Marta de la Vega 07 de marzo de 2022
El
ataque ordenado por Putin contra Ucrania para extender su feroz invasión a todo
el territorio, es también contra el orden europeo e internacional, que ha
construido, mediante una democracia libertaria, liberal y representativa, un
espacio de convivencia pacífica y de civilidad desde las diferencias y la
diversidad; que no ha surgido de la noche a la mañana; que es un esfuerzo de
muchas generaciones y de varios siglos para alcanzar una paz estable, que no ha
sido conquistada desde la barbarie y el uso de la violencia para que el más
fuerte ejerza su poderío, sino desde la autoridad moral, la legitimidad y el
principio de legalidad.
El autócrata busca imponer la paz por la fuerza, con la más sanguinaria represión. Mediante la venganza, el miedo y una persecución sin límites, somete o liquida a quienes lo contradigan; pone la ley a su servicio de acuerdo con sus intereses y con los de quienes lo acolitan, en lugar de dirigirla hacia el bien común.
Estamos
presenciando una lucha muy desigual entre la civilización y la barbarie; entre
la democracia y la autocracia. Estamos ante el desmoronamiento de los logros
civilizatorios del derecho humanitario y del orden jurídico internacional, que
sustentan las bases culturales de Occidente y los principios políticos de la
democracia madura: separación de poderes, límites al ejercicio del poder,
equilibrio e independencia entre los poderes públicos, respeto a los derechos
ciudadanos. Estos derechos civiles y políticos exigen a su vez deberes y obligaciones
de los ciudadanos. Estos últimos, como iguales, ejercen el poder en distintas
instancias a través de la representación o directamente a través de mecanismos
de participación previstos en la Constitución, la cual garantiza la
coexistencia pacífica entre los diversos actores.
En
democracia, el poder es consecuencia de acuerdos, de diálogo, entendimiento y
comprensión recíprocos. Debate público y libertad de expresión sin temor al
castigo son sus pilares. Esto no ocurre en Rusia. Se trata de imponer, de
mentir para dominar. La desinformación es política de Estado.
La
narrativa oficial está sustentada en falsedades para justificar la invasión: el
presidente Zelensky es “neo-nazi y drogadicto”. Se trata de “desnazificar y
desmilitarizar” el país, cuyo ejército, supuestamente según Putin, ha provocado
un “genocidio” al “masacrar” a la población prorrusa de una de las regiones del
este de Ucrania, Donbass, como antes fue el pretexto para anexarse en 2014 la
península de Crimea.
La
coexistencia pacífica es amparada por valores como respeto, tolerancia,
reconocimiento de los otros, diferentes y a la vez iguales en dignidad como
personas, pluralismo y defensa de los derechos humanos fundamentales. De allí
se derivan solidaridad y compasión, al reconocernos todos vulnerables. Pero a
la vez, es clave para la democracia el principio de que nadie está por encima
de la ley. El puro poder de coacción o poderío material, la fuerza bruta, puede
vencer y someter a los otros, pero sin convencer ni obtener la obediencia
consentida para acatar voluntariamente las normas.
Si el
agresor autócrata ruso alcanza su objetivo de dominar Ucrania, de someter a
sangre y fuego y en forma despiadada a los heroicos combatientes, militares y
civiles, que resisten desde las diferentes ciudades ucranianas el asedio
implacable de las tropas rusas y su superioridad bélica, con el apoyo cínico
del gobierno títere de Bielorrusia, se acaban el Estado de derecho, la
supremacía de la ley, el orden de una convivencia civilizada. Se impone, con un
régimen de facto, la barbarie.
Si
Europa sucumbe al chantaje, al terror nuclear con el que el presidente de la
Federación Rusa amenazó a los dirigentes de los Estados democráticos de
Occidente el 22 de febrero pasado, no solo Europa está perdida sino buena parte
del planeta.
Al
iniciar su ofensiva destructora contra Ucrania Putin dijo: “quien intente
interferir con nosotros desde el exterior, debe saber que la respuesta será
inmediata y conducirá a consecuencias aún mayores de lo que jamás ninguno de
Ustedes ha visto en la historia”. El ataque del 3 de marzo de 2022 a la central
nuclear de Zaporizhzhia, la mayor de Europa, marca un quiebre histórico de la
humanidad y revela el peligro de la lógica autocrática de Putin, sin contención
para cumplir sus ambiciones expansionistas.
Américo
Martín, como antes Pompeyo Márquez y Teodoro Petkoff, vislumbraron la barbarie
oculta tras los sueños de redención del socialismo real, utopía que penetró en
Venezuela en la década de 1960, con el triunfo de la revolución cubana liderada
por Fidel Castro. Esta ha sido, y los hechos lo demuestran, una farsa siniestra
monumental, un proyecto cruel y depredador contra la gente, la economía y el
sentido del logro con probidad, como también ha quedado en evidencia hoy en el
llamado “socialismo del siglo XXI” que pretendió Hugo Chávez, con vocación
hegemónica y planetaria.
Los
tres, desde diversas vertientes ideológicas, estuvieron movidos por el ideal
altruista de la justicia social y la toma del poder mediante la subversión y la
lucha armada contra la democracia naciente que impulsaba Rómulo Betancourt.
Reconocieron que era un callejón sin salida, una contradicción suicida de sus
propósitos emancipadores. Se enfrentaron a los dirigentes del alto comité de la
revolución soviética y al líder cubano de la revolución marxista-leninista
implantada en la isla caribeña. Los tres rectificaron, denunciaron los horrores
del stalinismo y, con grandeza de miras, se convirtieron en líderes de la
libertad y el progreso democráticos. Triunfó en ellos la civilización sobre la
barbarie.
¿Qué
diría, qué reflexión y qué análisis escribiría hoy Américo Martín en TalCual respecto
de la brutal, ilegal, injustificada, invasión de Rusia a Ucrania? Nos hace
mucha falta. Honor a quien honor merece.
Marta
de la Vega
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico