Julio Castillo Sagarzazu 06 de abril de 2022
Siempre
se ha dicho que la fe del converso es la más irracional de todas. Es la que se
muestra con mayor desparpajo y la que lleva a tomar decisiones que sorprenden a
los mismos correligionarios que reciben al que viene de otra confesión.
Cuentan
los protagonistas del desdichado periodo de la luchar armada en Venezuela que
cuando un militante se quebraba y se pasaba al otro lado, solía hacerlo
directamente a la Digepol, y que se convertía en el peor de los delatores e
incluso torturadores de sus viejos ex camaradas. Los psicólogos lo explicaran
mejor, pero es una huida hacia adelante para tratar de disfrazar la vergüenza.
Mutatis mutandi, en el curso de estos últimos días, hemos sido testigos de, al menos, dos burdas, grotescas, pero sobre todo patéticas declaraciones de dos personajes que ha decidido, con la fe del converso, descubrir de pronto que con Maduro se vive mejor.
Uno es
Daniel Ceballos ex dirigente del VP y ahora del VP oficialista y, el otro, un
personaje que salió corriendo cuando Chávez dijo que investigaría a los
corruptos: el ex gobernador Luis Martínez, quien hoy y, desde el púlpito de ese
templo de la insania que es la AN que sesiona en el Palacio Federal
Legislativo, pide perdón a “Delcy y a Jorge” por los pecados cometidos,
mientras militaba en eso que él llama la oposición.
Ya
dijimos que son repulsivas las imágenes, pero más allá de eso, es necesario
decir que son en realidad la punta del iceberg de la crisis de dirección
política de las fuerzas democráticas venezolanas.
Son
además, la demostración de cómo el régimen ha encontrado terreno fértil en
algunos dirigentes para hacerse una oposición a la medida, una
“leal oposición a su Majestad”, como la que establece la vieja tradición
inglesa, como obligación para el partido que queda fuera del gobierno en las
elecciones precedentes.
La
gran pregunta es: ¿Por qué el régimen ha conseguido ese terreno fértil? Es
obvio que la respuesta es de elección múltiple, pero en esta nota nos
limitaremos a señalar una, sobre la que hemos insistido en muchas otras
anteriores.
Se
trata del abandono, desde hace muchos años, de la formación política de los
dirigentes y militantes de los partidos políticos. En efecto, el “alacranato”,
esa infame institución que se ha establecido en el país, ha conseguido en la
falta de formación en valores, en principios y en doctrina, ese terreno fértil
del que hablamos.
Desde
hace mucho tiempo, nuestros partidos se han ido formando como los equipos de
pelota sabanera; como las caimaneras “vente tu”, donde se juntan jugadores sin
previo entrenamiento, sin disciplina, sin criterio alguno, sin estrategia para
ganar el juego y con la consigna famosa de Eudomar Santos: “como vaya viniendo,
vamos viendo”
La
formación política ha desparecido virtualmente del currículo de la mayoría de
los partidos. Los liceos y universidades, otrora semillero y fragua de
dirigentes políticos, están casi cerrados y desde hace tiempo dominados por una
cierta indiferencia estudiantil sobre los asuntos públicos.
Ceballos
y Martínez son el producto mas acabado de esta realidad. Obviamente no son los
únicos, pero es natural que si los partidos no revisan sus maneras de reclutar
y formar sus dirigentes, vendrán muchos más, cada vez más patéticos y
grotescos.
Hoy
día, la mayoría de los partidos democráticos del país han anunciado procesos de
revisión interna y de reestructuración de sus instancias. Se trata, por
supuesto, de una buena noticia. No obstante, tenemos que convenir que, en las
actuales circunstancias, en las que el régimen ha logrado diezmar, dividir y
confiscar los partidos y sus símbolos, se hará muy difícil que el país
reconozca estos procesos como eventos que marquen un viraje de las
organizaciones políticas. Sera, efectivamente, difícil que haya muchas nuevas
caras porque los relevos no se improvisan de la noche a la mañana y la diáspora,
la persecución y el hostigamiento de los líderes lo hace aún más difícil.
De
manera, entonces, que el gran reto de los partidos que logren cumplir con estos
procesos de revisión es que logren convencer al país que también habrá cambios
en la conducta, en la estrategias y que habrá un balance profundo (hasta que
duela) de aciertos y errores. También, y sobre todo, que se empeñen en un
proceso de retomar la formación en doctrina, en valores y en ideas políticas de
sus dirigentes y militantes.
Solo
con un decidido y ostensible proceso de ir hacia ese terreno en las revisiones
anunciadas, puede tenderse un cordón profiláctico para que casos lamentables
como los de Ceballos y Martínez hoy y otros, igualmente deplorables ayer, no se
repitan y lastren aún más la confianza en las organizaciones políticas del
país.
Ojala
la providencia riegue sabiduría en estos procesos que hoy tienen lugar.
Julio Castillo Sagarzazu
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