Ángel R. Lombardi Boscán 07 de enero de 2022
Es
llamativo como los «países bolivarianos» tienen memorias encontradas respecto a
su «libertador»: me refiero a Simón Bolívar. En Perú no lo quieren porque los
invadió y les quitó el Alto Perú para crear Bolivia. En Ecuador su recuerdo es
tibio. Y en Colombia Santander, «el traidor», está por encima. Hace unos días,
Diego Bautista Urbaneja, uno de nuestros mejores historiadores, me inquirió muy
gentilmente sobre el “Encuentro de Tocaima” entre Bolívar y Santander a finales
del año 1826. Y me demostró lo que siempre hemos sabido: mientras más suponemos
saber de un tema en realidad no sabemos nada.
En Tocaima, muy cerca de Bogotá, hubo la implosión del proyecto constitucional para ceder al militarismo de los caudillos libertadores. Una Gran Colombia sólo sostenida por las bayonetas y con la Cosiata de trasfondo.
Todo
el republicanismo de los mantuanos iniciado tibiamente en 1811 desapareció en
1813 con el Decreto de Guerra a Muerte y las tropelías de Boves y su “Legión
Infernal” compuesta de llaneros y pardos (1814). Pasado ese Rubicón nuestra
Independencia fue una guerra de exterminio. Y el famoso abrazo en Santa Ana
entre Bolívar y Morillo con el Tratado de Regularización de la Guerra (1820) no
aminoró las atrocidades ya acometidas y las nuevas por acometer. La nueva
guerra de exterminio, luego de las exitosas “campañas de liberación” del Sur
del continente, se desarrollarían entre los caudillos libertadores triunfantes
y sus herederos.
Los
únicos que queremos a Bolívar somos los venezolanos, y sólo, por interés. Como
casi todos los amores. A Bolívar: Páez y sus amigos godos le sacaron la silla
con lo de la Gran Colombia (1819-1831). No le perdonaron que haya puesto de
capital a Bogotá. Y lo desterraron de Venezuela. ¿Dónde muere Bolívar? En una
oscura playa al norte de Colombia con salida al Caribe. Yéndose al exilio
rumiando su fracaso político. Es decir, que tampoco sus compatriotas
venezolanos lo trataron bien, es decir, como hombre vivo. Ya muerto se le
recuperó aunque no tanto por sus hazañas como nos han hecho creer sino como
instrumento ideológico del poder.
En
1842 el mismo «traidor» Páez le trae de vuelta hasta Caracas como ceniza.
Imitando lo que hicieron los franceses con Napoleón en París. ¿Por qué lo hace
Páez? Para arroparse con la aureola de prestigio de Bolívar y construir su
Mito, el de la nueva nación que repudió todo vestigio hispánico. Los
venezolanos no teníamos identidad histórica. Indios y negros siempre han
sufrido de nuestro desprecio. Lo español lo rechazamos y combatimos. Lo criollo
era algo ambiguo y fruto de un mestizaje incestuoso y dicharachero. ¿Qué hacer
entonces? Se buscó a Bolívar héroe.
El
Poder desde entonces elaboró la identidad nacional alrededor del culto
bolivariano. Desde Páez hasta Maduro todos han sido bolivarianos porque no
serlo es perder a la clientela política, el Pueblo. Y no hay palabra más
deformada y manipulada que ésta del Pueblo.
Así
que el Pueblo bolivariano, supuesto protagonista del legado del Libertador, es
en realidad, siempre lo ha sido, carne de cañón para quienes se han encumbrado
en el Poder en Venezuela desde Páez hasta hoy. Junto al Mito Bolívar está el
del Pueblo. Ambos deben ser desmontados.
El
único Bolívar que de verdad nos hace falta es el real e histórico, el de carne
y hueso. El humano y terrenal: virtuoso y defectuoso. Al que le podamos exigir
cuentas para mejorar en nuestro presente. El Bolívar del Poder ese nos
paraliza e intoxica con sus excesos y mentiras. En Tocaima, un olvido
patriótico, es uno de los rastros perdidos de la tan cacareada como fallida
unidad latinoamericana bajo las banderas republicanas que el personalismo
dinamitó para sufrir la más grande y debilitante balcanización.
Ángel
R. Lombardi Boscán
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