Francisco Fernández-Carvajal 02 de junio de 2023
@hablarcondios
— El derecho y el deber de todo fiel
cristiano de hacer apostolado deriva de su unión con Cristo.
— Rechazar las excusas que impidan
«meternos» en la vida de los demás.
— Jesús nos envía ahora como envió a sus
discípulos de los comienzos.
I. Se
acercaron a Jesús los sumos sacerdotes y los letrados mientras paseaba por los
atrios del Templo y le preguntaron: ¿Con qué autoridad haces esto?
¿Quién te ha dado semejante poder?1.
Quizá porque no iban dispuestos a escuchar, el Señor acabará dejándoles sin
respuesta.
Pero nosotros sabemos que Jesucristo es el soberano Señor del universo, y en Él fueron creadas todas las cosas en los cielos y sobre la tierra, las visibles y las invisibles... Todo ha sido creado por Él y para Él, y el mismo Cristo reconcilió a todos los seres consigo, restableciendo la paz, por medio de su sangre derramada en la Cruz2. Nada del universo ha quedado fuera de la soberanía y del influjo pacificador de Cristo. Se me ha dado todo poder... Tiene la plenitud de la potestad en los cielos y en la tierra: también para evangelizar y llevar a la salvación a cada pueblo y a cada hombre.
Él
mismo nos ha llamado a participar de su misión, a meternos en la vida de los
demás para que sean felices aquí en la tierra y alcancen el Cielo, para el que
han sido creados. Hemos recibido el mandato de extender su reino, reino
de verdad y de vida, reino de santidad, reino de justicia y de paz3:
«somos Cristo que pasa por el camino de los hombres del mundo»4,
y de Él debemos aprender a servir y a ayudar a todos, metidos en el entramado
de la sociedad. Para poner la vida al servicio de los demás, los fieles laicos
no necesitan otro título que el de la vocación de cristianos, recibida en el
Bautismo. Ya es suficiente motivo. «El deber y el derecho del laico al
apostolado deriva de su misma unión con Cristo Cabeza. Insertos por el bautismo
en el Cuerpo Místico de Cristo, robustecidos por la confirmación en la
fortaleza del Espíritu Santo, es el mismo Señor el que los destina al
apostolado»5. De Él viene el encargo y la misión.
Tenemos
derecho a meternos en la vida de los demás, porque en todos nosotros corre la
misma vida de Cristo. Y si un miembro cae enfermo, o se encuentra débil, o
quizá muerto, todo el cuerpo queda afectado: padece Cristo y sufren también los
miembros sanos del cuerpo, ya que «todos los hombres son uno en Cristo»6.
Todos, tan distintos, nos unimos en Cristo, y la caridad se hace entonces
condición de vida. El derecho a influir en la vida de los demás se torna deber
gozoso para cada cristiano, sin que nadie quede excluido, por muy particular
que sea su situación en la vida. Él, Jesús, «no nos pide permiso para
“complicarnos la vida”. Se mete y... ¡ya está!»7.
Y quienes queremos ser sus discípulos debemos hacer eso mismo con los que nos
acompañan en el caminar. Hemos de aprovechar las oportunidades que se presentan
y también aprenderemos a suscitar otras que nos den ocasión de acercar esas
almas al Señor: sugiriéndoles la lectura de un buen libro, dándoles un consejo,
hablándoles claramente de la necesidad de acudir al sacramento de la Confesión,
prestándoles un pequeño servicio.
II. En
algún momento quienes están a nuestro alrededor podrían decirnos también: ¿con
qué derecho te metes en la vida de los demás?, ¿quién te ha dado permiso para
hablar de Cristo, de su doctrina, de sus amables exigencias? O quizá somos
nosotros mismos quienes podemos sentir la tentación de preguntarnos: «¿quién me
manda a mí meterme en esto?». Entonces, «habría de contestarte: te lo manda –te
lo pide– el mismo Cristo. La mies es mucha, y los obreros son pocos;
rogad, pues, al dueño de la mies que envíe operarios a su mies (Mt 9,
37-38). No concluyas cómodamente: yo para esto no sirvo, para esto ya hay
otros; esas tareas me resultan extrañas. No, para esto, no hay otros; si tú
pudieras decir eso, todos podrían decir lo mismo. El ruego de Cristo se dirige
a todos y a cada uno de los cristianos. Nadie está dispensado: ni por razones
de edad, ni de salud, ni de ocupación. No existen excusas de ningún género. O
producimos frutos de apostolado, o nuestra fe será estéril»8.
La Iglesia nos anima y nos impulsa a dar a conocer a Cristo, sin disculpas ni
pretextos, con alegría, en todas las edades de la vida. «Los jóvenes deben
convertirse en los primeros e inmediatos apóstoles de los jóvenes, ejerciendo
su apostolado personal entre sus propios compañeros (...). También los niños
tienen su propia actividad apostólica. Según su capacidad, son testigos
vivientes de Cristo entre sus compañeros»9.
Los jóvenes, los niños, los ancianos, los enfermos, quienes se encuentran sin
trabajo o con una tarea floreciente..., todos debemos ser apóstoles que dan a
conocer a Cristo con el testimonio de su ejemplo y con su palabra. ¡Qué buenos
altavoces tendría Dios en medio del mundo! Él nos dice a todos: Id al
mundo entero y predicad el Evangelio...10.
¡Nos envía el Señor!
El
amor a Cristo nos lleva al amor al prójimo; la vocación que hemos recibido nos
impulsa a pensar en los demás, a no temer los sacrificios que lleva consigo un
amor con obras, pues «no hay señal ni marca que así distinga al cristiano y al
amador de Cristo, como el cuidado de nuestros hermanos y el celo por la
salvación de las almas»11.
