Paulina Gamus 21/10/2012
El martes 9 se produjo
la rueda de prensa de Henrique Capriles, el héroe de los 6.500.000 votos
obtenidos por la oposición. Fue una lección de entereza, decencia y liderazgo
¿Quién de aquellos que votaron por
Henrique Capriles no lloró, pataleó, maldijo, se deprimió, tomó Lexotanil o
ahogó sus penas en licor la noche del 7 de octubre? Al día siguiente, cuando
sin tener muchas ganas de despertarme y con el corazón encogido decidí que
echarse a morir no estaba en mis planes, recibí el primer mensaje en mi celular:
“Cero propinas, en socialismo no se dan propinas”. Quise responderle a la
persona que me le envió que esa era una reacción infantil, en realidad
irracional, pero me contuve porque comprendí que era muy pronto para que los
frustrados electores asimiláramos la derrota de manera sensata. Esa tarde me
puse de acuerdo con otras deprimidas de mi familia para ir a tomarnos un café y
luego al cine.
En la pastelería de Los Palos Grandes donde
nos reunimos, un señor de cierta edad, correctamente vestido con paltó y
corbata, se paseaba como un poseído entre las mesas gritándoles a los
mesoneros: “pídanle propinas a Jaua, que se las de Cilia Flores, pídanselas a
Jorge Rodríguez”. Sentí pena ajena. Ese día comenzaron también a circular
mensajes de personas que elogiaban la hazaña de Henrique Capriles y el trabajo
de la Mesa de la Unidad Democrática sin faltar los que achacaban la pérdida al
eterno fraude, pero había un cierto equilibrio entre unos y otros. Lo único
curioso es que las mismas personas que enviaban correos con las alabanzas antes
señaladas luego rebotaban el “Qué se jodan. Me resultó inevitable preguntarme
cuál es la madurez política de quienes reenvían todo lo que reciben sin
analizar su contenido, motivaciones y efectos.
El martes 9 en horas de la noche se produjo la
rueda de prensa de Henrique Capriles, el héroe de los 6.500.000 votos obtenidos
por la oposición. Fue una lección de altura, entereza, decencia y liderazgo. Al
fin teníamos un líder, ese por el que clamábamos hacia años, uno bien dispuesto
a encabezar la decisión de medio país de no entregarse para que la bota de
Chávez nos aplaste. Entonces llovieron los elogios, pero persistía el malestar
por lo que dijeron los exit poll hasta las 3 o 4 de la tarde del domingo 7 y lo
que dijeron las actas cuyos resultados fueron leídos por Tibisay Lucena esa
noche. Y aunque Capriles se refirió al ventajismo y abusos cometidos por el
gobierno, y los denunció de nuevo en su rueda de prensa como lo había hecho
durante toda la campaña, comenzó a tomar cuerpo no solo el fantasma del fraude
electrónico sino algo mucho más masoquista y destructivo: las culpas del
candidato Capriles y de la MUD por no haber previsto la derrota o no haberla
evitado.
En esta última imputación se destacan algunos
comunicadores sociales que han hecho de la crítica vitriólica a la dirigencia
opositora, un deporte que practican con el mayor desparpajo y desvergüenza.
Dicen hoy y se desdicen al día siguiente sin siquiera pestañear y eso desde
hace trece años. Es algo que podríamos llamar caradurismo comunicacional. Uno
que se fue escapado a Miami después de haber ocasionado una multa
milmillardiana a Globovisión y que mantuvo una postura antiCapriles durante
casi toda la campaña, declaró el domingo 7 de octubre a los medios de aquella
ciudad, que Capriles había ganado por ocho millones de votos pero que estaba
negociando con el CNE disminuir esa cantidad para no humillar al presidente. Al
día siguiente publicó su acostumbrada columna en el periódico de su propiedad,
hablando pestes de la MUD y del candidato por haberse dejado derrotar y sin
escribir una letra de la patraña que difundió el día anterior.
Otra que ha anunciado varias veces la
inminente muerte de Chávez gracias a sus fuentes fidedignas y que solo cesó en
sus sapos y culebras contra la dirigencia política opositora cuando apareció en
escena Henrique Capriles, a quien aclamaba como vencedor, ahora culpa a la MUD
de habernos engañado y de haber legitimado al CNE al callar sus trampas,
tropelías y por supuesto el fraude electrónico. Y no podía faltar un columnista
de los lunes en El Nacional, que es la reedición del aquel personaje de la
Radio Rochela en sus mejores tiempos, llamado Telaraña, cuya especialidad era
anunciar tragedias y desenlaces fatales de diversa índole.
En esta fauna de carroñeros es imprescindible
incluir a los analistas que vieron todo clarísimo después de conocer los
resultados del 7 de octubre: la campaña fue floja, Capriles no supo llegarle a
la gente, el mensaje carecía de atractivo, etcétera. Todo eso lo sabíamos
quienes no somos niños y fuimos a votar con la esperanza de que ocurriera un
milagro. Todas las encuestas serias nos decían que Chávez ganaba pero nos
dedicamos a insultar y acusar de vendidos a sus voceros.
Excluyo de la calificación de “serias” a Oscar
Schemel de Hinterlances quien más allá de haber acertado, se dedicó a servirle
de propagandista al gobierno como estrella rutilante de Venezolana de
Televisión. Fuimos a una elección con grandes expectativas y perdimos, hay tres
actitudes hacia las futuras elecciones de cualquier naturaleza: 1º Irse del
país como aconseja el psiquiatra del PSUV Jorge Rodríguez, 2º No volver a votar
y rendirse ante el chavismo avasallante y 3º Seguir en la pelea para ser parte
de esa mitad del país que se niega a emigrar o a dejarse aplastar. Por lo que a
mí respecta, renuevo mi gratitud a la Mesa de la Unidad Democrática por haber
logrado la hazaña de unir a las distintas organizaciones políticas y
demostrarnos que la política no la hacen ni energúmenos (as) ni faranduleros
(as) ni sifrinos (as) inmaduros (as). Le reitero mi admiración y respaldo a
Henrique Capriles Radonsky por su valor, su entrega y sus cualidades humanas
excepcionales y declaro que votaré una y mil veces mientras viva, con este CNE
y con el que sea.
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