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jueves, 9 de febrero de 2023

Memorias de Jean-Baptiste Boussingault entre 1822-1832, @LaHistoria200


por Ángel Lombardi Boscán

“Lo que yo mandé a incinerar como Ministro de Educación en aquellos días, fue un extracto en 166 páginas de aquellas Memorias”.

Augusto Mijares (1897-1979)

Lo normal en la historia de los grandes héroes es que sean hagiografías: la vida de los santos. En el caso venezolano la identidad de la patria es Simón Bolívar (1783-1830). Un Bolívar como héroe inmaculado al servicio del poder sin importar ideologías o partidos o épocas. La cosmovisión del Estado venezolano es bolivariana aunque de empaque: ideas y principios son irrelevantes. Ésta religión civil está vigilada por los jefes de Estados, ministros y funcionarios de distinto rango desde la impostura oficial. En las escuelas se procura hacer otro tanto.

Desde 1842 no se puede hablar mal del Libertador caraqueño en Venezuela. Famosos proscritos han sido el pastuso José Rafael Sañudo (1872-1943) y su libro Estudios sobre la vida de Bolívar (1925) o los “prohibidos” Memorias de Simón Bolívar y de sus principales generales (1828) del militar franco-alemán Henri Louis Ducoudray Holstein (1772-1839) y las Memorias en cinco volúmenes del científico naturalista oriundo de Francia, Jean-Baptiste Boussingault (1801-1887), quien las publicó en París entre los años 1892 y 1903.

Boussingault es famoso entre nosotros porque Augusto Mijares, un historiador muy probolivariano y quien era Ministro de Educación, mandó a quemar en el año 1949 los cinco mil ejemplares de una edición reducida que estuvo a punto de circular. Según Mijares su despacho no podía avalar “una fuente histórica sospechosa de credibilidad”, debido a “todas las necedades y calumnias que Boussingault había escrito contra Bolívar, las mujeres de América y la sociedad venezolana”. Y remata que otra cosa era haberlo hecho en una edición privada. Lo cierto del caso es que Mijares, intelectual culto y respetado, también sucumbió al dogma histórico. En una sociedad auténticamente libre es posible ventilar cualquier punto de vista siempre y cuando no se mancille el respeto a la dignidad de terceros.

Jean-Baptiste Boussingault

En realidad, el pecado historiográfico de Boussingault, como testigo de una época y sus principales personajes, es no haberse arrodillado a la batería de lisonjas que enmascaran a los héroes y los hacen impenetrables a la más sana crítica. No hay nada ofensivo y descalificador en estas breves referencias a Venezuela y la Independencia entre los años 1810 y 1830.

Apartando sus hallazgos científicos a los cuáles dedica la mayor parte de sus recuerdos como viajero lo que nos interesa aquí es señalar sus impresiones sobre Simón Bolívar y Manuela Sáenz (1797-1856). A Bolívar no le ofende ni irrespeta, aunque hace unas observaciones que ponen en tela de juicio al Bolívar santo y canónigo. Entre Bolívar y Boussingault lo que hubo fue “mala leche”, es decir, una antipatía al parecer mutua. Bolívar apenas tuvo trato con el francés y éste consideró al caraqueño en exceso vanidoso y autoritario, casi un espejo del emperador Napoleón Bonaparte (1769-1821). Por cierto, esta apreciación coincide con la de Louis Perú De la Croix (1780-1837) en su Diario de Bucaramanga (1870), que quizás sea la confesión más veraz y sincera acerca de la psicología de Simón Bolívar en el año 1828.

“Sus triunfos sobre las tropas españolas, sus proclamas enfáticas, tuvieron durante cierto tiempo, mucha repercusión en el mundo liberal: emanaban de un poderoso dictador. El prestigio fue inmenso por un momento, pero cuando veía a su alrededor, tropezaba con la falta de recursos y aun con la pobreza. Su palacio era un caserón, sus soldados harapientos, todo lo cual mortificaba su vanidad. Nunca tuvo el valor de aceptar su verdadera y gloriosa situación: un jefe inteligente de guerrillas”.

Esta apreciación de Boussingault tenía que ser herética ya que desmeritaba la imagen creada en torno a un impoluto Bolívar, “Padre de cinco Naciones” y adalid de la Libertad sin tachas. Nos llama la atención el señalamiento a la pobreza de un bisoño Estado, el de Colombia, nacido en la más feroz guerra destructiva y que pocos estudiosos del período se han dedicado a señalar como una de las principales causantes de la derrota política del proyecto republicano luego de la victoria militar.

Otro aspecto de gran actualidad hoy es la condena que llevó a cabo Boussingault acerca de lo pernicioso del partido militar y sus ambiciones al momento de la paz, y cómo los civiles quedaban relegados al predominio de los hombres en armas.

Simón Bolívar

“Es una verdad histórica que a los libertadores se les aclama primero y luego se les odia. El reconocimiento y la gratitud no existen en política. La razón es obvia: pueblo que no conquista su libertad, queda a merced de sus libertadores”.

Boussingault, un liberal convencido, sostuvo que luego del éxito militar de Bolívar y sus aliados tenían que haber permitido que los civiles asumieran las tareas propias de un gobierno civil. Esta incapacidad de miras, prisionera de la ambición, trajo la perdición a la causa de Bolívar.

El año 1828, es el año del “Juego de Tronos” de Simón Bolívar. Es el año fatídico de su muerte política. Boussingault, testigo contemporáneo inteligente, así lo percibió. La derrota en manos de Francisco de Paula Santander en la Convención de Ocaña disparó la odiosa dictadura de Simón Bolívar desde Bogotá y desencadenó el atentado septembrino en el que Manuela Sáenz prácticamente le salvó la vida. “Los acontecimientos del 25 de septiembre produjeron en Bolívar una fuerte impresión, y puede decirse que si escapó con vida por milagro, en realidad lo asesinaron, pues a partir de ese momento su salud declinó rápidamente”.

Manuela Sáenz

A Manuelita la despacha rápido llamándola la “Amable loca”, aunque su simpatía hacia ella es innegable. Boussingault y Manuelita se conocieron en una excursión en los bellos alrededores del Salto de Tequendama en las afueras de la fría Bogotá. Al francés le llamó la atención la temeridad de la hermosa quiteña que vestida de uniforme militar y con unos bigotes postizos que disfrazaban su feminidad sobre la cabalgadura de un brioso corcel, robaba todas las miradas.

Boussingault la retrata valerosa e irresponsable. Además de compartir algunas confidencias sexuales sobre la deslealtad mutua de unos amantes, Bolívar y Manuelita, no tan idílicos como los presenta la historia rosa patriótica. Esto, para Mijares y todos los que crecieron alrededor de la religión bolivariana, era una inaceptable blasfemia. “¡Pobre Manuelita! Hacia el final de su carrera, una vez más desaparecido Bolívar, cayó en la miseria. Un amigo mío volvió a verla en Paita, en las costas del Perú, vendiendo tabacos, siempre alegre, afable y con una gordura que nunca hubiera podido prever en su periodo de esplendor”.

Lo cierto del caso, es que los venezolanos tenemos derecho a descubrir la otra historia, la oculta y sin censuras de ningún tipo. La que va a una fase superior del mito. La que nos muestra las cualidades y defectos humanos: la verdadera piel mundana y tragicómica de la Historia.

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