Desde hace tres semanas Venezuela es
centro de una campaña electoral como muy pocas veces se ha visto en el marco de
las competencias electorales de un país suramericano. Entre Hugo Chávez
Frías (HCF) y Henrique Capriles Radonsky (HCR) presenciamos dos
estrategias de campaña tan disímiles que cualquiera podría pensar –no sin un
dejo de ingenuidad- que alguien en esta carrera debe estar desintonizado ó
ciego, o quizás impedido de hacer una lectura precisa del país que tiene al
frente y al que requiere llegar y cautivar.
No es el caso, desde luego, pues a
decir verdad en el marco de las competencias electorales, no hay una
“estrategia de campaña óptima”. El éxito puede cosecharse de múltiples maneras
pues el elector no es una masa compacta y rara vez es portador de un imaginario
político homogéneo, inmutable y conocido en todos sus contornos. Por lo demás, las
condiciones iniciales y las restricciones a las que se enfrenta cada candidato
casi nunca son las mismas, e incluso las fortalezas (o las ventajas
competitivas) tanto como la escala de valores de cada contendor también suelen
ser diferentes.
Por eso es factible observar a HCF
insistir en una campaña apuntalada en la polarización, en tanto que HCR reclama
la convivencia y los puntos de encuentro nacionales. En efecto, para HCF el
escenario político está reducido a la existencia de dos bloques que, desde su
óptica, son irreconciliables: los patriotas y los enemigos de la patria. Como
muy bien señalan algunos analistas, en el esquema de HCF el miedo es el gran
factor de articulación, pues generando miedo los enemigos se desmovilizan
en tanto que los aliados llevan a su espalda el mandato y la responsabilidad de
frenar la amenaza de triunfo de los antipatriotas.
En contraste HCR pregona el encuentro
y la reconciliación desde una perspectiva que pone el acento político de su
discurso más en lo que nos une como país, y no en lo que nos separa. En cada contendor hay una lógica de
triunfo. Para HCF, quien cuenta con el más importante movimiento
político del país (el PSUV), la tarea es aglutinar las fuerzas ya construidas y
conducirlas con motivación a la defensa de su proyecto político. Para HCR el
reto está en romper la fragmentación, ganando la confianza de aquellos que aun
sintiendo una tibia simpatía por la revolución chavista, experimentan ya fatiga
y frustración.
Cada uno apunta a un pedazo de una
implacable dualidad que hoy día retrata al venezolano frente a la historia. En
una de estas facetas, el venezolano concibe su existencia como un mero acto de
supervivencia al interior de un sistema de reparto sin conexión alguna con el
futuro. En otra, se proyecta y se pregunta por el futuro con angustia y
fundadas reservas.
HCF es el pasado y el presente. Es el sistema y la realidad de una
oferta conocida. Su oferta es llenar las alcancías y las carencias más básicas
ó frívolas, prolongando la orgia de reparto y de consumo de la renta petrolera.
En el proyecto chavista no hay futuro, pues el país por esa vía va embalado a
convertirse en un retrato vivo del enclave petrolero y comercial de la época
del General Gómez. La mera diferencia, es que ahora somos un país urbano
asechado por una acentuada ruptura de la convivencia social. En su otra faceta,
el venezolano intenta mirar hacia delante y vislumbra algo malo en su futuro.
Después de todo, no es el reino de la
justicia, del respeto por la vida y la cohesión social lo que ve a su
alrededor. En contraste, ve en su economía más deudas y menos empleos
productivos y no hace falta ser muy ilustrado, o reclamar la videncia del
oráculo, para saber donde termina esa historia. HCR apunta hacia el futuro,
con todo lo bueno, lo malo y lo incierto que ello implica. No tiene renta que
repartir, y por eso su marcado y decisivo afán por hablar del futuro, por
reclamar la atención y la apuesta de los electores a la construcción de un
país más promisorio.
