Por Gisela Kozak Rovero 12 de Marzo, 2014
Al leer los comunicados “Situación de
Venezuela”, de la Red Conceptualismos Sur, y el correspondiente a la directiva
del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO), los cuales circulan
por distintas redes sociales, no se puede sentir menos que sorpresa al ver la
reedición de los maniqueísmos de la guerra fría en círculos académicos,
intelectuales y artísticos en los que suponíamos había calado la
reflexión sobre el fracaso de los socialismos reales del siglo XX. Estos
círculos han tenido una indudable hegemonía dentro de las convencionalmente
llamadas ciencias sociales y humanidades y, luego de dicho fracaso, se
empeñaron en renovar sus armas contra el neoliberalismo y contra el
enemigo de siempre, la hegemonía norteamericana, con un nuevo discurso. El
postmarxismo ─con autores como Ernesto Laclau, Chantal Mouffe, Judith Butler,
Slavoj Žižek, Michael Hardt, Toni Negri entre otros─ se propone superar
esquemas como la lucha de clases en el contexto del materialismo
histórico, teoría que suponía el socialismo como destino inevitable del
capitalismo. El Foro Social Mundial asume por su propia naturaleza y
organización la imposibilidad del estado nacional como vía de transformación
de la sociedad y la noción de movimientos sociales sustituye el vocablo mágico
revolución. Jesús Martín Barbero y Néstor García Canclini nos enseñaron
que nuestras múltiples culturas y maneras de ver el mundo sobrepujan la
identidad nacional, el impacto de los medios de comunicación y de la hegemonía
cultural norteamericana y dejan claro que no somos unos autómatas manejados por
la ideología dominante. En los terrenos de la crítica cultural lo más
radical de este período hasta inicios del siglo XXI fue el empeño de un sector
de los llamados estudios culturales (con figuras como John Beverley con
gran influencia sobre unos cuantos venezolanos que han estudiado
literatura en Estados Unidos) en subrayar la fuerza colonialista,
racista, patriarcal y hegemónica de la literatura. Beverley califica de
neo-conservadores a críticas como la argentina Beatriz Sarlo por plantearse la
cultura no solamente como el brazo ideológico del poder hegemónico para
aplastar a los subalternos sino como la expresión de las complejidades inherentes
a toda sociedad.
Esta etapa de redefinición política y
teórica no ha significado una renovación profunda a juzgar por los comunicados
antes mencionados. Con cuánta rapidez se vuelve a lugares comunes del
pasado y con cuanto entusiasmo cierta izquierda se hace eco del discurso
antinorteamericano del gobierno venezolano y de su decidida disciplina de la
mentira respecto a la historia de mi país y las luchas de los sectores
populares. Esta izquierda abreva en las fantasías anticapitalistas al uso
en América Latina y convierte a todo el continente en un solo bloque en el que
todos los fenómenos pueden ser interpretados y explicados de la misma manera.
Es una izquierda que en lugar de (post)marxista parece galeanista pues da la
impresión de concebir cada país como una ilustración del tendencioso panfleto Las
venas abiertas de América Latina, del uruguayo Eduardo Galeano. En lugar de
estudiar con detenimiento y honestidad intelectual las realidades nacionales es
prisionera de un discurso sobre nosotros heredado del siglo XX que tiene su
génesis en el apoyo a la revolución cubana, la nueva esperanza de la izquierda
radical después de la triste historia de sangre y horror del estalinismo. En
estos grupos de izquierda ─verdaderos neo-estalinistas dado su dogmatismo así
se vistan con los ropajes de Laclau o Hardt─, el principio del placer, la
satisfacción ideológica fácil en este caso, se impone por sobre el principio de
realidad. Como diría Raymond Aron (horror, un pensador liberal) la “ideocracia”
importa más que la democracia. De este modo Venezuela viene a sustituir a Cuba
y a Nicaragua para esta izquierda, a las que algunos venezolanos en redes
sociales calificamos de “Disney” por su propensión a contemplar a América
Latina como un parque de diversiones anti-hegemónicas. Aunque unos cuantos de
los hombres y mujeres que la integran viven en América Latina, es muy
frecuente que estén radicados en Estados Unidos o en Europa Occidental porque,
que duda cabe, mejor trabajar en estos lugares que hacerlo en Cuba o Irán de
modo permanente o quedarse en Venezuela a devengar los sueldos de hambre de la
academia nacional. No: ser chavista en una universidad del imperio es mucho
mejor: ¿será por aquello de la “distancia analítica”?
Desde la perspectiva de esta
izquierda, el 49% de los votantes venezolanos que estamos en la oposición
(según cifras oficiales del Consejo Nacional Electoral en las elecciones
presidenciales de abril de 2013) protestando por vivir unas tasas de
inflación, inseguridad personal y desabastecimiento de las más altas del mundo,
somos unos supremacistas blancos, descendientes de inmigrantes europeos que
antes de 1998 mantuvimos una suerte de “apartheid” sobre afrodescendientes,
indígenas y mestizos. De acuerdo a estos cuentos de horror de la izquierda
Disney, este 49%, poco más de siete millones de personas, pertenecemos a las
clases medias acomodadas o a la burguesía y hemos explotado a los otros poco
más de siete millones de venezolanos seguidores del oficialismo, a los que
odiamos y despreciamos por motivos de clase y raza. Es decir, en Venezuela hay
un explotado por cada explotador, curiosísima circunstancia que supongo nos
hace únicos en el mundo. De más está decir que somos los sirvientes del
gobierno norteamericano y la derecha colombiana y nuestros líderes son unos
fascistas, peones de USA, gente blanca que de llegar al poder inmediatamente
cancelará la educación pública, los programas de salud y las pensiones de vejez
para poner el petróleo en manos de las transnacionales, porque, por supuesto, nada
en Venezuela pasa al margen de los intereses de Estados Unidos.
Semejante visión satisface las
ortodoxias raciales y seudo-progresistas con las cuales las viudas y
viudos de las fracasadas revoluciones comunistas del siglo XX se apropiaron de
las legítimas ansias de transformación necesarias en un mundo globalizado
amenazado por el deterioro ecológico, la violencia y la pobreza, pero es un
insulto para los hombres y mujeres de una nación enfrentada y dividida que
sufrimos cada día de nuestra vidas las consecuencias nefastas de la revolución
bolivariana. Es un insulto y es mentira, MENTIRA con todas sus letras, una
mentira que cubre cual espeso manto ideológico la historia de Venezuela,
su economía y sus luchas sociales y políticas. La oposición venezolana, al
igual que el sector oficialista, está constituida por gente de todos los
sectores sociales y colores de piel, le guste o no al puritanismo racial que
cierta academia asociada con izquierda Disney trata de imponer en sus
análisis sobre América Latina, pues solamente un puritanismo absurdo puede
convertir el color de la piel en la explicación última de lo que ocurre en
Venezuela. Mientras en Estados Unidos no permitían que las personas
afroamericanas se sentaran en los mismos asientos de los angloamericanos en los
autobuses, nosotros tuvimos un ministro negro de educación como fue Luis
Beltrán Prieto Figueroa en los años cuarenta del siglo pasado. Además, el
voto es universal, directo y secreto desde 1947. La educación, la salud
públicas y gratuitas, las pensiones de vejez y los programas sociales
(conocidos como misiones) no son un invento de la revolución pues existían
desde hacía décadas. En Venezuela se impuso una economía rentista dependiente
del petróleo y el estado siempre ha sido el gran administrador del ingreso;
este modelo entró en crisis en los años ochenta del siglo pasado por los
vaivenes de los precios del crudo y porque los gobiernos se endeudaron
irresponsablemente para satisfacer un populismo improductivo, historia que
vuelve a repetirse ahora a pesar de los altísimos precios del petróleo con las
consiguientes consecuencias desastrosas para la población y sin los resultados
en obras públicas y servicios de gobiernos anteriores. La “derecha” en
Venezuela es una coalición de centroizquierda, con organizaciones como Voluntad
Popular (partido de Leopoldo López), Avanzada Progresista, el MAS, Alianza
Bravo Pueblo y AD, inscritos en la Internacional Socialista. María Corina
Machado es demócrata liberal y Henrique Capriles, de Primero Justicia, se
define como socialdemócrata. ¿Fascismo? Por supuesto que no, desde 1958
Venezuela tiene una democracia de partidos. En cuanto a Estados Unidos muy
ocupado en otros asuntos, me permito sugerir, sobre todo a los colegas
estadounidenses, que dejen de pensar que todo gira alrededor de su país. Aunque
en su ceguera neoestalinista la izquierda Disney no lo crea, pasan cosas en el
mundo que no tienen que ver con USA porque, en el caso venezolano, tenemos
nuestra propia historia y problemas. No pareciera muy sensato creerle al
gobierno revolucionario que la mitad de los votantes son lacayos del imperio.
