Rosalía Moros de
Borregales 13 de febrero de 2015
rosymoros@gmail.com
@RosaliaMorosB
Siempre
me ha sorprendido el pasaje bíblico del libro de Eclesiastés que habla sobre el
tiempo: "Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo
tiene su hora". Eclesiastés. 3:1. Si nos detenemos a pensar, en la vida
hay tiempo para cada cosa, aunque no lo planeemos. Un día nos reímos y, al
siguiente, podemos llorar. Hay tiempos que llegan de sorpresa, otros que se van
dando, que los vamos vislumbrando y otros que debemos discernir.
Nuestra
amada Venezuela está viviendo tiempos malos, se han venido dando, nos han sorprendido,
nos han consternado; sin embargo, muchos viven este tiempo como si fuera un
buen tiempo, como si lo que acontece es sólo para unos cuantos, entre los
cuales ellos no se cuentan. Son estos tiempos los que debemos discernir, los
que debemos ver con ojos espirituales para poder actuar más allá del impacto
que nos causan en el día a día. Nuestras fuerzas se hacen débiles ante la
avalancha del mal; no hay respuesta en nuestra sabiduría para enfrentar la
tormenta de mentiras que nos comunican a diario; tratar de mantener el ánimo
nos hace sentir hipócritas; la incertidumbre es la reina en nuestros pensamientos.
Entonces
¿qué clase de tiempo es este que estamos viviendo? ¿Cómo podemos hacerle frente
a un tiempo marcado por el mal? Al hacerme estas preguntas elevo mis ojos al
Cielo, entonces una respuesta viene a mi mente, es clara y contundente: ¡Es el
tiempo de estar sobre nuestras rodillas! Es el tiempo de venir delante del
Todopoderoso doblegando nuestro orgullo, poniendo nuestra soberbia de un lado para
darle paso a la voz de Dios. El estar arrodillado demuestra una actitud de
humildad. Cuando entendemos que debemos estar sobre nuestras rodillas es porque
primero se ha arrodillado el corazón. El corazón se rinde cuando reconoce su
pequeñez e insuficiencia en la presencia de Aquel que puede librarnos del mal.
La
respuesta viene mostrándome como en una película una sucesión de momentos
vivídos. Son recuerdos de días en los que estuve de rodillas, momentos que Dios
honró con la respuesta de su amor. Aquel día, cuando con apenas 8 añitos me
puse sobre mis rodillas para clamarle a Dios por la vida de mi hermana mayor
quien había sido embestida por un borracho a las 6 de la mañana cuando iba de
camino a su Universidad. Otro día,
también siendo muy pequeña, cuando abrumada por las burlas que los niños
en el Colegio hacían de mi hermana menor a causa de su estrabismo, el dolor
traspasó mi corazón, quise arrancarme los ojos para dárselos a mi hermana y no
verla sufrir más.
Mi
clamor cuando fuimos sorprendidos con un robo en nuestra casa y al final lo
único que faltaba era el primer sobrino de la familia que estaba de visita en
casa de los abuelos. La gran angustia que sentí cuando una de mis hermanitas
menores se despertó, en una madrugada en la que papá estaba en la Finca, con un
gran dolor en la barriga. La tristeza que me embargó cuando despedí a mi
hermano, mi compañero y amigo, cuando se fue a estudiar fuera. No pude
despedirlo, cuando desperté de mi desmayo estaba en la enfermería del
aeropuerto y él ya había abordado su avión; al llegar a casa me puse sobre mis
rodillas y le pedí a Dios que pudiera volver a verlo.
Lloré
también con la partida de otro de mis hermanos, en una familia de nueve hijos
hay siempre suficientes acontecimientos para reír y llorar, pero esta vez,
sabía que lo volvería a ver. En cada ocasión mi corazón se rindió ante Dios, y
al doblar mis rodillas siempre su paz inundó mi ser. Una vez me quedé dormida
sobre mis rodillas, era apenas una adolescente, el amor había hecho florecer mi
vida y de repente la desilusión vistió mi primavera con grises. La respuesta
que recibí aquel día fue una promesa que hoy está materializada en un
matrimonio con dos hermosos hijos. Más tarde, en ese hogar que Dios me dio, al
esperar nuestro primer bebé, fueron cuatro las rodillas que se doblaron al
enterarnos que era un embarazo ectópico, el bebé creciendo en una trompa, fuera
del útero. Pero hoy, ese bebé es un hombre maravilloso que ha llenado nuestra
vida con muchas alegrías.
Los
niños traen con ellos una gran carga de momentos que nos ponen sobre nuestras
rodillas. Muchas noches al pie de la cama del hijo menor, asmático, revisando
la saturación de oxígeno, rogándole a Dios que le bendijera la vida. Hoy el
asmático es un hombre tan saludable que ni gripe le da. Momentos de enfermedad,
de vicisitudes económicas, de problemas de familia, tantos y tantos momentos
que vivimos en los que ni nuestra fuerza, ni nuestros conocimientos, ni nuestro
dinero, ni nada, ni nadie puede sacarnos de la angustia.
Venezuela
está atravesando uno de los peores tiempos de su historia; es tiempo de
discernir, de entender que ninguna fuerza humana podrá librarnos de este mal
tan grande. Es tiempo de que los venezolanos echemos de nuestras vidas todo
ídolo inútil y volvamos nuestros ojos al Altísimo. Tiempo de unir nuestras
voces en un solo clamor; tiempo de renunciar a nuestra soberbia para darle paso
a la sabiduría divina; de liberar nuestras vidas del odio, tiempo de estar de
rodillas ante nuestro Dios.
"Acerquémonos,
pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar
gracia para el oportuno socorro". (Hebreos 4:16 RVR1960)
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