Francisco Fernández-Carvajal 15 de junio de 2023
@hablarcondios
— Amor único y personal por cada criatura.
— Desagravio y reparación.
— Un horno ardiente de caridad.
I. Nosotros
hemos conocido el amor que Dios nos tiene. Dios es amor, y el que permanece en
el amor, permanece en Dios y Dios en él, se lee en una lectura de la Misa1.
La plenitud de la misericordia divina hacia los hombres se expresa en el envío de la Persona de su Hijo Unigénito. No solo hemos conocido que Dios nos ama por ser esta la continua enseñanza de Jesús, sino que su presencia entre nosotros es la prueba máxima de este amor: Él mismo es la plena revelación de Dios y de su amor a los hombres2. Enseña San Agustín que la fuente de todas las gracias es el amor que Dios nos tiene y que nos ha revelado no solo con palabras, sino también con obras. El hecho supremo de este amor tuvo lugar cuando su Hijo Unigénito asumió carne mortal y se hizo hombre como nosotros, excepto en el pecado3.
Hoy
hemos de pedir nuevas luces para, de un modo más hondo, entender el amor de
Dios a todos los hombres, a cada uno. Debemos suplicar al Espíritu Santo que,
con su gracia y nuestra correspondencia, cada día podamos decir personalmente y
con más hondura: he conocido el amor que Dios me tiene. A esa sabiduría –la que
verdaderamente importa– llegaremos, con la ayuda de la gracia, meditando muchas
veces la Humanidad Santísima de Jesús: su vida, sus hechos, lo que padeció por
redimirnos de la esclavitud en la que nos encontrábamos y elevarnos a una
amistad con Él, que durará por toda la eternidad. El Corazón de Jesús, un
corazón con sentimientos humanos, fue el instrumento unido a la Divinidad para
expresarnos su amor indecible; el Corazón de Jesús es el corazón de una Persona
divina, es decir, del Verbo Encarnado, y, «por consiguiente, representa y pone
ante los ojos todo el amor que Él nos ha tenido y nos tiene ahora. Y aquí está
la razón de por qué el culto al Sagrado Corazón se considera, en la práctica,
como la más completa profesión de la fe cristiana. Verdaderamente, la religión
de Jesucristo se funda toda en el Hombre-Dios Mediador; de manera que no se
puede llegar al Corazón de Dios sino pasando por el Corazón de Cristo, conforme
a lo que Él mismo afirmó: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie
viene al Padre sino por Mí (Jn 14, 6)»4.
No
hubo un solo acto del alma de Cristo o de su voluntad que no estuviera dirigido
a nuestra redención, a conseguirnos todas las ayudas para que no nos separemos
jamás de Él, o para volver si nos hubiéramos extraviado. No hubo una parte de
su cuerpo que no padeciera por nuestro amor. Toda clase de penas, injurias y
oprobios las aceptó gustoso por nuestra salvación. No quedó una sola gota de su
Sangre preciosísima que no fuese derramada por nosotros.
Dios
me ama. Esta es la verdad más consoladora de todas y la que debe
tener más resonancias prácticas en mi vida. ¿Quién podrá comprender el hondo
abismo de la bondad de Jesús manifestada en la llamada que hemos recibido a
compartir con Él su misma Vida, su amistad...? Una Vida y una amistad que ni la
muerte logrará romper; por el contrario, la volverá más fuerte y más segura.
«Dios
me ama... y el Apóstol Juan escribe: “amemos, pues, a Dios, ya que Dios nos amó
primero”. -Por si fuera poco, Jesús se dirige a cada uno de nosotros, a pesar
de nuestras innegables miserias, para preguntarnos como a Pedro: “Simón, hijo
de Juan, ¿me amas más que estos?”...
»-Es
la hora de responder: “¡Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que te amo!”,
añadiendo con humildad: ¡ayúdame a amarte más, auméntame el amor!»5.
II. En
la Misa de esta Solemnidad rezamos: Oh, Dios, que en el Corazón de tu
Hijo, herido por nuestros pecados, has depositado infinitos tesoros de caridad;
te pedimos que, al rendirle el homenaje de nuestro amor, le ofrezcamos una
amplia reparación6.
De
este rato de oración hemos de sacar la alegría inmensa de considerar, una vez
más, el amor vivo y actual de Jesús por cada uno. ¡Un Dios con corazón de
carne, como el nuestro! Jesús de Nazareth sigue pasando por nuestras calles y
plazas haciendo el bien7 como
cuando estaba en carne mortal entre los hombres: ayudando, curando, consolando,
perdonando, otorgando la vida eterna a través de sus sacramentos... Son los
infinitos tesoros de su Corazón, que sigue derramando a manos llenas. San Pablo
enseña que, al subir a lo alto, llevó cautiva a la cautividad, y
derramó sus dones sobre los hombres8.
Cada día son inconmensurables las gracias, las inspiraciones, las ayudas,
espirituales y materiales, que recibimos del Corazón amante de Jesús. Sin
embargo, Él «no se impone dominando: mendiga un poco de amor, mostrándonos, en
silencio, sus manos llagadas»9.
¡Con cuánta frecuencia se lo hemos negado! ¡Cuántas veces ha esperado más amor,
más fervor, en esa Visita al Santísimo, en aquella Comunión... !
Mucho
debemos reparar y desagraviar al Corazón Sacratísimo de Jesús, Por nuestra vida
pasada, por tanto tiempo perdido, por tanta tosquedad en el trato con Él, por
tanto desamor... «Te pido –le decimos con palabras que dejó escritas San
Bernardo– que acojas la ofrenda del resto de mis años. No desprecies, Dios mío,
este corazón contrito y humillado, por todos los años que malgasté de mala
manera»10. Dame, Señor, el don de la contrición por tanta torpeza
actual en mi trato y amor hacia Ti, aumenta la aversión a todo pecado venial
deliberado, enséñame a ofrecerte como expiación las contrariedades físicas y
morales de cada día, el cansancio en el trabajo, el esfuerzo para dejar las
labores terminadas, como Tú quieres.
Ante
tantos que parecen huir de la gracia, no podemos quedar indiferentes. «No pidas
a Jesús perdón tan solo de tus culpas: no le ames con tu corazón solamente...
»Desagráviale
por todas las ofensas que le han hecho, le hacen y le harán..., ámale con toda
la fuerza de todos los corazones de todos los hombres que más le hayan querido.
»Sé
audaz: dile que estás más loco por Él que María Magdalena, más que Teresa y
Teresita..., más chiflado que Agustín y Domingo y Francisco, más que Ignacio y
Javier»11.
III.
Aquellos dos discípulos a quienes acompaña Jesús camino de Emaús le reconocen
por fin al partir el pan, después de unas horas de viaje. Y se dijeron
uno a otro: ¿No es verdad que ardía nuestro corazón dentro de nosotros mientras
nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?12.
Sus corazones, que poco antes estaban apagados, desalentados y tristes, ahora
están llenos de fervor y de alegría. Esto hubiera sido motivo suficiente para
reconocer que Cristo los acompañaba, pues este es el efecto que Jesús produce
en aquellos que están cercanos a su Corazón amabilísimo. Ocurrió entonces y
tiene lugar cada día.
En
esta «arca preciosísima» del Corazón de Jesús se encuentra la plenitud de toda
caridad. Esta, don por excelencia «del Corazón de Cristo y de su Espíritu, es
la que dio a los Apóstoles y a los mártires la fortaleza para predicar la
verdad evangélica y testimoniarla hasta derramar por ella su sangre»13.
De ahí sacamos nosotros la firmeza necesaria para dar a conocer a Cristo. Es en
el trato con Jesús donde se enciende el verdadero celo apostólico, el que es
capaz de perdurar por encima de los aparentes fracasos, de los obstáculos de un
ambiente que en ocasiones parece que huye de Jesús.
El
amigo hace llegar al amigo lo mejor que tiene. Nosotros nada poseemos que se
pueda comparar al hecho de haber conocido a Jesús. Por eso, a nuestros
parientes, a los amigos, a los compañeros de profesión hemos de darles a
conocer a Cristo.
En el
Corazón de Jesús hemos de encender nuestro celo apostólico por las almas. En Él
encontramos un horno ardiente de caridad por las almas, como
rezamos en las Letanías del Sagrado Corazón. «El horno arde
–comentaba el Papa Juan Pablo II–. Al arder, quema todo lo material, sea leña u
otra sustancia fácilmente combustible.
»El
Corazón de Jesús, el Corazón humano de Jesús, quema con el amor que lo colma. Y
este es el amor al Eterno Padre y el amor a los hombres: a las hijas y los
hijos adoptivos.
»El
horno, quemando, poco a poco se apaga. El Corazón de Jesús, en cambio, es horno
inextinguible. En esto se parece a la zarza ardiente del libro
del Éxodo, en la que Dios se reveló a Moisés. La zarza que ardía con
el fuego, pero... no se consumía (Ex 3, 2).
»Efectivamente,
el amor que arde en el Corazón de Jesús es sobre todo el Espíritu Santo, en el
que Dios-Hijo se une eternamente al Padre. El Corazón de Jesús, el Corazón
humano de Dios-Hombre, está abrasado por la llama viva del
Amor trinitario, que jamás se extingue.
»Corazón
de Jesús, horno ardiente de caridad. El horno, mientras arde,
ilumina las tinieblas de la noche y calienta los cuerpos de los viandantes
ateridos.
»Hoy
queremos rogar a la Madre del Verbo Eterno, para que en el horizonte de la vida
de cada una y de cada uno de nosotros no cese nunca de arder el Corazón de
Jesús, horno ardiente de caridad. Para que Él nos revele el Amor
que no se extingue ni se deteriora jamás, el Amor que es eterno. Para que
ilumine las tinieblas de la noche terrena y caliente los corazones.
»Dándole
las gracias por el único amor capaz de transformar el mundo y la vida humana,
nos dirigimos con la Virgen Inmaculada, en el momento de la Anunciación, al
Corazón Divino que no cesa de ser horno ardiente de caridad.
Ardiente: como la zarza que Moisés vio al pie del monte Horeb»14.
1 Segunda
lectura. Ciclo A. 1 Jn 4, 16. —
2 Cfr. Jn 1,
18; Heb 1, 1. —
3 Cfr. San
Agustín, Tratado sobre la Trinidad, 9, 10. —
4 Pío
XII, Enc. Haurietis aquas. 15-V-1956. —
5 San
Josemaría Escrivá, Forja, n. 497. —
6 Misal
Romano, Oración colecta. —
7 Cfr. Hech 10,
38. —
8 Ef 4,
8. —
9 San
Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 179. —
10 San
Bernardo, Sermón 20, 1. —
11 San
Josemaría Escrivá, Camino, n. 402. —
12 Lc 24,
32. —
13 Pío
XII, loc. cit. —
14 Juan
Pablo II, Ángelus 23-VI-1985.
Tomado
de: https://www.hablarcondios.org/meditaciondiaria.aspx
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