Por Hugo Prieto
En el breve
lapso que antecede a la tanda de preguntas y respuestas, surge una reflexión
muy personal de Arnaldo Valero*: “¿Cuál es la pertinencia de ser un profesor de
literatura en estas circunstancias? ¿Qué sentido tiene?” Supongo que esa
pregunta nos ha sorprendido a muchos de nosotros desde el trabajo que
realizamos. No es un cuestionamiento banal, en una sociedad en plena
disolución. Y cada uno estamos en la obligación, en la necesidad, de encontrar
una respuesta que preserve nuestra dignidad como seres humanos. A tal punto de
sobrevivencia nos ha empujado el empobrecimiento y la depauperación de este
rincón del mundo llamado Venezuela.
¿Por qué no aprovecha la oportunidad y responde la
pregunta que se hizo, digamos, ante una audiencia distinta a la de sus
estudiantes de la ULA?
Sí, desde hace años me hago esa pregunta. ¿Qué sentido
tiene ser profesor de literatura en Venezuela? Y básicamente eso es lo que ha
orientado mi ejercicio como docente y como investigador. Después de haber leído
libros a los que uno tiene que acudir (Los orígenes del totalitarismo o 1984,
entre otros títulos), ellos, Hannah Arendt y George Orwell, se han convertido
en referencias ineludibles. Diría que la primera conclusión a la que llegué es
que la situación venezolana es tan espantosa que incluso la palabra distopía se
queda corta. El país parece un laboratorio -económico y social- a cargo de un
equipo de sádicos intoxicados con la más dura de las drogas, que es la
impunidad. Un lugar donde se encuentra una suerte de sociofagía. No es Saturno
devorando a sus hijos. Es un todo contra todos. En eso se ha convertido
Venezuela, tras una política sostenida de destrucción de las instituciones y
del aparato productivo, tras años de hiperinflación y tras una crisis
humanitaria compleja. Ojo, todo esto antes de que estallara la pandemia. Antes
del coronavirus ya nosotros estábamos al borde del abismo y el virus nos dio el
empujoncito que faltaba.
Son muchos los retos que nos ponen a prueba ante el
panorama que describe. ¿Qué diría alrededor de la narrativa?
Sin duda. Uno de ellos es la escritura y necesariamente
tenemos que apelar a lo que ya tenemos. De ahí la importancia que adquiere la
crónica. La crónica o la relación de hechos que acabamos de presenciar y que
nos han interesado especialmente, entre otras cosas, porque nos parece ver en
ellos aspectos claves de aquello en lo que se ha convertido nuestra vida. ¿Qué
es lo que logra una buena crónica? Yo creo que sobre todas las cosas les da
aliento humano a historias difícilmente imaginables, a partir de las cifras que
ofrecen las estadísticas, porque una cosa es saber que casi siete millones de
venezolanos se han ido a raíz de la crisis humanitaria que ha generado el
saqueo y la represión ejercida por Chávez y sus sucesores y otra cosa es
enterarse de las circunstancias específicas, cotidianas, domésticas, que han
obligado a tantos a abandonar los estudios, a separarse de la familia, a
despedirse de los amigos, para empezar desde cero en un lugar que no es su
patria. La crónica demuestra eso. Ese día a día. Esa cotidianidad. Esa
impotencia.
Se crea un ecosistema donde la crónica se convierte en
literatura. Diría que la crónica o una novela histórica son textos que podrían
ser complementarios o que se superponen y nos ayudan a entender lo que estamos
viviendo.
Además, aquí hay gente con muy buena pluma. Aunque los
escritores, los periodistas, están haciendo referencia a hechos que están
sucediendo, prevalece por sobre todas las cosas la exquisitez y el apego al
lenguaje. Esto es algo para tomarlo muy en cuenta, porque una de las cosas
contra las cuales ha atentado este régimen es sobre la calidad de expresión y
cuando uno empieza a expresarse con corrección, con respeto, ya uno se está
convirtiendo en un disidente, tal como lo expone Václav Havel. Pero, además,
ese hecho de resistirse a la manera como el régimen ha manipulado el lenguaje
también nos aproxima muchísimo a los géneros literarios. Recordemos que por
largos años tuvimos entre nosotros a Tomás Eloy Martínez. Su libro, Lugar común
la muerte, le dio un giro
tremendo a lo que es el ejercicio de la crónica, que ya en Venezuela cultivaron
escritores como Alejo Carpentier. Entonces, ¿cómo sobreponerse a esa adversidad
que significa vivir en un país como Venezuela? Gracias a la belleza que nos
concede la escritura.
¿Qué explicaría el uso contumaz del lenguaje vulgar al
que apela la cúpula chavista en el manejo comunicacional, en la destrucción de
las instituciones culturales?
Algo a tomar en cuenta es el lenguaje soez que utilizó Fidel Castro ante un congreso de docentes de educación básica (1971) celebrado en La Habana. Allí -para referirse a los intelectuales de todo el mundo que lo habían acompañado hasta la defenestración de Heberto Padilla- Castro los llamó “seudoizquierdistas descarados, agentes del colonialismo cultural, ratas de barcos que se hunden”… lo único que le faltó fue citar a Lenin, quien -en una carta dirigida a Gorki- llegó a decir que “los intelectuales no eran el cerebro sino la mierda de la nación”. Eso ocurrió hace exactamente un siglo, en 1922. Antes, en 1917 y 1918, y lo cita Alexander Solzhenitsyn, los había llamado “infectos”. Los líderes de izquierda se han servido de la invectiva para descalificar y deshumanizar a sus adversarios políticos. De ahí se nutre el chavismo, pero también tiene como punto de partida esa condición de lo venezolano tan acertadamente descrita y analizada por Miguel Ángel Campos en La fe de los traidores. En Venezuela, efectivamente, siempre ha existido una tradición de lo escatológico. De maltrato, ofensa y vilipendio hacia el otro. Entonces, “lo cubro con una especie de manto pestilente, con lo cual logro que mucha gente se distancie”. De esa tradición se sirvió Chávez para su ejercicio del poder y el resultado que tenemos es ese. En realidad, el desprecio de la izquierda no difiere en nada a cómo los nazis se referían a los judíos.
Ha enumerado varios títulos que son piezas literarias
opuestas al totalitarismo. Incluso, ha trazado una línea que nos emparenta con
esas prácticas destructivas del otro, ¿Qué es lo que ha advertido en esas
lecturas? ¿Ve un nexo directo con lo que ocurrió con los intelectuales en otros
países?
Lo que nos ha pasado puede que les resulte una novedad a
muchos venezolanos, pero no lo es para el continente. Estas cosas las
comenzaron a padecer los cubanos desde el mismo momento en que Fidel Castro
convirtió a la isla en una franquicia soviética. De ahí la trascendencia que
han adquirido escritores como Heberto Padilla, Guillermo Cabrera Infante,
Reinaldo Arenas, Raúl Rivero, Reina María Rodríguez o Antonio José Ponte. Para
quienes seguimos en Venezuela, ellos, esos escritores, son nuestros
contemporáneos, según lo que Giorgio Agamben ha entendido como contemporáneo.
Ellos han mantenido la mirada fija en el tiempo que les ha tocado vivir para
percibir su oscuridad. Por eso, libros como Mea Cuba, Otras cartas a Milena o La fiesta
vigilada parecen haber
sido escritos aquí mismo, acosados por esta oscuridad que ha secuestrado a
Venezuela. Agamben habla de lo contemporáneo a partir de un poema de Osip
Mandelshtam, el poeta que fue condenado por Stalin y que hace las veces de
guía, compañero e interlocutor de Igor Barreto en El Muro de Mandelshtam. Esto es
muy significativo porque, desde hace años, algunos escritores que fueron
perseguidos, censurados, torturados y encarcelados por los bolcheviques nos
conceden la clave para articular creativamente nuestra dignidad como
individuos. Algo que, según Vaclav Havel, constituye el trasfondo principal de
cualquier política alternativa independiente.
Los intelectuales y escritores venezolanos,
prolíficamente -bajo distintas plataformas y distintos géneros- han abordado “la
oscuridad de Venezuela” como usted la ha calificado. Sin embargo, seguimos
viviendo en la incertidumbre, en la falta de respuestas. ¿Qué diría usted?
Aquí hemos visto la integridad y la lucidez de muchísimos
de nuestros intelectuales. Ha sido tan seria la manera como ellos han afrontado
esta oscuridad que uno podría advertir que hay resultados extraordinarios en
términos estéticos. Uno de ellos, y de los primeros, fue El ojo del
Mandril de Laura Cracco,
publicado por la Dirección de Cultura de la Universidad de los Andes. Ella nos
muestra lo que fue el chavismo en sus primeros 15 años. Y, de la misma manera
que hace una década nos preguntábamos ¿qué es esto? -y advertíamos que algunas
categorías como totalitarismo o biopolítica se quedaban cortas- igual muchos de
nuestros intelectuales se daban cuenta de que los conceptos tradicionales no
daban la talla para expresarse. Pero, una vez que terminas de leerte el libro
de Gracco, tienes la perspectiva que te ofrece un mosaico narrativo. Entonces,
sí, hemos tenido intelectuales muy lúcidos.
En una ocasión Miguel Ángel Campos dijo que esto era una
forma de genocidio. De muchas cosas. De la vida política, económica, cultural,
de la comunicación, de la cotidianidad, incluso. Un proceso simultáneo, quizás
inconcluso. Y en esa misma medida, analizado, estudiado parcialmente. Todavía
no hemos visto el final. ¿Usted qué piensa?
El asunto está en que a esta gente le tiene sin cuidado
la opinión pública internacional. Una de las grandes diferencias entre este
modelo y la democracia es lo que se hizo con el petróleo. Venezuela es la
responsable de la creación de la OPEP y mira lo que representó esa organización
para todos los países que exportaban petróleo. Pero este mismo país, bajo la
égida de Chávez, promociona Petrocaribe. ¿Cuál fue el primer uso que le dio
Hugo Chávez a Petrocaribe? Comprar votos en la OEA para que Venezuela no fuera
investigada por violación a los Derechos Humanos. Los recursos del país, además
del petróleo, han sido utilizados para menguar, para anular, la opinión
pública. Y se ha hecho mediante la compra de la firma de intelectuales
internacionales, que en su momento llegaron a suscribir un manifiesto diciendo
que era mentira que aquí se habían masacrado jóvenes en 2014 o en 2017. Una de
las particularidades de esto es que se ha servido de una infraestructura creada
previamente, así como el castrismo en Cuba se sirvió de la infraestructura
creada por la Unión Soviética. Es el tipo de lógica, el tipo de
infraestructura, que, durante muchísimo tiempo, ha dicho que Pinochet era un
dictador asesino, mientras que Fidel Castro era un líder indiscutible del
tercer mundo.
¿Usted cree que el chavismo corrompió a la izquierda
latinoamericana? ¿Y por tanto sumió a este continente en esa crisis moral y
política?
No lo creo. En este momento hay muchos intelectuales
apoyando al régimen, algunos de ellos fueron profesores míos cuando fui
estudiante de Letras en la Facultad de Humanidades y Educación. Todos ellos se
anotaron -desde la ULA, al igual que desde otras universidades autónomas del
país-. Todos ellos se ufanaban de su militancia comunista, de ir todos los años
al Festival de las Artes y el Fuego en Santiago de Cuba. Se ufanaban de ir a la
Escuela de Cine de San Antonio de los Baños, cuyo director era García Márquez.
Algunos, incluso, se ufanaban de haber participado en la guerrilla urbana y de
que no les quedó otra opción que venirse a Mérida porque Caldera había cerrado
la UCV. Todos ellos han apoyado esto. Por no hablar de Luis Britto García, a
quien consideré un intelectual con ética, con integridad, cuando estudiaba
Letras. Así que, de verdad, ¡no! Creo que esa izquierda ha consumado su sueño,
que era estar en el poder.
¿Qué tanto de nostalgia y qué tanto de memoria hay en lo
que se ha escrito sobre Venezuela?
No solo en lo que se ha escrito sobre Venezuela, sino en
lo que llega a escribir un escritor tan duro como Solzhenizyn. Cuando uno lee Archipiélago
Gulag, él hace un ejercicio
extraordinario ofreciendo los contrastes de lo que era la Rusia zarista y lo
que llegó a ser después de la revolución bolchevique. En algunos casos,
apegándose a testimonios de personas o leyendo documentos y libros, él
contrasta cómo era la libertad de prensa, cómo eran tratados los prisioneros
políticos y llega a una cosa muy interesante que nos atañe hoy. Precisamente,
en 1922, hace 100 años, el régimen bolchevique hace todo lo posible para acabar
con la autonomía universitaria. Para que veas que lo que se ha hecho contra las
universidades no es algo propio del chavismo, sino algo que fue propuesto por
el camarada Lenin. Hablo de la universidad y yo siento una enorme nostalgia.
¿Qué despierta ese
sentimiento?
Cuando me tocó ir a la Facultad, antes de la pandemia,
los colegas me decían que la Facultad estaba como muerta por el nivel de
deserción estudiantil. ¿Qué joven va a querer estudiar educación sabiendo el
sueldo que gana un docente? Venezuela era un país con problemas, eso no lo
podemos negar, pero la educación universitaria era un vehículo de movilidad
social. Era el camino para un futuro más digno. Ese era el paso a seguir para
todos después de graduarse de bachiller. Ahora no es así. Los chamos quieren
cumplir la mayoría de edad para irse del país. ¿Quién no va a sentir nostalgia?
Y la mejor manera de hacer de esa nostalgia algo productivo es apegándonos a la
memoria. Reconstruyendo. Eso es importantísimo y eso también se aprende leyendo
a Solzhenitsyn, a quien leí porque precisamente Václav Havel lo propone como
modelo de intelectual. Para Havel lo clave es articular creativamente la
dignidad individual, a través del arte y por eso es tan importante lo estético,
por eso es tan importante la literatura. Cuando le doy a leer textos a mis
alumnos, estoy pensando en este momento en lo vital que es La fiesta
vigilada y les digo: miren
qué tremendo modelo hay aquí para afrontar creativamente la circunstancia que
nos rodea. Una mezcla de crónica, biografía, entrada de diarios. Quizás estamos
hablando de un compendio de esos que Deleuze Guatari llamaba “literatura
menor”, pero es precisamente lo que nos sirve de refugio y nos permite
sobrevivir éticamente ante tanta adversidad.
¿Qué podemos hacer desde la literatura para oponernos a
la dictadura del señor Maduro?
Leer a escritores que no sean filotiránicos. Leer a
Albert Camus -más que a Sartre-. Leer a escritores disidentes: Cabrera Infante,
Heberto Padilla, Antonio José Ponte, Anna Ajmátova, Solzhenizyn y Václav Havel.
Recuperar la tradición literaria representada por Mariano Picón Salas, Octavio
Paz y Vargas Llosa. No olvidar que el camino está minado de comisarios
culturales, de “Retamúdez Gordillos” (el alias que Neruda acuñó para el
sargento Fernández Ratamar), como el ministro de cultura cubano que ha venido a
Venezuela a decir qué es lo que debe escribir cualquiera que se precie de ser
un verdadero intelectual revolucionario. Si tomamos esto en cuenta, la
literatura -y quiero insistir en esto- nos permitirá articular creativamente
nuestra dignidad como individuos.
***
*Arnaldo E. Valero: Profesor e
investigador titular de la ULA. Autor del poemario Mínima
historia (2007). Su libro
de ensayo más reciente es Canciones de fuego negro. Del reggae a la poesía
dub (2015).
16-01-22
https://prodavinci.com/arnaldo-e-valero-si-hemos-tenido-intelectuales-muy-lucidos/
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