Áxel Capriles 19 de noviembre de 2014
Habla el ministro (o el general, es lo
mismo) tan orondo y relajado en la Asamblea Nacional que nos deja boquiabiertos
con eso de que todo hace prever que “el año 2015 será un año positivo, a pesar
de la caída de los precios del petróleo”. O sea, todos somos unos tontos o
constituimos una banda de paranoides insufribles herederos de los profetas del
desastre. Si la felicidad nos pertenece como el mar Caribe, eso de anticipar un
descalabro suena a secta de masoquistas, no a planificadores racionales.
No importa que la cesta venezolana haya
caído 25% y que por cada dólar que el petróleo baje, Venezuela pierda más de
600 millones de dólares (¿no somos ricos, pues?), la revolución sigue siendo, y
será siempre, un milagro que reproduce los panes donde sea. Los que afirman que
Venezuela necesita un petróleo a más de 100 dólares por barril para equilibrar
su presupuesto o que cada año, en Estados Unidos, se perforan algo así como
16.000 nuevos pozos de lutitas, con costos inferiores a 50 dólares por barril,
son todos unos habladores de paja.
El rollo venezolano, no sé si llamarlo
tragedia (por aquello de la ausencia de conciencia trágica), es haber escogido
y respaldado insistentemente líderes que pretenden tapar el sol con un dedo. No
nos gusta que nos digan la verdad (¿antípodas del sajón?). El deseo de cubrir
los problemas en lugar de resolverlos no es nada nuevo, ni aquí ni en ningún
lado. Pero su uso como método sistemático de dominación de un pueblo dado a la
veneración de la labia e indiferente a los hechos, nunca había alcanzado tal
nivel de perfección como con el chavismo.
Negar con descaro lo que tienes frente a
tus narices está en la primera página del manual de dominación del cinismo
(¿castrismo?). Es una condensación de prácticas que nacen de concepciones
adversas a la idea del ser racional. Parte de algunas ideas perversas que
soportan la revolución. La primera es que, en lugar de un hombre libre,
independiente y autónomo, el ser humano es una veleta sujeta al giro del
viento, una pieza movible, débil, siempre gregaria, que necesitar hacer lo que
otros hacen.
Contrario a lo que habitualmente se
piensa, los chavistas desprecian al pueblo, denigran de sus capacidades y lo
usan, solo, como medio para llegar a un fin. De ahí, la importancia de la
propaganda, del control de los medios de comunicación social, del afán obsesivo
de copar el espacio radioeléctrico. La segunda idea rectora, tal vez soporte de
la anterior, es que la imagen es más importante que la realidad.
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