HCF ha comenzado la campaña después de una táctica retirada
pública, donde siempre fue el protagonista. Ahora regresa convaleciente de una
enfermedad con desconocido desenlace y sus frecuentes apariciones, en “cadenas”
de alcance nacional (y transmisión obligatoria), muestran lo ceñida que está su
candidatura al uso intensivo de los medios de comunicación audiovisuales,
donde el gobierno se ha hecho fuerte a lo largo de los últimos años.
Su contrincante no tiene el mismo
acceso a los medios,
pues el sistema nacional de medios públicos, donde sólo se hace visible la
acción del gobierno y donde la oposición es sistemáticamente estigmatizada,
controla el 50% del espacio radioeléctrico VHF con 5 televisoras de alcance
nacional. Las televisoras privadas (con honrosas excepciones) han tomado la
opción de “no molestar” al gobierno. HCR ha decidido entonces caminar con la
gente. En los primeros 15 días de campaña visitó 53 pueblos en kilométricas
caminatas, donde la gente se aglutina para oír y ver con curiosidad al que
ahora llaman “el flaco”. Él promete infatigablemente recorrer el país de palmo
a palmo, y sus incursiones son, a decir verdad, cada día más multitudinarias.
HCF no tiene restricciones para usar
con ventajismo los recursos del Estado. En tan sólo unos días de campaña empleados y obreros de
la administración pública han sido asediados y obligados a pagar un tributo (un
día de salario) para la campaña del PSUV. Los empleados de la corporación
eléctrica del Estado (Corpoelec) han sido desplegados nacionalmente para colgar
pendones, y los diputados Miguel Ángel Rodríguez (Independiente) y Elías
Matta (UNT) advirtieron, hace unos días, que cerca de 1.400 millones de Bs.
(325 millones de dólares) aprobados por la Asamblea Nacional como recursos
adicionales para el presupuesto de los Ministerios de Información y de
Agricultura y Tierras, son en realidad para hacer proselitismo.
No sin alguna razón hay quien ha dicho
que la campaña de HCR no es contra HCF sino más bien contra el Estado
venezolano. En
contraste HCR y su comando de campaña han debido apelar al ingenio. HCR
ha pedido más bien el aporte voluntario y por eso grupos de jóvenes han
organizado durante varios días feries de ventas de comida, ropa, y de artículos
infantiles, de bisutería y decoración a la ancho de todo el país.
El contraste no puede ser más
elocuente cuando se analiza la oferta pública que concretamente hace cada
candidato. HCF ha concentrado su gestión en los últimos meses en un rápido e
improvisado plan de ejecución y provisión de viviendas para familias de bajos
recursos, así como en un atractivo programa de equipamiento de las mismas.
La Gran Misión Venezuela, que es el programa bajo el que se coordina la
construcción de viviendas, ha tenido a su disposición, según la ONG
Transparencia Venezuela, cerca de 19.000 millones de dólares y ha construido
cerca de 228 mil viviendas desde el año 2011.
En paralelo el gobierno de HCF
ha desarrollado, con un préstamo del gobierno chino (por un monto en Yuanes
equivalente a 10.000 millones de dólares), el programa “Mi Casa bien
Equipada”. El programa consiste en comprar (con la línea de crédito en
yuanes), equipamiento del hogar, como neveras, cocinas, lavadoras y aires
acondicionados, a la multinacional china Haier, para luego ser vendidos en
ferias comerciales y en la cadena de hipermercados del gobierno, a precios sin
aranceles y con facilidades crediticias. Semejantes programas de provisión de
“bienes privados” y a esa escala no se conoce en país Latinoamericano alguno.
El mayor de los escándalos es endeudar al país para promover el consumo.
HCR no tiene nada que ofrecer al
respecto. Su
oferta está atada a un discurso y su discurso está centrado en la necesidad de
mejorar la seguridad pública, la salud y los hospitales, la calidad y el
alcance de la educación, la infraestructura eléctrica y vial del país, todos en
esencia “bienes públicos” ¿Cuánto pesa en la valoración de los venezolanos
cada una de esas cestas de bienes? Difícil saberlo. Pero vale hacer estar
reflexión: De nada me sirve “mi casa bien equipada” cuando al abrir la puerta y
dar un paso al frente me encuentro en el infierno.
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