Por Diego Bautista Urbaneja 12 julio 2012
Alguna falla de fondo debe haber en un
proyecto político cuya fortuna depende de que aquello que se dice querer
destruir goce de buena salud. Cuando eso ocurre estamos ante lo que algunos
llamarían hipocresía estructural.
No hay que llevar ese principio
demasiado lejos. En la vida política la coherencia nunca alcanza valores absolutos.
La historia está llena de ejemplos de conductas y posturas contradictorias con
los principios que se proclaman.
Pero esto también tiene sus límites y
cuando estamos ante un caso de incoherencia fundamental, es porque el proyecto
que se proclama esta enfermo en su mero centro.
Estas consideraciones vienen a cuento
de la incoherencia fundamental que hay entre el proyecto político que proclaman
los actuales gobernantes del país y sus condiciones de existencia. El proyecto
proclama como una de sus metas fundamentales el de la destrucción del
capitalismo. Al mismo tiempo, su viabilidad depende de la renta petrolera y esa
dependencia crece día a día. Por su parte, la renta petrolera depende de la
buena salud del capitalismo mundial.
Por eso no entiende uno el regocijo de
los personeros de este gobierno ante las crisis que afectan a las principales
economías del mundo, como ocurre hoy con las economías europeas. Una
generalización de esa situación crítica ubicaría la renta petrolera en niveles
que afectarían en su mero centro la marcha del actual gobierno. Ahí los vemos,
anunciando la crisis terminal del capitalismo, cuando la verdad es que una cosa
como esa se llevaría consigo al supuesto socialismo venezolano, el orden
económico más rentístico, más dependiente de la renta petrolera de toda nuestra
historia.
No caen en tal cosa por cierto los
países “amigos” de “la revolución”. No los importantes. Ni en Brasil ni en
Argentina andan en esas pajuatadas. Lo que quieren es desarrollar su propio
capitalismo para ocupar posiciones exitosas dentro del capitalismo mundial,
caso Brasil, o al menos regional, caso Argentina, reservándose el derecho de,
gracias a los ingresos que así obtienen, desarrollar las políticas sociales que
les parezcan más justas.
Sufre el pensamiento de los actuales
gobernantes venezolanos una grave confusión. Se confunde el capitalismo con el
capitalismo norteamericano y, secundariamente, con el europeo. El lugar donde
el capitalismo alcanza su más alto desarrollo varía con el tiempo, así como las
formas de capitalismo que llegan a esa cima del éxito. Inglaterra dio paso a
Estados Unidos, y éste posiblemente dé paso a otro país en algún momento quizás
no muy lejano. China, por ejemplo. O quizás lo que vayamos a tener sea un
capitalismo mundial sin un claro predominio de alguna economía nacional.
Da entonces la impresión de que
quienes orientan a este gobierno olvidan esas distinciones y creen que ir
contra Estados Unidos es ir contra el capitalismo como tal.
Otro descuido en el que cae este gobierno
respecto al sistema que le da de comer, es pensar que el capitalismo se congela
en formas fijas y va con ellas al abismo. Ignora el enorme dinamismo,
plasticidad, capacidad de autotransformación de ese sistema. Cuando muchos lo
daban por muerto, apareció Keynes. Luego, la revolución informática. Por ahí
debe venir el “capitalismo sostenible”, que encontrará en las tecnologías
conservacionistas una nueva fuente de dinamismo.
La verdad es que el problema de
nuestro país no ha sido el capitalismo, sino el rentismo. Más exactamente, la
incapacidad de dejar de ser rentista, porque en sí mismo el rentismo es una
gran oportunidad. La incapacidad de construir un capitalismo no rentístico, que
no dependiera de la renta petrolera, fue una primera muestra de ese gran
problema nacional. Estamos atravesando otra etapa de esa incapacidad, la de
construir algo que sus conductores llaman socialismo que no dependa para
mantenerse en pie de la renta petrolera, que en este caso tiene, y tiene que
tener, magnitudes gigantescas. Así como nuestro capitalismo, en su primer
intento que ocupó la segunda mitad del siglo XX, no fue capaz de dejar de ser
rentístico, este supuesto socialismo que se dice querer levantar está todavía
más atado a la renta petrolera que su antecesor.
Esta es la enfermedad de fondo cuyo
síntoma atisbábamos en las primeras líneas de este artículo. Este socialismo es
inviable, porque depende de la renta. Como socialismo que dice ser tiene que
ser anticapitalista. Como rentístico que es, su suerte está atada a la del
capitalismo. Esta condenado así a la mentira y a la hipocresía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico