Américo Martín 03 de enero de 2022
En los
progresos de una escuela pública, la Experimental Venezuela,
observaba desde mi colegio –privado como tengo dicho– el éxito de las
Repúblicas Escolares creadas por los gobiernos de Medina y Betancourt. La
Experimental estaba ubicada a unas cuatro cuadras; cinco, a partir de mi casa.
Se elegía presidente con el voto directo de los estudiantes. Los aspirantes
debían ser de quinto y sexto grado. Vivían la democracia, aprendían el lenguaje
institucional, practicaban la política como ejercicio ciudadano.
Mi
hermano Luis Antonio estudió en esa escuela, yo hice una brevísima incursión en
ella sin llegar a matricularme y mi primo Balboa recorrió todos los grados. En
algunos aspectos la Experimental era superior a mi colegio, aparte de que era
gratuita, mientras mis padres debían pagar Bs. 20 o 30 mensuales para costear
mis estudios.
Supe desde temprano que allí estudiaron también Teodoro Petkoff y sus hermanos Luben y Milko. Notable era la amplia composición social de estas interesantes escuelas.
Con
Balboa estudiaba Bastardo, un muchacho limpiabotas que se pichaba con mi primo
y eventualmente conmigo dejando escuchar el ruido de sus útiles en el bulto de
cuero, que era de uso generalizado por los estudiantes varones de aquellos
años. El bulto se llevaba como los actuales morrales, aunque por ser de cuero
era un batir de lápices, cuadernos, creyones y reglas.
Si mal
no recuerdo, en esa escuela estudiaba Mariela Silva Estrada, hermana menor de
Leonardo y de Alfredo Silva Estrada, quienes vivían en El Conde, muy cerca de
nosotros. Mariela era encantadora, pelo rubio, buen cuerpo y un atractivo
desparpajo. En lugar de usar el maletín, propio de las muchachas de la época,
iba a clases portando un bulto de varón. El suyo también bailaba y no era menos
ruidoso que el de sus compañeros. A mí me parecía un espectáculo verla correr,
sueltos sus cabellos rubios de valkiria. Su hermano Leonardo tampoco pasaba
desapercibido. Alto, opulento, de voz recia se graduará de abogado y militará
por unos años en el Partido Comunista. Alfredo era más silencioso y tranquilo.
Se decía que a esa temprana edad ya era poeta, pero tal vez esa opinión fuera
una proyección del futuro al pasado.
Ya en
mi segundo matrimonio, Mónica y yo inscribimos a nuestro hijo Iván en esa
escuela. Estando en quinto grado no sé quién le metería en la cabeza postularse
a la presidencia. Su rival, una muchacha de sexto, lo derrotó, pero Iván se
tomó muy en serio su responsabilidad, y yo también. Mi gran amigo Freddy Peña
le pintó unas pancartas con el lema: «Iván a la presidencia», no muy distintas
a las que adornaron mi campaña a la Presidencia de la República en 1978. Iván
nunca me comentó cómo había recibido la derrota. Mi estupendo hijo era poco
expresivo de sus emociones. Fallamos otra vez, Freddy. Mejor no sigamos
insistiendo.
Los
grandes educadores eran Rafael Vegas, integrante destacado de la Generación del
28, y uno de los aventureros antigomecistas de la valiosa tripulación del
Falke, Espíritu Santos Mendoza, Gustavo H. Machado, Luis Beltrán Prieto, Rafael
Pizani, Humberto García Arocha.
Por
cierto, García Arocha fue ministro de Educación de Betancourt. Era un
apasionado amigo de la educación y contribuyó a su masificación, pero también
metió en líos a Rómulo con su orientación a ratos inflexible. Fue el inspirador
del Decreto 321, basado en la tesis del Estado docente, doctrina oficial de AD.
Nombrado ministro de Educación —dado que Prieto se había integrado a la Junta
Revolucionaria de Gobierno—, le tocó a García Arocha ser el ponente. El decreto
fue dictado en mayo de 1946. Consagraba el régimen de calificaciones,
promociones y exámenes en primaria, secundaria y normal.
Los
educadores católicos emprenden una dura resistencia contra el 321, respondida
enfáticamente por el magisterio de izquierda. El asunto va a la calle. Desde la
azotea de mi casa de El Conde observo la manifestación de los conservadores en
defensa de la libertad de enseñanza, que creen vulnerada por el nuevo
instrumento normativo. Desfilan ruidosamente en camiones, carros, a pie.
Escucho las emotivas consignas sin entender la esencia del reclamo. Me ocurre
lo mismo con la contramanifestación de los amigos del decreto. Las partes en
conflicto desfilaron por la hoy llamada avenida Leonardo Ruiz Pineda, al otro
lado del Guaire, y a la vista de mi atalaya en El Conde.
¡3-2-1,
trescientos veintiuno! ¡1-2-3, ciento veintitrés!
Es una
fractura social de contenido ideológico. Primera vez que veía una. Betancourt
rehúye la confrontación. Se siente colocado en un terreno frágil. Busca unir a
la nación o, cuando menos, silenciar en lo posible las condenas religiosas y
conservadoras. El 321 no ayuda a esa política. Renuncia García Arocha, se deja
sin efecto el decreto, cantan victoria los conservadores y Betancourt evita un
indeseado enfrentamiento. Por puro instinto condeno el repliegue del gobierno.
Pero alguien me da una lección política que no olvidaré
—Así
es la política —me dice—, no siempre en línea recta. A veces se avanza más por
los flancos. Lo peor es pelear en el terreno puesto por el adversario; lo
mejor, llevarlo al nuestro. Retroceder no siempre es retroceder.
—No es
fácil la política —pienso.
Américo
Martín
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico