Cuando la democracia se restringe a una disputa de poder en las sociedades, el propósito de toda participación queda reducido a la conquista y defensa de espacios de toma de decisión o de gobierno; las personas ven como única posibilidad de participación la alineación en bandos y el trabajo político se dirige exclusivamente a construir y aceitar las maquinarias que permitan hacer visible el peso de cada bando.
Cuando la democracia se restringe a una disputa de poder, los procesos electorales no tienen como propósito identificar la visión de país por la que se decanta la mayoría y mucho menos la escogencia del liderazgo que la llevará a cabo. El proyecto, la visión de país deseada, pasa a un segundo o tercer plano, porque lo que está realmente en juego es determinar cuál es el bando que tiene más peso, peso que dará a sus líderes voz y mando; está en juego quién tiene el poder para hacer, a pesar del otro.
Cuando la democracia se restringe a una disputa de poder, el peso de un bando determina la existencia política del otro. El que gana ejerce el poder, el que pierde, así sea por un voto, desaparece. Hegemonía de un grupo sobre el resto de la población.
Cuando la democracia se restringe a una disputa de poder, carece de sentido el debate, incluso el más elemental ejercicio de ciudadanía, porque la dinámica política se construye sobre una extraña noción de “lealtad” que aniquila la capacidad de las personas para pensar con criterio propio, para fijar posición independientemente de la que establezca el “liderazgo”, para decidir sobre muchas cosas en su vida cotidiana.
Cuando la democracia se restringe a una disputa de poder, reconocer al otro equivale a alcahuetear sus arbitrariedades, negociar principios y aceptar con sumisión sus abusos.
Cuando la democracia se restringe a una disputa de poder, sus prácticas tienen tatuado el gen del autoritarismo y por todas partes se expresan mecanismos sutiles, y no tan sutiles, de exclusión por discriminación política. Esta exclusión opera para y en todos los bandos como mecanismo de “protección” interna.
Cuando la democracia se restringe a una disputa de poder, no puedes manifestar tu desacuerdo con lo establecido porque, para el bando que lo ejerce, eres traidor a la patria; pero si tu desacuerdo es con el liderazgo opositor o se te ocurre expresar acuerdo con algo que esté haciendo “razonablemente” bien el gobierno, lo que eres es un colaboracionista. Y como se te ocurra pensar con cabeza propia y tener una posición crítica, es altamente probable que molestes a ambos bandos, por lo que termines siendo traidor a la patria y colaboracionista a la vez.
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