Por Tamara Suju, 25/11/2014
Perseguida y asilada política
Muchas veces me he preguntado cómo se han transformado las necesidades
humanas de libertad, respeto e igualdad de pueblos sometidos por años y
controlados por una represión total, en métodos y acciones que han transformado
la historia mundial y han generado nuevas democracias, en donde los cambios
vienen de adentro de las personas, convencidas de querer generar esos cambios y
transformarse en líderes de masas capaces de conducirlos por el camino de la
libertad. Tal es el caso de Vaclav Havel, Lech Walesa, Mijaíl Gorbachov, Nelson
Mandela, a los que no sólo se les reconoce haber liderado movimientos
libertarios, sino haberlo hecho de forma pacífica, pero activa.
Por estos días se han celebrado los 25 años de la caída de distintos
muros. El más emblemático por su proyección física, fue el muro de Berlín, que
dividía a una ciudad en dos gobiernos, el comunista y el demócrata. El muro
atravesaba el corazón de quienes ejercían el poder del lado comunista, pero
nunca pudo atravesar a los Berlineses que por años, buscaron la forma de
sobrepasarlo. Lo mismo ocurrió con quienes gobernaban a la Checoslovaquia de
ese tiempo, cuyo muro comunistas lo imponían desde el poder, ejerciéndolo a la
fuerza, como lo hacen todos los regímenes no democráticos. Pero los Checos
impregnados en el ambiente libertario de aquellos días, rompieron las barreras
y se lanzaron a las calles a exigir democracia y libertad, y los comunistas
cedieron y el muro imaginario que separaba al país comunista del país
democrático que es hoy en día, cayó por el peso de los valores que tienen la
mayoría de los seres humanos: libertad y justicia.
Venezuela tiene hoy su muro. Un muro alto, gris, impregnado de
desvalores, de odio y discriminación. Un muro impuesto por quien llegó al poder
por el vía democrática para destruirla luego, cuando ya no le servía. Nuestro
muro atraviesa a la sociedad venezolana de punta a punta, a todo lo largo del
territorio nacional y divide a un pueblo hermano. Los de un lado y los del
otro. Montados en el filo se encuentran los que si bien no pertenecen
radicalmente a uno de los dos bandos, no consiguen la fórmula para bajarse y
simplemente seguir su vida en un país de paz, de justicia, de libertad y
progreso. Así hemos vivido los últimos quince años, como si no compartiéramos
la misma tierra y estuviéramos bajo el mismo cielo. Cada uno de nosotros tiene
la culpa de cuanto ha crecido el muro, porque no hemos hecho lo suficiente para
derribarlo. La tolerancia ha sido enterrada, azuzada por un discurso político
enervante, irresponsable y un desgobierno que ha arrasado con la economía del
país, permitiendo que la corrupción socave las bases de las Instituciones y
Organizaciones Estatales y empobreciendo a la gente a tal punto, que un salario
mínimo no son más de 40 dólares americanos y la inflación sepulta cualquier
intento de progreso de las clases menos favorecidas.
Para controlar este desastre, el gobierno fortalece el muro, dividiendo
más a los venezolanos, adornando su lado con pintura podrida de promesas y
paños calientes que sólo sirven para bajar momentáneamente la temperatura
social de calentura, pero que no son soluciones. Mientras tanto los que
permanecen del otro lado son tratados como ciudadanos de segunda, sin los
mismos derechos, y se les aplica un trato discriminatorio, indignante, y hasta
una justicia diferente, porque en Venezuela existen dos sistemas judiciales, el
que les perdona todo a quienes están en el poder de cualquier forma y el que
niega los derechos fundamentales a los que se les oponen y disienten.
Debemos derribar el muro. Y debemos hacerlo desde nuestra conciencia.
Debemos buscar al Havel, al Walesa, al Mandela que hay en cada uno de nosotros,
es decir, los valores con los que fuimos formados y ejercerlos, y buscar la
forma o el método para llevarlos a la práctica y con ellos, rescatar nuestras
libertades, nuestra democracia. Nuestra Constitución tiene diversas fórmulas.
Ahí está todo escrito. Sólo en democracia, se ejercen los derechos humanos.
Debemos derribar el muro de la indiferencia por lo que pasa a nuestro
alrededor, de la intolerancia por quienes piensan distinto, del irrespeto por
la dignidad, la integridad y la vida de las personas, pero sobre todo, debemos
derribar el muro del miedo por exigir nuestros derechos y ejercer nuestros
deberes.
El tamaño del muro es equivalente a nuestra actitud y disposición de
trabajar por el país que queremos, por la Venezuela en la que queremos vivir y
en la que queremos que vivan nuestros hijos y nietos. En la medida en que
entendamos que sólo nosotros podemos derribar este muro que hoy divide a
nuestra sociedad – convenientemente para los pocos que lo mantienen en pie-
podremos avanzar y volver a ser un sólo pueblo, dispuesto a superar la difícil
situación actual y apañar nuestras diferencias con respeto, para luchar por lo
que realmente vale la pena: ser una sociedad moderna, en un país próspero,
seguro y donde todos tengamos las mismas oportunidades y el mismo trato.
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