Por eso, el afán de dar a conocer al Maestro es el indicador que señala la
sinceridad de vida del discípulo y la firmeza de su seguimiento. Si alguna vez
advirtiéramos que no nos preocupa la salvación de las almas, que su lejanía de
Dios nos deja indiferentes, que sus necesidades espirituales no provocan una
reacción en nuestra alma, sería señal de que nuestra caridad se ha enfriado,
pues no da calor a quienes están a nuestro lado. No es el apostolado algo
añadido o superpuesto a la actividad normal del cristiano; es su misma vida
cristiana, que tiene como manifestación natural el interés apostólico por
familiares, colegas, amigos...
III. ¿Con
qué autoridad haces esto?..., le preguntaban aquellos fariseos a Jesús. No
es este el momento oportuno para revelar de dónde proviene su potestad. Más
tarde dará a conocer a sus discípulos su origen: Se me ha dado todo
poder en el Cielo y en la tierra12.
La autoridad de Jesús no proviene de los hombres, sino de haber sido
constituido por Dios Padre «heredero universal de todas las cosas (cfr. Heb 1,
2), para ser Maestro, Rey y Sacerdote de todos, Cabeza del Pueblo nuevo y
universal de los hijos de Dios»13.
De ese
poder participa la Iglesia entera y cada uno de sus miembros. A todos los
cristianos compete esta tarea de proseguir en el mundo la obra de Cristo, pero
de modo especial a aquellos que, además de la vocación recibida en el Bautismo,
han recibido una particular llamada del Señor para seguirle más de cerca. Jesús
nos apremia, pues «los hombres son llamados a la vida eterna. Son llamados a la
salvación. ¿Tenéis conciencia de esto? ¿Tenéis conciencia (...) de que todos
los hombres están llamados a vivir con Dios, y que, sin Él, pierden la clave
del “misterio” de sí mismos?
»Esta
llamada a la salvación nos la trae Cristo. Él tiene para el hombre palabras
de vida eterna (Jn 6, 68); y se dirige al hombre concreto
que vive en la tierra. Se dirige particularmente al hombre que sufre, en el
cuerpo o en el alma»14.
Jesús
nos envía como a aquellos discípulos a quienes hace ir a la aldea vecina en
busca de un borrico que se encontraba atado y en el que todavía no había
montado nadie. Les manda que lo desaten y se lo lleven, pues había de ser la
cabalgadura en la que entraría triunfante en Jerusalén. Y les encargó que si
alguno les preguntaba qué hacían con él, le dijeran que el Señor lo necesitaba15.
Actúan para el Señor y en su nombre. No lo hacen por cuenta propia, ni para
obtener ellos ningún beneficio personal. Fueron aquellos dos y, efectivamente,
encontraron el borrico como les había dicho el Señor. Al desatarlo, sus dueños
les dijeron: ¿Por qué desatáis el borrico? Ellos contestaron: Porque el
Señor lo necesita16,
y aquellos discípulos, de quienes no sabemos los nombres pero que serían amigos
fieles del Maestro, cumplieron el encargo y realizaron lo que se ha de hacer en
todo apostolado: Se lo llevaron a Jesús17.
Al explicar San Ambrosio este pasaje, pone de manifiesto tres cosas: el mandato
de Jesús, el poder divino con que se lleva a cabo, y el modo ejemplar de vida y
de intimidad con el Maestro de quienes realizan el encargo18.
Y a este comentario añade San Josemaría Escrivá: «¡Qué admirablemente se
acomodan a los hijos de Dios estas palabras de San Ambrosio! Habla del borrico
atado con el asna, que necesitaba Jesús, para su triunfo, y comenta: “solo una
orden del Señor podía desatarlo. Lo soltaron las manos de los Apóstoles. Para
un hecho semejante, se requieren un modo de vivir y una gracia especial. Sé tú
también apóstol, para poder librar a los que están cautivos”.
»—Déjame
que te glose de nuevo este texto: ¡cuántas veces, por mandato de Jesús,
habremos de soltar las ligaduras de las almas, porque Él las necesita para su triunfo!
Que sean de apóstol nuestras manos, y nuestras acciones, y nuestra vida...
Entonces Dios nos dará también gracia de apóstol, para romper los hierros de
los encadenados»19,
de tantos como siguen atados mientras el Señor espera.
1 Mc 11,
27-33. —
2 Cfr. Col 1,
17-20. —
3 Misal
Romano, Prefacio de Cristo Rey. —
4 San
Josemaría Escrivá, Carta 8-XII-1941. —
5 Conc.
Vat. II, Decr. Apostolicam actuositatem, 3. —
6 San
Agustín, Comentario al salmo 39. —
7 Cfr. San
Josemaría Escrivá, Forja, n. 902. —
8 ídem, Amigos
de Dios, 272. —
9 Conc.
Vat. II, loc. cit., 12. —
10 Cfr. Mc 16,
15. —
11 San
Juan Crisóstomo, Homilías sobre lo incomprehensible, 6, 3.
—
12 Mt 28,
19. —
13 Conc.
Vat. II, Const. Lumen gentium, 13. —
14 Juan
Pablo II, Homilía en Lisboa, 14-V-1982. —
15 Cfr. Lc 19,
29-31. —
16 Lc 19,
33-34. —
17 Lc 19,
35. —
18 Cfr. San
Ambrosio, Comentario al Evangelio de San Lucas, in loc.
—
19 San
Josemaría Escrivá, Forja, n. 672.
Tomado
de: https://www.hablarcondios.org/meditaciondiaria.aspx
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