Entre nosotros quienes se ha ocupado
de tratar de construir un estado corporativo y autoritario son los jerarcas
rojos de la revolución bolivariana, quienes promueven vía políticas educativas,
culturales y comunicacionales un costosísimo culto a la personalidad del
Comandante Supremo, culto que tiene las características de una religión de
estado que mezcla a Cristo, Simón Bolívar y Chávez en una santísima trinidad
revolucionaria que ocupa hasta altares domésticos. Los integrantes de la
izquierda Disney deberían preguntarse si un gobierno que para
desprestigiar a su adversario dice que es homosexual, como se ha hecho
con Capriles Radonsky, es el gobierno progresista, la marea “rosada”, que
satisface sus anhelos de cambio. Si la alternativa a las transnacionales de la
información es el monopolio estricto del gobierno venezolano sobre los canales
del estado usados como instrumentos de propaganda contra el enemigo, al mejor
estilo cubano y soviético, me quedo con los sistemas informativos de las
denostadas democracias liberales en los que es posible encontrar posiciones
radicalmente distintas. Lo que para la izquierda Disney son diversiones
anti-hegemónicas para nosotros es sufrimiento, pobreza y exclusión. Y, por
favor, antes de que se piense en 11 de abril de 2002, debo señalar que el
golpismo en Venezuela fue la vía con la que Chávez comenzó a calar entre
sus futuros votantes y que la gente, verbigracia Pedro Carmona, que llevó
a cabo la payasada autoritaria que devolvió al Comandante Supremo a la
presidencia a la cual había renunciado, se parece más al propio Chávez
que a la oposición venezolana actual.
Conmovidos por las experiencias
comunitarias alimentadas con la renta petrolera, la izquierda Disney da crédito
a una fantasía de democracia directa inspirada en el pensamiento de
Rousseau que tapa el drama del rentismo, el autoritarismo y el fracaso
económico. Grandes intelectuales y artistas del siglo XX se deslumbraron con la
Unión Soviética, China y Cuba para decepcionarse muchos en el camino, pero en
nosotros gente de ideas y de palabra abunda el sueño de influir en el cambio
social y caemos en el pecado tan antiguo como la filosofía de querer
guiar a los tiranos al estilo de Platón en Siracusa. Hoy en día se
hace en nombre del “pueblo”, los “subalternos”, la “multitud” pero, como
siempre, la libertad sale expulsada cual los poetas en la república platónica y
es preciso conformarse con alguna comida tres veces al día, una beca miserable
o una educación de quinta categoría: en suma, con un superestado que
reparte migajas de renta. Como dijo nuestro joven ministro de educación Héctor
Rodríguez (declaración
disponible en YouTube): “No los convertiremos en clase media para que se
metan a escuálidos” (opositores). No sigue la revolución el ejemplo de buenas
políticas públicas de Mujica, Rousseff y Bachelet cuyos intereses y formación
-hay que decirlo- los llevan a alcahuetear a la revolución bolivariana en
nombre de sus seguidores radicales, los intereses económicos de sus países o el
antinorteamericanismo militante que hace tolerable dictaduras como la cubana
pero no como la de Pinochet en Chile, doble rasero inaceptable que ningún
verdadero demócrata puede prohijar.
Para terminar, y como diría el
filósofo brasileño Roberto Mangabeira Unger en La alternativa de
la izquierda, la voluntad de cambio requiere de una opción realista que dé
rienda suelta todas las potencialidades liberadoras existentes en el
mundo en el marco de una economía mundial de mercado. El capitalismo no
es un sistema homogéneo que se manifiesta del mismo modo en todo el planeta:
Suecia, Angola, Estados Unidos y China son muy distintos. El socialismo, si
seguimos usando una palabra tan desprestigiada por los hechos pero tan
esperanzadora, no puede ser una máquina de beneficencia pública como en
Venezuela, en donde a cambio de subsidios se exige el sometimiento clientelar.
Es preciso decirle adiós al neoestalinismo y adiós a la izquierda Disney
que se apropian de la voluntad de cambio para convertirnos en esclavos de
abstracciones que se suministran desde el prestigio de sus cátedras
universitarias. El gran enemigo de esta izquierda autoritaria es la herencia
del liberalismo político: pluralismo, derechos humanos, creatividad individual,
diversas visiones del bien común. Nuestro deber como gente de estudio y
escritura es ayudar a plantear la reinvención de la democracia y hacer
de la libertad la fuerza del cambio, no retroceder al desvencijado
archivo del estatismo filantrópico del reparto de la pobreza ni conformarnos
con una socialdemocracia burocrática y apocada. Venezuela no requiere un
bloque hegemónico que persuada a la población no convencida de las virtudes de
la revolución. No. Requiere de un proyecto capaz de sacar al país
adelante, respetar a las minorías, superar el rentismo y asumir el reto
de que las políticas de estado colaboren para que las capacidades de la gente
le permitan asumir las riendas de su vida personal en función de una mejor
existencia colectiva. En esto estamos y seguiremos pues así la revolución
bolivariana sea un despotismo elegido sustentado en victorias electorales (cada
vez más dudosas y relacionadas con un descarado ventajismo), los venezolanos no
chavistas tenemos derecho a existir y a estar representados en el gobierno.
Invito pues a los colegas de la academia internacional que aún no han reparado
en los graves errores de la revolución no a dejar de apoyarla sino a mirar con
mayor realismo al sector opositor y no contentarse con las patrañas de la
propaganda chavista tan bien aceitada con los recursos de todos y cada uno de
los hombres y mujeres de Venezuela.
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