienta
Mariano Picón que la sociedad democrática no la cambia “ni una dictadura ya
anacrónica, montada en unos años de boom económico, bien abastecida de policía
política y de tanques de guerra como la de Pérez Jiménez, logró cambiar la
voluntad democrática y reformadora que ya había arraigado en las gentes”.
Esos
venezolanos ya están impregnados de democracia y le propinan una derrota al
gobierno dictatorial en las elecciones de 1952, “cuando Pérez Jiménez quiere
que el pueblo le elija y ha repartido grandes sumas para el fraude y el
cohecho, de toda la nación le llegan como bofetadas, las papeletas de repudio”.
En el
plebiscito de 1957 al dictador solo le queda un nuevo fraude, su último aliento
hasta ser derrocado por esa sociedad que restablece el sistema democrático a
partir del 23 de enero de 1958.
La
deriva autoritaria
La
magnitud de la devastación de la economía venezolana, la reaparición de
flagelos endémicos decimonónicos, la violación de derechos humanos a gran
escala, la descomunal corrupción, la política gangsteril desde el poder del
Estado, la destrucción de la institucionalidad republicana, entre tantos otros
males, han despertado la idea en los venezolanos de que hemos regresado a un
pretérito bastante lejano.
Semejante
catástrofe ha hecho de Venezuela un patético ejemplo del indetenible corsi e
ricorsi del que escribiera Giambattista Vico, refiriéndose a que la historia no
avanza de forma lineal, impulsada por el progreso, sino que está hecha de
avances y retrocesos.
Si
juzgáramos la actual situación de Venezuela con criterios análogos a los
empleados por Mariano Picón Salas en “La Aventura Venezolana”, la regresión de
Venezuela nos situaría en muchos aspectos en el siglo XIX hoy cuando el mundo
en general está mordiendo casi el cuarto del siglo XXI.
Pero
en apego a la intención esperanzadora del ilustre ensayista, habría que añadir
que esta tragedia, destructora de nuestro sistema democrático y del país,
paradójicamente, ha fortalecido la convicción democrática de la sociedad
venezolana.
Durante
los veintidós años de la deriva autoritaria el espíritu democrático de la
sociedad se ha fortalecido porque no ha sido un tiempo de pasividad y
resignación sino de lucha, con altos y bajos, avances y retrocesos. Han sido
años de lucha intensa y sostenida desde un primer momento. El 11 de Abril de
2002 es un hito fundamental de esta resistencia democrática que no ha cesado
para impedir el avance de la oscuridad tiránica.
La
lucha ha sido en la calle y en las urnas electorales contra la práctica
fraudulenta del régimen, los baches abstencionistas alimentados por el
gusanillo autoritario han sido arrinconados, la ruta electoral persiste junto a
la lucha de calle como la vía para la recuperación del sistema democrático.
Y todo
ello es gracias a los ciudadanos, base de la república democrática liberal
venezolana que habrá de refundarse por la persistencia de la tradición
democrática de nuestra sociedad. “No hay mal que por bien no venga”, dice mi
santa madre.
José
Luis Farías
@fariasjoseluis
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