Por Antonio Pérez Esclarín
Estamos despidiendo el 2021, año muy duro y difícil en el que
sin duda hemos acumulado rabias muy justificadas y hasta posiblemente rencor y
odio. Por ello, debemos acercarnos al Niño del Pesebre y pedirle que nos enseñe
a perdonar para empezar el nuevo año aliviados, con más alegría y más fuerza.
El espíritu del perdón rompe el círculo diabólico de la revancha y nos permite
a los humanos, siempre heridos e hirientes, una sana convivencia. Perdonar es
la única forma de ser libres pues destruye las cadenas del rencor, la rabia, el
enojo y el ansia de venganza que envilecen y consumen. En palabras de Mark
Twain, “el perdón es la fragancia que suelta la violeta cuando se
levanta el zapato que la aplastó”.
Perdonar es sanar la herida y recuperar la paz interior. Perdonar no es
olvidar, es recordar sin amargura, sin respirar por la herida. Si no perdonas,
siempre que recuerdes la ofensa que te hicieron volverás a sufrir. Si no
perdonamos, seguimos encadenados al deseo de venganza, a la tristeza. No somos
ni libres ni sanos. Mientras no perdones, tendrás atormentado el corazón con un
dolor que te devora el alma y no te permite encontrar la paz. Guardar rencor es
como si uno se tomara un veneno y esperara que el otro se muriera. Mientras no
perdones, seguirás viendo a las personas y al mundo desde tus heridas y no
podrás ser feliz. En palabras de Lacordaire: “¿Quieres ser feliz un instante?
Véngate. ¿Quieres ser feliz toda la vida? Perdona”.
Perdonar significa optar por la vida, y no perdonar significa optar por la muerte,
por pequeñas muertes sin felicidad ni bendición. Perdonar puede significar la
renovación para un ser humano, para una comunidad y para un país. Perdonar es
un acto de valentía de la persona, que quiere deshacer la fascinación del mal.
El perdón abre las puertas de un nuevo y mejor futuro. No perdonar conduce a la
incomunicación, la ausencia de relaciones, la rivalidad y el enfrentamiento
permanente.
Perdonar es un acto de libertad que no hace suya la lógica de la rivalidad.
Puede ser duro; pero no perdonar es igualmente duro, tal vez más aún. Un refrán
chino dice: “El que busca venganza debe cavar dos fosas”. Perdonar
no es abandonar todo interés por las ofensas e incluso crímenes del que
ofendió, no es tampoco minimizar los hechos diciendo que no importan, ni
renunciar a que se haga justicia. El perdón y la justicia pueden y deben andar
juntos. Si los ladrones son perdonados sin más, si los corruptos son perdonados
sin más, si los asesinos y torturadores son perdonados sin más, si los que
abusan y ofenden son perdonados sin más…, la sociedad canoniza a sus mismos
destructores, deja inermes a las personas y se destruye a sí misma. El perdón
no es un salvoconducto para obrar mal, ni significa que lo mal hecho no tenga
importancia. Perdonar es inventarse una nueva relación con las personas que han
causado daño, es salir de la cadena de la violencia. Sólo el perdón puede abrir
un futuro auténtico y generar nuevas relaciones. Ni la venganza ni la violencia
pueden hacerlo. No hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón, decía Juan
Pablo II. La venganza es el final catastrófico de la política, así como la
justicia encuadrada en el perdón es su comienzo fructífero.
Por ello, dejemos atrás el rencor y los deseos de venganza y dispongámonos en
el nuevo año que ya se acerca a trabajar por la justicia y la reconciliación,
lo que implica estar dispuestos a pedir perdón y a perdonar.
pesclarin@gmail.com
www.antonioperezesclarin.com
11-01-22
https://www.eluniversal.com/el-universal/115532/tiempo-de-perdon
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