Por Golcar,
28/08/2012
Luego de varios días de infierno y fuego
en Amuay, después de que llegara la espuma apaga incendios comprada al imperio
mesmo a la carrera y, según dicen las malas lenguas -y repite la mía que no es
muy santa-, de recibir en la madrugada la asesoría de expertos norteamericanos,
a hurtadillas, sin que se sepa, pues la orden fue: me dicen en tres horas lo
que hay que hacer y se me largan por donde vinieron, las gigantescas llamaradas
que salían de los tres tanques incendiados de la refinería fueron extinguidas.
Se acabó el fuego. El país quedó sumido en
una profunda depresión y tristeza. Las cientos de imágenes que se tomaron del
suceso aún desfilan en nuestras mentes y cuando cerramos los ojos nos atormenta
aquella foto de la camioneta Pick up con los cuerpos calcinados arrumados unos
sobre otros, la de la señora sentada en la calle con lo poco que había podido
rescatar de las brasas y su guacamaya abrazada, las de los automóviles
convertidos en chatarra con la humareda y el fuego al fondo que parecían sacadas
de una película de ciencia ficción de las que relatan historias del
fín del mundo.
El estado de bb messenger de Rigoberto
Colina, trabajador de Puramin, muerto en la tragedia, retumba en nuestras
mentes:
Y las fotos de los animales quemados
despiertan la sensibilidad del mas duro de los mortales. Luego de cuatro
largos días de dolor, terror, impotencia, rabia y frustración, Venezuela queda
hipersensible, a punto de llanto. Gran parte de los ciudadanos estamos en un
estado de desolación tan fuerte que pareciera que en cualquier momento, por la
más mínima cosa, arrancaremos a llorar.
Para la mayoría, tristeza y depresión son
los sentimientos que nos acompañan y que sentimos nos obsesionarán por largo
rato.
Es por eso que nos choca, sentimos una
profunda repulsa y animadversión al contemplar la foto del Ministro Ramírez de
lo más sonreído, posando alegremente, con sus ofensivas chaqueta y gorra
“dojas-dojitas”, como diría él, frente a la cámara, como quien posa en un
cumpleaños para el apagado de las velas.
La imagen es grotesca, el rojo de la
vestimenta para una ocasión de duelo hiere la vista. Es como para gritarle: ¿Qué
fue, Ministro, se está quitando el luto por las más de 40 víctimas fatales poco
a poco?
Uno ve la fotografía y de inmediato
recuerda a la hiena Izarra con su cínica sonrisa en CNN y su insensible
comentario acerca de que Franklin Brito olía a formol cuando el agricultor se
encontraba en los últimos días de la huelga de hambre que le costó la vida.
No podremos olvidar nunca la, en mal
momento, citada frase del presaliente: La función debe continuar.
¿De qué materia fecal están hechos estos
“socialistas” de pacotilla? ¿En qué albañal cultivan sus sentimientos estos
“revolucionarios”?
No era nada difícil para el presaliente
aparecer 40 horas después, como lo hizo, y saludar humildemente a las
víctimas y a sus familiares, pedir un minuto de silencio por los fallecidos en
el accidente, pedir excusas a quienes pudieran pensar que esas muertes son su
responsabilidad tomando en cuenta que él es el jefe del Estado que tiene a su
cargo la administración y el resguardo de esas instalaciones petroleras y las
vidas de quienes allí laboran. De una manera u otra, son su responsabilidad.
Podría haber inmediatamente solicitado una investigación y anunciar al mismo
tiempo que se indemnizaría a las víctimas.
Pero no. Todo lo convierte en un show que
debe continuar. En el espectáculo con el que pretende humillar a quienes están
en minusvalía frente a él, como la periodista de RCN. Todo termina reducido a
show y a campaña electoral sin el más mínimo sentimiento de solidaridad con
quienes sufren.
La imagen de Ramírez muerto de risa entre
las ruinas de Amuay, es la representación gráfica de lo que hemos vivido los
venezolanos estos 14 años. Largos 14 años de burlas y desprecio, de
manipulación y vejación de un país al que le han bajado su autoestima a los
subsótanos de la humanidad.
El fuego en Amuay se extinguió gracias a
la llegada tardía de una espuma apaga incendios que, según mi escaso
conocimiento y entender en materia de seguridad industrial, no debería faltar
en unas instalaciones de alto riesgo como una refinería, pero el show continuó.
Es que la formación de todos estos
revolucionarios del siglo XXI pareciera estar marcada por las pautas
“showceras” que les da su comandante presaliente. El sabelotodo de todo. El que
conoce a la perfección hasta de sonido de espectáculos públicos pues, según
confesó en cadena nacional, en mejores tiempos para el país, fue animador
de concursos de reinas de pueblos y narrador de caimaneras deportivas. Afición
a la que lleva catorce años haciéndole honor pues, no puede ver un micrófono
porque allí se queda pegado por horas, hablando más paja que radio “fiao”,
echando cuentos y anécdotas que parecieran sacados de una edición barata de
imitadores de García Márquez.
El Ministro podría haber honrado las
circunstancias y una vez apagado el fuego, aunque fuese por pudor y humanidad
poner cara de circunstancia, agradecer a los bomberos, pedir un minuto de
silencio por los fallecidos, cantar el himno nacional en honor de las víctimas
y largarse a celebrar en la intimidad de su casa, si era lo que se le antojaba.
Pero es que humanidad, sensibilidad,
sentimientos, solidaridad, respeto, honor, si estos “socialistas” tenían, eran
verdes y se los comió un burro. Como diría mi difunta madre.
Ramírez sale hecho una fiesta en la foto
de marras y Chávez lo felicita por la eficientísima labor extinguiendo el
fuego. Nada dicen de los destrozos causados, de los costos económicos y
ambientales, además de las vidas humanas y animales cobradas por el fuego que
al decir de la mayoría de los expertos se originó por la falta de
mantenimiento. La sonrisa de Ramírez demuestra que no tiene el más pequeño
remordimiento, como si la refinería, su funcionamiento y control y las vidas de
quienes allí trabajan no fueran su responsabilidad. Son más de 40 muertos y más
de 80 heridos los que suma la tragedia. Por lo menos 100 millones de dólares
diarios de pérdidas por paralización de la producción, miles de millones de
dólares para reconstruur las instalaciones. El medio ambiente se ha visto
seriamente afectado con daños irreversibles de contaminación atmosférica, de
los suelos y las aguas. Y, como dice el ingeniero Efraín Campos, especialista en confiabilidad, la reputación de Pdvsa queda en
entredicho y su imagen internacional muy comprometida, ahora figura como
empresa ineficiente e insegura que aleja a los inversionistas.
De nada de estas consecuencias han hablado
ni el Ministo ni el presaliente. A ninguno de los dos parece remorderles en lo
mínimo sus consciencias. Hacen espectáculo repartiendo casas cual nuevo rico
que a punta de real pretende expiar sus culpas y, por supuesto, el show debe
continuar.
Se fue el fuego de Amuay. Nos queda la
tristeza, el dolor, la indignación y la terrible certeza de que, para el
oficialismo, Venezuela no es mas que una tarima en un templete de feria de
pueblo en el que al animador de la elección de la reina lo único que le importa
es que el show continúe.
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